Vanguardia

Luis Miguel vs los candidatos, la otra batalla

La batalla feroz que antes tenía lugar en medios tradiciona­les hoy se ha extendido a las redes sociales

- JORGE ZEPEDA PATTERSON @jorgezeped­ap www.jorgezeped­ap.net

No hay duda de quién ganará la batalla inicial por el rating televisivo este domingo entre la serie biográfica sobre Luis Miguel y la presentaci­ón en sociedad de los candidatos, al menos entre los que tienen Netflix. Lo que no está tan claro es quién ganará el dichoso debate a ojos de aquellos que se dignen a asomarse. A diferencia del futbol, el resultado de un debate entre candidatos a la presidenci­a no arroja un marcador final. Bien a bien termina siendo un ejercicio que convalida la imagen que cada cual tiene de los aspirantes. Los argumentos que a usted le parecieron lógicos y contundent­es, a su vecino le confirman que el ponente es un necio o un iluso. El ataque verbal que un expositor profirió contra un rival es visto como un portento de agudeza o un ejemplo de grosería y mal gusto, dependiend­o del cristal político e ideológico con el que se mira; y ese cristal en mayor o menor medida lo tenemos todos. Por esa razón es que los debates apenas suelen impactar en la intención de voto. Salvo alguna metida de pata de tamaño épico, terminan siendo una fiesta o una carnicería para clase política y los periodista­s, pero un incidente anodino para la mayor parte de los ciudadanos.

Se me dirá que los debates ofrecen una oportunida­d de escuchar las propuestas reales de los que aspiran a dirigir nuestros destinos. Ojalá fuera así, pero no es el caso. Una comparecen­cia de cinco expositore­s con escaso margen para la réplica tiene todo para convertirs­e en un listado de buenas intencione­s; total, prometer no empobrece. No hay tiempo ni forma de mostrar cuan inviables o incluso contraprod­ucentes pueden ser algunos de los maravillos­os planes que salen de los labios de los suspirante­s a la silla presidenci­al. Y tampoco es que los contraargu­mentos de los rivales sirvan de mucho. Lo que buscarán es descalific­ar al contrario con la frase ingeniosa, aquella que pueda humillar y convertirs­e en un meme viral en las redes sociales.

A pesar de todo, el debate interesa a quien sigue de cerca las campañas, y no tanto por su impacto como por el morbo que inspira (y espero que por algo más que el escote de las edecanes, como fue hace seis años). Verlos en el mismo

ring tirándose golpes después de tantos meses de hacer box de sombra, tiene algo de climático. Pero, al menos a mí, lo que verdaderam­ente resulta fascinante es la guerra mediática que arranca a partir de que finaliza el propio debate.

Primero, porque la mayor parte de la gente no sintoniza la transmisió­n del encuentro. Los equipos de campaña deben convencer al grueso de la opinión pública de que su candidato resultó victorioso y que sus rivales exhibieron sus limitacion­es o, de plano, su imbecilida­d. Cada cuarto de guerra movilizará para llevar agua a su molino a los medios de comunicaci­ón que le son afines, a los conductore­s de radio y televisión simpatizan­tes de su causa, a los columnista­s allegados. Algunos medios, incluso, organizan un debate sobre el debate justo al terminar la transmisió­n, para dictaminar quién resultó vencedor y quién perdedor. Un posdebate que resulta tan subjetivo y parcial como el propio debate, desde luego. Pero de lo que se trata es de influir en la conversaci­ón pública a como dé lugar; los cuartos de guerra de Ricardo Anaya y José

Meade deben convencer al respetable de que lo que allí sucedió es un punto de quiebre a partir del cual su gallo comenzará el remonte histórico; el de Andrés Manuel

López Obrador buscará mostrar que las tendencias siguen igual y que los cuatro echaron montón sin éxito al puntero. Por su parte los equipos de Margarita Zavala y Jaime Rodríguez, “El Bronco”, no tienen mayor propósito que demostrar que ambos cumplieron el papel de patiños para el que fueron traídos: enlodar sin ningún rubor al tabasqueño sabiendo que no tienen nada que perder (algo similar a lo que hizo Gabriel Quadri hace seis años).

Para el buen observador lo que sucede en las siguientes horas y días posteriore­s al debate resulta tan ilustrativ­o como contemplar un hormiguero en vitrina transparen­te. Cada cual moviendo a sus huestes, jalando los hilos, magnifican­do la frase de su campeón y cubriendo de oprobio el desliz real o inventado de un rival.

La batalla feroz que antes tenía lugar en medios tradiciona­les hoy se ha extendido a las redes sociales, lo cual simplement­e hace exponencia­l la batalla del posdebate. Hace unos días nos enteramos de que Anaya, previsor, ya había rodado los anuncios que lo declaran vencedor. En los próximos días veremos toda suerte de recursos en los que se emplearán las malas y las buenas artes. El reguetón ya hizo su aparición en los videos de la niña fresa y la rubia fifí, lo que viene será mucho menos inofensivo. Frases sacadas de contexto, gestos congelados, balbuceos editados, argumentos distorsion­ados e incluso calumnias e invencione­s.

El debate tendría que ser un ejercicio que alimenta la cultura democrátic­a, un puente sano entre candidatos y opinión pública a través del intercambi­o de ideas y propuestas. En la práctica se convierte en munición para la guerra sucia. Lo veremos en las próximas horas.

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