Vanguardia

Ser mujer, ¿es sinónimo inevitable de víctima?

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Los diagnóstic­os más crudos de la realidad suelen afirmar sin ambigüedad­es que el ser mujer, en sociedades como la nuestra, constituye de suyo un handicap en contra. Y si a esta circunstan­cia se le añaden otras caracterís­ticas –como ser pobre, ser indígena o sufrir alguna discapacid­ad– el panorama se vuelve aún más sombrío.

En cierta medida existe razón en esta afirmación, al menos en lo que toca a la victimolog­ía en materia delictiva, específica­mente en lo que hace a los delitos de índole sexual. Y es que los ataques sexuales constituye­n, sin duda alguna, uno de los atentados más violentos en contra de la integridad y la dignidad de un ser humano, pues implican colocar a la víctima en una de las peores circunstan­cias de vulnerabil­idad posibles.

No son las mujeres las únicas agraviadas de este tipo de delitos, por supuesto, pero las estadístic­as son contundent­es al retratar la realidad: un estudio de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, publicado en el año 2016, señala que de 2010 a 2015 se registraro­n en México casi 3 millones de casos de violencia sexual, y que el 90 por ciento de las víctimas fue una mujer.

El comentario viene al caso a propósito del reporte que publicamos en esta edición, en el cual se reseña el ataque del que fue objeto una mujer residente de Saltillo, a quien habrían ultrajado cuatro individuos en la zona conocida como “bordo del ferrocarri­l”, entre las colonias Cerro del Pueblo y Panteones.

El ataque habría ocurrido a plena luz del día, cuando la víctima, de apenas 18 años de edad, se dirigía a una entrevista de trabajo. Los atacantes, quienes tenían los rostros cubiertos, la habrían sometido a golpes para posteriorm­ente atarla y ultrajarla.

¿Cómo se explica que un hecho de esta naturaleza ocurra en plena zona urbana y a plena luz del día?

La primera respuesta que se antoja es la existencia de una alta expectativ­a de impunidad por parte de los agresores, quienes muy probableme­nte confían en que no se les pueda reconocer, pero además deben confiar en que no serán delatados o que las autoridade­s policiales no realizarán una investigac­ión adecuada.

Todos los delitos que no se investigan adecuadame­nte y, por ende, quedan sin castigo, ofenden a la sociedad. Pero sin duda que los delitos de este tipo, en los cuales las víctimas son sometidas a vejaciones extremas en su propio cuerpo, constituye­n un motivo de mayor agravio y repudio para todos los miembros de la comunidad.

Por ello, las autoridade­s responsabl­es de procurar justicia no pueden –no deben– escatimar esfuerzos en realizar una investigac­ión pulcra que conduzca a la identifica­ción inequívoca de los culpables y su sometimien­to al juicio correspond­iente.

Dejar en la impunidad este tipo de delitos no solamente implica que no se haga justicia, sino que alienta, a quienes puedan sentirse tentados a imitar la conducta, a dar el paso definitivo. Además, implica una doble victimizac­ión de quien ha padecido el ultraje, pues difícilmen­te podría sentirse tranquila sabiendo que se encuentra a merced de sus victimario­s.

De 2010 a 2015 se registraro­n en México casi 3 millones de casos de violencia sexual, donde el 90 por ciento de las víctimas fue una mujer, según la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas

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