Historia de un gran amor (2)
Empezó la lectura del guión de la película que iban a hacer juntos. Jorge Negrete, serio, leía sus partes y escuchaba con atención creciente cuando Gloria Marín leía las suyas. A media lectura el director, Joselito Rodríguez, ordenó un receso para tomar café. Negrete se acercó a Gloria: “Así que vamos a trabajar juntos, señorita” —inició la conversación con cierta timidez. “Así es, señor”— respondió Gloria con estudiada frialdad. “Con esto empieza usted su carrera, ¿verdad?” —continuó Jorge. “Igual que usted” respondió la actriz. Rieron los dos. El hielo se había roto.
“Lo que me desarmó de Jorge fue su sonrisa —contaría después Gloria—. Era la sonrisa de un niño, al mismo tiempo tímida y dulce. Cuando Jorge dejaba de ser Jorge Negrete y actuaba espontáneamente podía hacer que cualquier mujer se enamorara de él. Ese hombre bueno era el seductor, no tanto el charro altanero y fanfarrón”.
Contaba Joselito Rodríguez, el director de “Ay, Jalisco no te rajes”: “... La atracción que surgió entre ellos después de la primera desavenencia fue inmediata. Cuestión de química de las almas, creo yo. Cuando hacían una escena sentimental ponían en ella tal calor, algo tan natural, que los miembros del staff se guiñaban los ojos unos a otros. A nadie escapaba lo que iba a suceder entre Gloria y Jorge. Quizá nada más ellos no se daban todavía cuenta…”.
Sigue hablando Joselito Rodríguez: “A raíz de que hicimos ‘Ay Jalisco no te Rajes’ surgió de inmediato un rumor en la prensa acerca de un romance íntimo entre Jorge y Gloria. Eso era falso. Su romance empezó con una bella amistad que duró algunos meses, y que ellos fueron estrechando poco a poco. Por otro lado interrumpió su trato el regreso de Jorge a los Estados Unidos…”.
Jorge Negrete, ya de vuelta allá, empezó a escribirle con regularidad a Gloria. Era cauteloso en sus expresiones; tal parecía que no deseaba tomar riesgos al expresar sus sentimientos. He aquí el texto de una de sus primeras cartas: “Querida chamaca: unas cuantas líneas para demostrarte que no te olvido y para que sepas lo ocupado que estoy. Apenas tengo tiempo para dormir y para pensar en mi regreso a ésa para volver a estar junto a los que quiero. Recibe un beso de tu amigo, Jorge”.
En 1941 Negrete recibió una propuesta para regresar de nuevo a México a hacer otra película en que no la haría de charro, sino de torero. La película se llamaría “Seda, Sangre y Sol”. Preguntó: “¿Quién va conmigo?”. “Uno de los Soler” —le contestó, travieso, el productor. “No —insistió Jorge—. ¿Quién va conmigo?”. “Posiblemente doña Sara García” -siguió bromeando el otro. Jorge empezó a enfadarse. “Quién va conmigo” –preguntó remarcando la pregunta, ya atufado. Respondió entonces el productor con una gran sonrisa: “Gloria Marín”.
Cuando Jorge regresó a México lo primero que hizo fue ir a la casa de Gloria, que vivía con su mamá. Sonó el timbre de la puerta y abrió Gloria, que andaba ocupada en los quehaceres de la casa. Al verse los dos se lanzaron uno en brazos del otro y se fundieron en un beso. Ese día —escribió Gloria Marín— empezó nuestro romance”.
No fue afortunado ese romance. Apasionado sí, y lleno de verdad en los primero tiempos, pero siempre perturbado por una circunstancia a la que hasta ahora hago mención: Jorge Negrete era casado. Pero dejemos por ahora la historia en un sueño de color de rosa.
Jorge Negrete y Gloria Marín filmaron “Seda Sangre y Sol”. La película fue un fracaso. ¿Por qué? La explicación no deja de ser extraña: el director obligó a Negrete a quitarse el bigote —no había toreros con bigote—, y a las fans del cantante no les gustó ver a su ídolo sin ese atributo masculino. Pero a Gloria aquello del bigote no le disgustó: estaba al lado del amor de su vida, y Jorge tenía para ella todos sus demás atributos. El bigotito era lo de menos.
El resto de la historia ya es historia. El amor de los dos, pleno al principio, no pudo durar mucho. La vida los separó al final. Pero para los de mi edad decir “Jorge Negrete y Gloria Marín” es como decir “Romeo y Julieta”, “Dante y Beatriz” o “Petrarca y Laura”: un amor emblemático, de esos cuya memoria dura más que lo que duró el amor.