Vanguardia

Tres presidenci­ales en Tercer Grado

- @Carloslore­t CARLOS LORET DE MOLA A.

López Obrador habló más pausado, Meade más enjundioso y Anaya menos que de costumbre. Una hora y media con cada uno en la entrevista conjunta en Tercer Grado, en la que tuve el gusto de participar con otros colegas.

Los entrevista­dores pudimos haber llevado nuestras preguntas, pero los candidatos fueron a mandar un mensaje, aprovechan­do el foro.

La de López Obrador fue una entrevista que, a mi gusto, lo pintó de cuerpo entero. Casi un documento sobre la psicología del personaje. El de Morena fue a verse presidente más que líder social. Y me parece que dejó claro dónde traza él la línea entre los buenos y los malos, entre sus seguidores y los mafiosos: si actúas contra mí, si me atacas y criticas cuando lo que estoy buscando es apoyo, entonces eres adversario y te atienes a las consecuenc­ias; si no te metes, yo tampoco contigo; pero si te me sumas, es borrón y cuenta nueva en tu vida. Lo definió serenament­e citando conceptos religiosos: el perdón y el arrepentim­iento para alcanzar la redención. Y esta vez soltó que si gana, no llegaría al poder en plan de derogar reformas y meter gente a la cárcel, sino que dedicaría los primeros tres años a pacificar el País. Esta fue la versión de AMLO en Tercer Grado. Su problema es que hay varias otras versiones disponible­s.

José Antonio Meade fue a tratar de convencer que no está políticame­nte muerto. Mucho mejor en la conversaci­ón en corto que en el templete, intentó despertar alguna esperanza de que todavía puede hacer algo en esta contienda. La estrategia: mencionó una sola vez a Anaya y decenas a López Obrador. Quiere relanzar su campaña, pero sigue con el grillete que se llama PRI, que se llama Enrique Peña Nieto. A Meade se le ha ofrecido mil veces la llave para que se libere, pero insiste en tirarla al río. Sucedió otra vez en Tercer Grado. Y al no deslindars­e del presidente y su gestión, al no condenar a los impresenta­bles que consiente su partido, al defender la manera en que el gobierno procesó los escándalos de corrupción, al refrendar que es el hombre del continuism­o, se entorpece solo el camino.

Ricardo Anaya, desde mi punto de vista, fue a mandar un mensaje al presidente Peña Nieto: tratar de tenderle un puente para ir juntos al 1 de julio con la misión de derrotar a López Obrador. De aquel Anaya que abría presuroso las puertas de la prisión para que el pueblo arrojara al primer mandatario, pasó a un Anaya que no confronta con Peña, que habla de institucio­nes que tendrían que procesar denuncias, que no machaca. Incluso tuvo hasta para cambiarle el tono a su trato con el expresiden­te Felipe Calderón, con quien trató de tender un puente. Es obvio que trata de aglutinar a las fuerzas anti-amlo, pero se le complica con tantos heridos que ha dejado su andar. Y porque se le ve tocado. Lo acepta y lo asume. Hasta le cambia el tono de voz cuando acusa la fuerza del Estado: el escándalo de la nave industrial le pegó, y duro.

SACIAMORBO­S

Qué furor se desató tras la entrevista con López Obrador, que fue la primera. Las aguas se fueron calmando cuando el público detectó que el tono y los temas han sido parejos con todos los candidatos.

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