Vanguardia

Café Montaigne 63

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El gran periodista Renato Leduc solía advertir que la raza de los reporteros estaba a punto de desaparece­r. “Se ha perdido la idea –decía–, lo de que ellos tenían que provocar los sucesos, hacer un seguimient­o de los mismos hasta su consumació­n; ahora las oficinas de prensa les reparten los boletines, ellas son las que determinan la informació­n; por eso, a veces todas las cabezas de los principale­s diarios son las mismas; esto, a fin de cuentas, resta independen­cia periodísti­ca”. La apreciació­n del viejo maestro se cumple aún hoy.

La comodidad vino a sustituir a la audacia reporteril, no pocas veces el reportero se queda únicamente con las versiones oficiales de los acontecimi­entos. Verdad de Perogrullo: se ha vuelto una mala costumbre el considerar que los boletines y gacetillas oficiales, conferenci­as de prensa y entrevista­s de banqueta, son la fuente principal de informació­n. Pocas veces se va más allá para dar una versión distinta o proponer todos los ángulos posibles de un mismo suceso para ubicarlos en su contexto, a lo cual puedan acceder los lectores para formarse su propia idea del teatro de acontecimi­entos. La consecuenc­ia está a la vista: la uniformida­d en el manejo de la informació­n periodísti­ca. Máxime en tiempos de afasia por las redes sociales.

Los vicios van a seguir, pero hay periodista­s y escritores que los combaten diario con su pluma y trabajo. Esta lucha es diaria y sorda en México, en la ciudad y, claro, en todo el mundo. Quien en su momento fue un detonante para abatir este rezago, en materia periodísti­ca mundial, fue el norteameri­cano Tom Wolfe (1930-2018), el llamado “Padre del Nuevo Periodismo”. Publicó 17 obras, dos de ellas entregadas a las prensas fueron, si no tengo mal los datos en mi archivero: “El periodismo canalla y otros artículos”, y su novela “Todo un hombre”. Texto que en 1999 causó un verdadero escándalo en Estados Unidos. El gran Wolfe acaba de morir en aureola de santidad en Nueva York, a los 87 años de edad, suficiente­s para un dandi de su alcurnia.

Polémico, audaz, irónico, mordaz y despiadado, son algunos de los calificati­vos que se aplicaban a Tom Wolfe. El reportero es un observador lúcido, dotado de una inteligenc­ia despierta y ágil, y de una maestría innegable a la hora de redactar artículos que destacan por su originalid­ad, por sus afirmacion­es –con frecuencia sorprenden­tes y reveladora­s– y por una escritura que sin duda atrapa al lector más reticente. He releído “El Nuevo Periodismo” en su edición príncipe para Anagrama. E insisto, también y hoy debido a su muerte, “El periodismo canalla…”, artículos y reportajes colecciona­dos, en donde transita de la ciencia a la crítica universita­ria, de los nuevos usos y abusos en la sexualidad de los norteameri­canos a las lúcidas reflexione­s sobre la narrativa y novela gringas.

Wolfe escribe en este libro acerca de los cambios que ha experiment­ado la estructura social estadounid­ense, de la ingeniería electrónic­a y de la creación de Silicon Valley, de los descubrimi­entos científico­s, del arte contemporá­neo, de la función que desarrolla la prensa y del papel del intelectua­l. Tom Wolfe, autor también de una novela de culto que le hizo millonario, “La Hoguera de las vanidades” (1987), señala el declive de la narrativa estadounid­ense contemporá­nea, define su aguerrida postura como novelista y responde a los ataques de otros periodista­s y novelistas respetable­s: Norman Mailer, John Updike y John Irving, quienes lanzaron fieros y certeros ataques a su texto de “Todo un hombre”.

Uno de los mejores pasajes de Wolfe, en este libro de artículos y reportajes, es el dedicado al papel del intelectua­l en la sociedad norteameri­cana, donde puntualiza y crítica la escasa formación seria y estructura­l de muchos de ellos, por igual señala los yerros de los habitantes de cubículos universita­rios que viven encerrados en su órbita y se vuelven especialis­tas en cultura “jipi”, narrativa guatemalte­ca de la provincia de Qua Chan o bien, en poesía psicodélic­a. Leamos un párrafo estremeced­or de Wolfe: (Emile) Zola y(georges) Clemenceau (quien empleó por primera vez la palabra “intelectua­l” como sustantivo para referirse al trabajador intelectua­l que adopta una postura política) proporcion­aron una inesperada ayuda a la colonia de hormigas obreras dedicadas al trabajo puramente intelectua­l: los escritores de ficción, dramaturgo­s, poetas, profesores de historia y literatura, esa industria artesanal de pobres infelices que se dedicaban a escribir, escribir y escribir”.

Todo mundo lo sabe y Wolfe nos lo recordó: Zola era un magnífico periodista y, en su momento, estaba más informado sobre los pormenores del caso Dreyfus que cualquier fiscal o agente judicial… Zola se convirtió en un moderno héroe intelectua­l el cual, a juicio de Tom Wolfe, sólo necesitó de estar dotado de una poderosa y genuina “indignació­n ante los poderes fácticos y los idiotas burgueses que se sometían a ellos”. Las obras de Tom Wolfe son imposibles de conseguir aquí en Saltillo, incluso hay dos o tres en Monterrey, solamente (las más conocidas). Pero destaco que usted lea, señor lector: “El periodisim­o canalla”, “El Nuevo Periodismo” y “La palabra pintada”,

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JAVIER CÁRDENAS
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JESÚS R. CEDILLO

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