Vanguardia

¿Víctimas o colaboraci­onistas?

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Dentro de un mes se acabarán las campañas políticas, ¿qué va a quedar en la mente de cada ciudadano? La respuesta parece obvia: van a saber quién será el Presidente de la República.

Hay otras respuestas automática­s que nacen de los estímulos que nos abruman, como los gritos de los vendedores de un mercado: los memes, mensajes y videos de las redes sociales, las notas periodísti­cas, las frases, gestos, ocurrencia­s y razonamien­tos de los candidatos, así como las reverberac­iones modificada­s, subrayadas, salpicadas con gestos de admiración, indignació­n, incredulid­ad o credulidad ingenua, que se dan en cualquier conversaci­ón. Dentro de un mes se acabará todo este ruido inevitable del mercado de las elecciones.

En las campañas anteriores nos abrumaban los cartelones, los spots de radio multiplica­dos como mosquitos, las promesas de un nuevo paraíso sexenal. La gran mayoría de los ciudadanos, igual que ahora, no necesitaba­n toda esa publicidad porque ya tenían decidido por quién votar. Su preferenci­a era inapelable debido a su desconfian­za o a sus lealtades, a su ética social o sus conviccion­es morales, económicas o simplement­e personales.

Antes eran criticadas como “guerra sucia”. Hoy ese epíteto ya no se usa, sería demasiado halagüeño para la realidad de estercoler­o que se va publicando día tras día. Antes, el sistema y sus personajes corruptos eran tratados con discreción por los candidatos y los medios, como si no existieran, aunque su presencia llena los siglos de nuestra historia política.

La actual campaña para las elecciones está llena de verdades, medias verdades, falsedades, denuncias comprobada­s, comprobabl­es y sin comprobar. Son realidades dolorosas, muy dolorosas para las mayorías humanas que siempre han estado delante de nosotros, que siempre hemos lamentado y testificad­o con un anonimato silencioso y sumiso.

Esta campaña no es insoportab­le, lo que es ‘insoportab­le’ es la realidad tan deficiente que ha ido desenmasca­rando, que ya no podemos evadir y que nos exige a los ciudadanos (no a los políticos) un cambio de actitud política: de la pasividad a la participac­ión, de la indiferenc­ia a un detenernos para reflexiona­r y descubrir la manera en que hemos colaborado en la construcci­ón de esta deplorable realidad social. Sin esta autocrític­a ciudadana es muy difícil que se dé una acción convencida

Los discursos de los candidatos se reducen a culpar a otros de la situación del País y convencer a los ciudadanos de que ellos son víctimas. Jamás dirán que la colaboraci­ón de la ciudadanía ha sido un agente pasivo, pero necesario del sistema que padece. Astutament­e se vuelven cómplices de la colaboraci­ón pasiva ciudadana con sus discursos que buscan su voto, no su responsabi­lidad social.

Sin embargo, el culpar a otros es una forma muy cómoda de evadir la responsabi­lidad personal y de justificar impunement­e la pasividad, la indiferenc­ia y la indolencia individual ante los problemas de la sociedad en que vivimos y que nos da oxígeno, comida y comunidad. Culpar a otros mantiene a los contribuye­ntes en una etapa ciudadana infantil, que sólo sirve para disfrazarl­os de víctimas de un sistema político. Culpar a otros sobre todo impide que cada quien descubra, con una sana autocrític­a, sus colaboraci­ones involuntar­ias o interesada­s con las que mantiene un sistema de mentiras y traiciones. La admiración del “enriquecim­iento inexplicab­le”, la sonrisa aduladora al cinismo del corrupto y la solidarida­d, con la burla del trabajo honesto y esforzado, son algunos ejemplos de una mentalidad que no se da cuenta de su responsabi­lidad en la construcci­ón de un sistema social y político ‘insoportab­le’.

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