¡México, México… te amo!
Hoy México está viviendo horas muy difíciles. Nunca como ahora el ejercicio del poder público había estado tan desprestigiado, lo dice la gente en todos los tonos, aflora en los sondeos y las encuestas. ¿Qué vamos a hacer? ¿Hacia dónde vamos a llevar a México? ¿Qué queremos hacer con nuestro País? ¿Educación de excelencia para generar una cultura ciudadana que nos enseñe a participar, a ser protagonistas de nuestra historia? ¿Por qué proyecto de País vamos a votar el próximo 1 de julio?
Adolfo Suárez, presidente de España —precisamente fue a quien le tocó la transición— en el discurso que dirigió a sus compatriotas pidiendo el voto para su partido expresó: “No vengo con fáciles palabras a la conquista de votos fáciles. Sé muy bien (…) que quienes alcanzan el poder con demagogia terminan haciendo pagar al país un precio muy caro”. Y a renglón seguido, destacaba que los grandes problemas que enfrentaba la España de entonces “no se resuelven con palabras ni prometiendo a los ciudadanos que al día siguiente (…) van a despertarse en el país de las delicias”. Su propuesta fue enfrentar los desafíos “a través de la moderación, el diálogo y el pacto, porque nadie puede pretender que su verdad sea absoluta”.
También advertía que no iba ser fácil esa transición: “No puedo asegurarles soluciones inmediatas y milagrosas, ni que de la noche a la mañana se satisfagan todas las reivindicaciones, incluso las de estricta justicia”, ni que “se arreglen rápidamente problemas que se vienen arrastrando desde hace muchos años... somos un país con recursos limitados, con deficientes estructuras, con desigualdades irritantes y con una legislación que no se acomoda a la realidad”. Propuso medidas racionales y objetivas para la solución progresiva de sus problemas: “trabajar con honestidad, con limpieza, y de tal forma que todos ustedes puedan controlar las acciones de gobierno”; y, finalmente, “que el logro de una España para todos no se pondrá en peligro por las ambiciones de algunos y los privilegios de unos cuantos”.
Sería muy sano que quienes vamos a sufragar el próximo 1 de julio, hiciéramos un ejercicio de conciencia, y con serenidad, para determinar racionalmente qué queremos para nuestro País. Porque lo que decidamos va a tener consecuencias, para bien o para mal. Estamos en un momento crucial, tenemos que definir el México que queremos y no hay más que tres opciones: nos quedamos con lo de siempre, retrocedemos 40 años o más, o nos atrevemos a cambiar de modelo. Me preocupa sobremanera el que haya quienes animan al encono, al enrarecimiento del México que somos todos. Son tiempos para la mesura, para aportar ideas y exponer propuestas, son horas para aportar capacidad y pasión a la construcción de un México próspero, con vínculos fuertes, sin fracturas, con mejores iniciativas para impulsar su desarrollo. Se vale la crítica severa, sin concesiones, pero con propuestas viables para superar las deleznables inequidades que existen en nuestro País.
Lamentablemente hay personas que se vuelven obsesivas, y esto es infinitamente peligroso porque se pierde la objetividad, y la cerrazón es tan densa que no admite objeción alguna, ni la más mínima, solamente su visión y su punto de vista son los válidos, y en automático el que discrepa se convierte en su contrario. Se alimentan del discurso de su líder, defensor a ultranza de la masa sobre la individualidad, este discurso siempre es excluyente, nunca se dirige a toda la sociedad, sólo a una parte de ella, y los llama su gente, su pueblo, y todos los demás son enemigos. Déjeme compartirle con un poema brevísimo del poeta y dramaturgo español Miguel Hernández, lo que estoy sintiendo en estas horas en que hay quienes pretenden dividir a México. “¿Qué quiere el viento de encono, que baja por el barranco y violenta las ventanas mientras te visto de abrazos? Derribarnos, arrastrarnos. Derribadas, arrastradas, las dos sangres se alejaron. ¿Qué sigue queriendo el viento cada vez más enconado? Separarnos”.
No lo permitamos. www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion
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