Humor presidenciable
“gansada”. Alguna vez leí que, andando malhumorado, al guapérrimo Díaz Ordaz le preguntaron, -¿por qué esa cara, señor Presidente?- A lo que el genocida respondió: “¿Y usted se piensa que si yo tuviera otra cara, saldría con ésta?”.
No encuentro referencia que corrobore la anécdota, más que la propia cara del difunto exmandatario, que es lo único que da fe de que tal cosa pudo haber ocurrido.
Hacia atrás en la historia y hacia adelante, las bufonadas quizás pertenezcan más al humor involuntario o bien al ámbito de lo privado.
Sin embargo don “Chente” Fox sí usaba las humoradas como salidas retóricas, o al menos eso pensábamos hasta hoy que gracias a Twitter hemos constatado su deterioro neuronal mismo que no parece de ayer.
Su sucesor devolvió algo de la circunspección perdida al cargo presidencial, sin embargo, la puerta abierta por el primer mandatario de oposición parece que ya no habrá de volverse a cerrar jamás.
Pronto otros políticos de diferentes puntos del País hicieron de la puntada y la ocurrencia su sello personal.
Sin ir más lejos, Humberto “el latro-docente” Moreira, era muy afecto a las bravuconadas, a las maledicencias, al albur, al chascarrillo y la verbal incontinencia.
Y cómo culparlo, si con cada chuscada crecía su popularidad, ganaba incondicionales y se forjaba una fama de entrón y sagaz.
Al día de hoy, los cuatro contendientes a la jefatura máxima son unos auténticos histriones que agotan su repertorio de payasadas con tal de subir un punto en esas mismas encuestas en las que por cierto nadie cree.
Claro, nunca hay garantía de que un chiste vaya a tener el efecto deseado (de granjear simpatías), puede que incluso se revierta en su contra y termine siendo víctima de su propia broma.
Analicemos brevemente la oferta político-humorística de la Elección Presidencial 2018:
El más acartonado de todos es sin duda “Pepe” Meade. Le escriben los chistes y se limita a repetirlos, aunque los despoja de cualquier gracia o timing. Si fuera payaso sería un Pierrot o cara blanca y daría algo de miedito.
Le sigue AMLO, que se identificaría sin duda con el tramp o payaso vagabundo (¿se acuerda de López persiguiendo las palomas?, ¿o cuando nos enseñó los doscientos pesos de su cartera?) Apela por supuesto a nuestra empatía por la vía de la compasión. Su pobreza es también verbal. Eso de “Ricky Riquín” habla de la inanición creativa y es prueba de que lo suyo es la pantomima.
Anaya es el payaso acróbata, que busca el aplauso con demostraciones de agilidad y no acaba de treparse a una estructura cual “espaidermán” enclenque y nerdo (o sea, sí, como el real Spider Man), cuando ya está haciendo el paso de la muerte, o tocando la flauta, o aventándose un dueto con Yawi. Sus puntadas verbales también son de risa loca, como discutir con un elemento de Cisen como haciéndose el muy macho, como si no supiera que de hecho le andan cuidando. Se le aplaude por compromiso.
¡El pinche “Bronco” sí mis respetos! Éste es una mezcla del “Perro Guarumo” con un payasito cholo de camión de ruta. Aunque llegue a ser divertido, lo mejor es ni voltearlo a ver, porque si lo incomodas capaz que te la hace de jamón y te saca un picahielos. Es el más divertido, a no dudar pero yo sí, francamente, lo prefiero entre más lejos mejor.
Y bueno, allí tiene, esa es nuestra élite política. Independientemente de quién gane, ellos marcan la pauta para futuras generaciones de políticos que quieran dar la pelea por la grande.
¡Qué pena, qué risa, pero qué pena!
petatiux@hotmail.com facebook.com/enrique.abasolo