UN PAISAJE QUE NUNCA MÁS VERÁN NUESTROS OJOS
¿Cuánto tiempo tardarán en sanar los bosques consumidos por incendios en las sierras de Arteaga y Zapalinamé? Hasta 80 años, calculan los expertos, más incluso que la esperanza de vida de un mexicano.
Desde el 75 no se ha recuperado (El Coahuilón) y ¿cuántos años hace ya?, y ¿cuántos años van a pasar para verlo cómo estaba antes?”.
HERNÁN GUTIÉRREZ ALEMÁN, brigadista de incendios forestales de la Conafor.
“
Pa cuando se recupere El Infiernillo, El Coahuilón, la sierra de La Viga o el Cañón de San Lorenzo, ya habré muerto o estaré demasiado viejo. Ya no lo veré. Tengo 43 años. Y en la familia, la verdad, no suelen ser tan longevos.
Pienso esto mientras voy con Lety recorriendo El Infiernillo, un paraje ubicado por la carretera 57, dentro del perímetro de 50 mil hectáreas que engloban el Área Protegida de la Sierra de Zapalinamé, y que pereció entre las llamas de un incendio provocado en Semana Santa, hace apenas unos tres meses.
Recuerdo, no sé por qué, que esta mañana antes de salir de casa oí en la radio que el 99 por ciento de los incendios forestales son causados por el hombre, y entonces sentí una mezcla como de indignación y coraje. Caminamos entre el paisaje, una alfombra que va del negro al gris y del gris al negro, de pura ceniza y carbón. Los despojos de los árboles. Aquí, todo se quemó. Muchos árboles se calcinaron. Expiraron de pie. ¿En cuánto tiempo calcula que se reponga esto?, pregunto.
“El pino… 30, 40 ó 50 años…”, responde Leticia Jiménez Hernández, la guardaparque encargada de la zona de manejo Cañón de Bocanegra de la Sierra Zapalinamé y jefa del proyecto de manejo del fuego.
Yo creo que para entonces ya estaré bien muerto.
Me digo, afligido, de saber que acaso esto es lo único que les voy a dejar a los hijos que todavía no tengo.
“El incendio este dañó matorral, arbolado, pino piñonero, que es pino cembroides, y yucas”, dice Lety.
“Si lo vemos fríamente, fue más severo que el de San Lorenzo, afectó más valores. Aunque la superficie en San Lorenzo fue mayor que aquí, pero aquí teníamos más arbolado”.
Hace una mañana azul, pero de ventolera.
En el sitio, que todavía huele a quemado y está a orillas de una carretera angosta y larga como serpiente desenroscada, puebla la basura: botellas de vidrio, plástico, bolsas con restos de quién sabe qué… Basura. “Tenemos problemas con la basura”, dice Juan Manuel Cárdenas Villanueva, coordinador operativo del Área Protegida de Zapalinamé.
En total el fuego devoró aquí 76 hectáreas de pastizal y bosque de pino, dice Lety.
Pero dice que ya la sucesión natural está cumpliendo su función, porque se ven algunas especies, sobre todo pastizal, rebrotando, gracias a las escasas lluvias que han caído. Se está recuperando. “Cuando es un incendio provocado estos lugares tarden años en recuperarse: 20, 30 o hasta 40 años, dependiendo del tipo de vegetación. El que tarda más en recuperarse es el bosque. El pastizal depende del fuego, o sea, es un tipo de vegetación que requiere del fuego para poder continuar con su proceso natural, regenerarse, renovarse. Ahorita ese pasto tierno va a ayudar a que muchas especies de fauna, mamíferos sobre todo, empiecen a llegar aquí en busca de alimento”.
Los árboles son los más afectados porque están más sensibles y además no tarda en llegar la plaga: un descortezador del cual Lety no recuerda ahora mismo el nombre científico.
Y entonces a estos árboles les vendrá la muerte poco a poco.
Lo que sigue es evaluar el daño en
los árboles, el porcentaje chamuscado, ¿qué va a pasar con esas plantas?
“Algunos tienen todavía signos de sobrevivencia, otros fueron chamuscados al 100 por ciento”, dice Lety y me señala al fondo del bosque unos pinos entre café y rojizo, los árboles carbonizados.
“Vamos a estar evaluando y monitoreando este paraje, pero lo más seguro es que no sobreviva”, dice Lety.
Y yo lamento, no sabe cuánto, que no tengamos un hospital para árboles quemados.
Mire, dice Lety, por aquí se ve que hay arbolado chamuscado, no está quenado, pero el calor del fuego hizo que la planta se deshidratara.
Ese pino tiene un chamuscado del 50 por ciento, lo más probable es que sobreviva, porque aún tiene verde.
“Éste también porque, mire, la punta del árbol está verde, es posible que sobreviva, pero va a tardar en adaptarse”.
Nomás de imaginar que a mí me prendieran fuego en el cuerpo hasta incinerarme… me da pánico.
En la lejanía se escucha de vez en cuando el gorjeo de los pájaros que antaño anidaron en este pinar.
Lety dice que los incendios provocados ocurren, por lo general, en las horas críticas del día, cuando las temperaturas son más elevadas.
Y entonces la severidad, explosividad, de la quema es más alta.
“Temperaturas más altas, llamas más altas”, dice Lety.
Cuando el incendio, “El Infiernillo” estaba seco, no había humedad, y eso provocó que el fuego, causado por manos profanas, se propagara más rápido.
“El combustible forestal que teníamos aquí era alto”, me dice Lety.
La carga de combustible era muy ligera en la parte baja del lugar y entonces el fuego cogió pa la sierra.
El Infiernillo se convirtió en infierno.
“La otra es que en México la política es la supresión del fuego en los ecosistemas, y entonces los ecosistemas siguen acumulando combustibles y cuando eso se prende es una bomba. Los pastizales se queman por año, cada año deben estarse quemando. Rebrotan rápidamente…”, dirá Juan Cárdenas, el coordinador operativo del Área Protegida de Zapalinamé.
Y dirá que en el país se está capacitando ya más en cuestión de manejo del fuego, con miras a aplicar quemas controladas.
Entonces recuerdo lo que me dijo Andrés Nájera Díaz, profesor investigador de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro (UAAAN), adscrito al departamento forestal y encarado del área de manejo del fuego, cierta mañana que asistí a una práctica de quema prescrita con sus estudiantes en terrenos de la UAAAN.
“Tenemos que seguir apagando los incendios forestales, pero hacer investigación, enseñar a los nuevos profesionales que el fuego no nada más tiene una cara negativa, también tiene una cara positiva”.
A la hora que ocurrió el incendio en El Infiernillo los vientos eran muy fuertes.
Y como al fuego le encanta la resina de los pinos se los tragó más rápido. Caminamos. En medio del bosque, o lo que queda de él, topamos con una cabaña que se incendió.
En la fachada blanca se ven los lunares negruzcos que dejaron las llamaradas.
Lety dice que algunas casas campestres de por aquí se incendiaron, pero que, gracias a Dios, estaban sin gente.
Calcula que las llamas alanzaron una altura de entre tres y cuatro metros.
¿Y si a pesar de todo esto a mí se me ocurre ir a hacer un asado o prender una fogata en la sierra?
Estará poniendo en riesgo los recursos naturales que tenemos ahí. Puede dañar la flora y la fauna. Se acaba la vegetación y en consecuencia los animales. No hagan fogatas dentro del Área Protegida.
Lety dice que en Coahuila existe, desde 2006, un decreto de veda de uso de fuego, que prohíbe realizar quemas en áreas forestales.
Otro día, el sol en el cénit, me amontaño con Juan Manuel Cárdenas Villanueva, el coordinador operativo del Área Protegida de Zapalinamé, en los entresijos del Cañón de San Lorenzo, que a principios de abril fue quemado vivo.
Después de andar más de una hora por veredas donde hay que rehuir a los matorrales espinosos, escalar sobre rocas prepotentes y brincar entre acequias donde apenas corre un hilo de agua, llegamos a uno de los puntos donde el fuego casi convirtió el paisaje en cenizas, casi.
Juan dice que los incendios provocados son los que mayor daño causan al ambiente porque ocurren en sitios como este: con menos accesos y condiciones de clima adversas.
“El incendio este fue más o menos catastrófico y afectó vegetación importante para la Sierra de Zapalinamé”.
Algo así como 250 hectáreas, dice Juan. Nomás. Juan dice que esta vez la principal víctima fue el matorral submontano, pero que además vivían aquí muchas especies de encinos, sobre todo encinos arbustivos, que, en su mayoría, fenecieron en los brazos de las llamas.
Los reptiles y los pequeños roedores no lograron escapar de la vorágine del fuego para salvarse.
Eso es a lo que se llama desesperación.
“Son especies que tienen poca movilidad, se quedan atrapados ahí y se queman finalmente”, dice Juan.
Imagino a la masa de víboras, lagartijas y ratas del monte, acorraladas por la lumbre, mirando para todos lados, sin saber a dónde ir, hasta que la muerte les llega en forma de flamas. El apocalipsis. Juan dice que es difícil de estimar, pero que en unos 20 años o 30 años San Lorenzo puede llegar a ser lo que era: un sitio rico en plantas y animales.
Y yo creo que para entonces ya no estaré en este mundo.
Como están los bosques de devastados…
Le pregunto a Juan si existe un filtro para el control de los visitantes del Cañón.
Dice que desde 2014 registran a las personas que vienen, sin embargo, no todos llegan al Centro Ambiental de Profauna Mexicana A.C., instalado en las faldas de San Lorenzo.
Ahora están viendo lo de poner una oficina de inspección en el acceso.
Estamos en un claro del Cañón mirando el paisaje de árboles tatemados y montañas pelonas donde el incendio no dejó una brizna.
El mediodía escurre nublado y fresco.
Estoy a mil 400 metros de altura en El Coahuilón, Mesa de las Tabas, municipio de Arteaga, con Hernán Gutiérrez Alemán, brigadista de incendios forestales de la Comisión Nacional Forestal, (Conafor).
Antes de llegar hasta acá hemos tenido que subir en una todo terreno por una cuesta empinada y pedregosa, con vista a profundas barrancas en las que domina el verde bajo una nata de neblina.
Cuando es un incendio provocado estos lugares tarden años en recuperarse: 20, 30 o hasta 40 años, dependiendo del tipo de vegetación”. LETICIA JIMÉNEZ HERNÁNDEZ,
guardaparque encargada de la zona de manejo Cañón de Bocanegra de la Sierra Zapalinamé.
Tenemos que seguir apagando los incendios forestales, pero hacer investigación, enseñar a los nuevos profesionales que el fuego no nada más tiene una cara negativa”.
ANDRÉS NÁJERA DÍAZ , profesor investigador de la UAAAN adscrito al departamento forestal.
Los incendios naturales siempre han existido, es un elemento que siempre ha estado en la naturaleza, pero nosotros lo estamos manejando mal”. JUAN MANUEL CÁRDENAS VILLANUEVA, el coordinador operativo del Área Protegida de Zapalinamé.