Vanguardia

SALSA VERDE

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–Te digo que es un sinvergüen­za. Esto lo constaté desde el 29 de diciembre del 2005 cuando le encontré un celular escondido en la guantera del coche. Él argumentó que era de un amigo y no se inmutó porque lo tiré. Claro que me dijo que mi chiste le iba a salir caro porque tendría que reponer ese celular. Desde el 15 de septiembre ya lo notaba rarito por eso empecé a buscar. El 23 de enero del 2006, lo caché en otra mentira. Sospechaba que algo traía. Siempre lucía como cansado y temprano empezaba a bostezar. Esa vez salí de la casa y me estacioné en la gasolinera. No pasó ni media hora cuando lo vi. Claro que lo seguí y llegó a un barrio paupérrimo. Hasta las luces estaban opacas por el polvo. Los perros flacos y hambriento­s ni fuerza tenían para ladrarme. Se acercaban al carro sólo para ver si les aventaba algo comestible. Tú sabes cómo son esos barrios. Pues para allá enfiló mi Zacarías. Imagina mi sorpresa cuando di con su carro estacionad­o afuera de una casucha. Me acerqué. A patadas traté de abrir la puerta. Fallé y grité que abriera. Abrió y al fondo pude ver a la vieja, con los dientes podridos, sucia, flaca con unas enormes ojeras que le llegaban hasta la boca olanuda. Jamás imaginé que mi Zacarías pudiera tener algo que ver con semejante esperpento. Lástima que no llevaba un arma. Si no te juro que la mato. –Al contrario, qué bueno que no llevabas el arma. –Todavía cuando platico de esto me tiembla esta vena –señala el dedo pulgar de su mano derecha–. Es que no sabes. ¡Quisiera haberla matado! –¡Qué bueno que no lo hiciste! –De que se lo merecía, ¡se lo merecía! Nada, que sólo eran amigos, porque para el 30 de abril del 2007, lo escuché hablando con ella. Eran como las siete y media de la noche, estábamos en casa de su hermana cuando esa güila lo llamó. Me di cuenta porque él palideció y se apresuró a contestar. Su hermana, otra jodida que nunca me ha querido porque a una se le nota la buena cuna, se empezó a reír y dijo que no me enojara, que por qué mejor no lo dejaba, y que yo ya estaba tan mayor que ni familia le podía dar a su hermano. Bueno, pues a ésta todo se le volteó, porque para el 15 de mayo del 2008 empezó con dolores en el bajo vientre. Se la llevaron a Oaxaca, de por allá es su marido, visitaron muchos brujos. No le calmaban los dolores. Consultaro­n al doctor y después de unos análisis le diagnostic­aron cáncer en la matriz y se la quitaron. A mí me dio gusto, no pienses que soy una mala persona. Soy cristiana y asisto a misa los domingos. Me alegré porque Dios puso las cosas en su lugar, y a ella por desear que yo no tuviera hijos la castigó con un cáncer. Así es mi relación con toda su familia. Me ven diferente porque tengo estudios. Cuando él me conoció, yo trabajaba en el banco. De esto hace ya como veinte años. Yo lo hice gente. Le enseñé a guardar su dinerito en una cuenta de ahorros, no debajo del colchón como en su pueblo. Claro que en uno de los pleitos, me lo gasté todo. Me compré un buen carro y le remodelé la casa a mamacita y papacito. Él no tenía cara de reclamar, porque con esos tresciento­s mil pesos no paga mis atenciones y toda la devoción que le he brindado durante tantos años. –Si siempre te engaña, ¿por qué no lo dejas? –¡Dejarlo! ¡No! No estoy loca. En unos días cumplo cincuenta. ¿En dónde voy a encontrar pareja a estas alturas? Él tiene que cumplirme y aguantarse. Si lo cuido es por su bien porque luego se mete con cada peladita. Yo siempre le digo: Zacarías, no sé en qué estaba pensando cuando me hice tu novia. Él sabe que primero lo mato a que me deje. Anoche peleamos porque le encontré otro chip. Tengo que ir a comprar un teléfono barato para ver la agenda y saber a quién le habla. Nos casamos en dos meses. No puedo permitir que me siga viendo la cara. –¿Por qué mejor no lo dejas así? –¿Así, cómo? –El que no sabe es como el que no siente. –Claro que no. Yo tengo que saber. –¿Para qué? Si te enteras que te traiciona, ¿lo piensas dejar?

–¡Nunca! ¡Primero muerta! Pero así le demuestro que tonta no soy. –¿Tú crees? Yo en tu lugar tiraba ese chip. –¿Y no enterarme? Entonces, ¿qué caso tiene que busque entre sus cosas? –Si una busca... encuentra. –Por eso busco. –No le veo el caso. ¿Vas a seguir con él? –Así es, y esta noche le guisaré un pollito asado, bien condimenta­do con su ajito, su pimienta y su salsa verde favorita. –Todavía lo premias. –No te creas. Padece úlcera. Y de que come... come, para no hacerme enojar.

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ESMIRNA BARRERA

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