Transición 2018: la tersura es de reconocerse
Dejar de reconocer que los actores políticos del País están comportándose a la altura de las circunstancias constituye un acto de mezquindad
En estricto sentido, ni siquiera han terminado de contarse los votos de la elección presidencial del domingo anterior, pues al cerrar el Programa de Resultados Electorales Preliminares del Instituto Nacional Electoral, aún faltaban casi 31 mil casillas de contabilizarse. Pese a ello, la transición gubernamental en la Presidencia de la República dio inicio ayer.
No es poca cosa que, en un País cuyas instituciones electorales han sido construidas sobre los cimientos de la desconfianza, el Presidente de la República se reúna, para acordar los términos de la transición, con un “Presidente Electo” que, en términos estrictos, aún no lo es.
Eso es lo que se espera de los demócratas, desde luego, pero el hecho de que hoy ocurra en México no puede asumirse simplemente como algo que “es normal” o respecto de lo cual “no había nada más qué hacer”. Dejar de reconocer que los actores políticos del País están comportándose a la altura de las circunstancias constituye un acto de mezquindad.
Y es que ayer, a menos de 48 horas de que cerraran las casillas, el presidente Enrique Peña Nieto recibió en Palacio Nacional a quien le sucederá en el cargo, el primer día de diciembre próximo, para establecer la ruta que seguirán, de forma coordinada, para que López Obrador asuma la titularidad del Ejecutivo.
Poca duda debe haber respecto de con quién habría querido reunirse Peña Nieto el día de ayer –o dentro de una semana– luego de la jornada electoral del domingo. Su candidato tiene otro nombre y, en términos estrictamente políticos, no puede resultarle satisfactorio transferir el poder a quien es, en sentido lato, su “enemigo político”.
Por eso justamente, el gesto de reunirse con él, incluso antes de que las formalidades del proceso electoral lo obliguen, debe ser reconocido como un gesto de madurez que, más allá del episodio concreto, valdría la pena que se consolide como una regla de conducta entre los miembros de la clase política mexicana.
El comentario es más pertinente en la medida que, más allá de los matices del caso, la jornada electoral del domingo ofrece ejemplos que reman en la dirección contraria, uno de los cuales es el representado por Miguel Barbosa Huerta, candidato a la gubernatura de Puebla, y abanderado de la misa coalición que convirtió a López Obrador en virtual Presidente Electo, quien no ha dudado en denunciar la existencia de un “fraude” en la elección por la renovación del Poder Ejecutivo local en su entidad.
Si la elección fue legítma o no, ya lo decidirán las autoridad jurisdiccionales. El punto aquí es otro y tiene que ver con destacar que lo ocurrido en el caso de la elección presidencial está lejos de ser la norma de conducta de la clase política nacional.
Por ello, y con independencia de que en las semanas y meses que nos separan de la renovación del Poder Ejecutivo Federal la tersura de las primeras horas pudiera matizarse, resulta obligado reconocer que, al menos en la reacción “de botepronto”, nuestros políticos están sorprendiendo por la calidad de sus modales democráticos.