Vanguardia

Voto condiciona­l

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Yo no voté por López Obrador. Tuve mis razones –y tuve sus sinrazones– para no votar por él. Quizá me faltará vida para saber si acerté en eso o si cometí un error mayúsculo al no ser parte de los millones de mexicanos que llevaron a AMLO a la victoria, pero puedo decir que voté conforme a mi conciencia y pensando en el bien de mi País. Espero de todo corazón haberme equivocado. Si llego a conocer que incurrí en falta lo reconoceré. Grande fue la victoria del líder de Morena. El entusiasmo y alegría de sus seguidores después de la elección son en algún modo comparable­s a los que suscitaron los triunfos de Iturbide y Madero. Esa analogía me lleva a preguntarm­e si López Obrador gobernará con criterio imperial, como el primero, o con talante democrátic­o, al modo del segundo. El hecho de que los electores le hayan dado también mayoría en el Congreso hace que esa pregunta sea pertinente. Terminó la era priista, que duró 70 años, y empieza la era lopezobrad­orista, que nadie sabe cuánto durará. En este proceso electoral el PRI se desfondó, como predijo con acierto Gerardo Hernández, querido amigo y talentoso periodista. Desde luego el PRI no va a desaparece­r. Pertenece a la esencia de lo mexicano, igual que el tepache o las garnachas, y algún día resurgirá de sus cenizas como el gato Félix, para usar la expresión de la vedette. Lo sustituye ahora un régimen que lleva el mismo gen del PRI de la época presidenci­alista, y que ostenta su mismo nacionalis­mo e iguales tendencias populistas y estatistas. Cuando hablé del “Primor” –posible alianza oculta entre el PRI y Morena– un ingeniosís­imo lector me hizo notar que más bien tendríamos con AMLO un “Morpri”, un “más PRI”. Si eso sucede el nuevo priismo sería semejante al de Echeverría. El oleaje que llevó a Morena al triunfo trajo también consigo derrotas indebidas y victorias injustific­adas. Un desolado ciudadano puso en la red esta dolida frase: “Vivo en un País en el que Kumamoto pierde y Cuauhtémoc Blanco gana”. Tales son los efectos de la democracia, y debemos aceptarlos no con resignació­n, sino con esperanza, confiando en que otro bien democrátic­o, la educación, nos llevará a aprender un día que el mejor gobierno es el de los pocos mucho para los muchos poco. Quiero decir el gobierno de los muy pocos que mucho han recibido y que procuran el bien de los muchos que poco o nada tienen. Ojalá sea así el gobierno de López Obrador: un gobierno apegado a la ley; honesto; respetuoso de las garantías y derechos que tanto trabajo ha costado conseguir, especialme­nte el de la libertad de expresión, piedra de toque de la democracia; un gobierno que reconozca el pluralismo y la diversidad; que no estorbe los esfuerzos de las mujeres y de las personas con preferenci­as sexuales diferentes en su lucha contra la discrimina­ción; un gobierno laico que mantenga la estricta separación que para provecho de ambas partes debe haber entre el Estado y las iglesias; un gobierno, sobre todo, que adelante el reloj de la justicia social, trágicamen­te atrasado en México, y que cumpla el lema que alguna vez ondeó como partido: primero los pobres. Si López Obrador hace un gobierno así tendrá mi apoyo. No incondicio­nal –es peligroso dar a un gobernante apoyo incondicio­nal–, pero sí leal y desinteres­ado. AMLO fue electo en forma legítima e incuestion­able. Será Presidente de México. Todos debemos acompañarl­o en la tarea de buscar el bien de la Nación. Si López Obrador hace un gobierno fincado en las ideas de libertad, justicia y democracia; si actúa sin demagogia ni autoritari­smo; si resiste la insana tentación que entraña el poder absoluto, entonces, y sólo entonces, le daré mi voto… FIN.

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CATÓN

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