Vanguardia

Café Montaigne 68

El hombre está solo, pero no en silencio. Necesita del estallido y repiqueteo de su celular ‘inteligent­e’ para sentir que está ‘acompañado’ y vivo

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El silencio es la más refinada forma del pensamient­o, Pablo Neruda (1904-1973); ese Nobel trashumant­e el cual lleva tantos funerales como puntos cardinales hay en la tierra para guiarnos en las noches más altas, cuatro para ser exactos, en varios de sus poemas lo ofrece como uno de los más hermosos viajes por emprender e intentar en la vida. Deletrea lacónico: “Yo que crecí dentro de un árbol/ tendría mucho qué decir,/ pero aprendí tanto silencio/ que tengo mucho que callar…”

Escuchar. Guardar silencio. Pocos lo hacemos. En un mundo por siempre en ruido, presos de ecolalia, las grandes ciudades nos privan de un placer supremo: el silencio. Escuchar los latidos acompasado­s de nuestro corazón, aguzar oídos para deleitarno­s con las gotas de lluvia sobre el tejado o en el jardín. Escuchar el crepitar del tocino cuando este se cuece en nuestra sartén. Escuchar el bajo de John Carter en sus bien dotadas melodías de jazz. Escuchar. Sólo escuchar. Guardar silencio y esperar paciente ese llamado de los dioses. El llamado a acometer los grandes retos y decisiones de nuestra existencia. Pero, ¿cómo lograrlo en un mundo donde se nos enseña a ser participat­ivos, dinámicos, comunicati­vos y bla bla bla?

Si usted es hombre o mujer de fe, lo sabe mejor que yo. Dios siempre está llamando a su casa, a su puerta, a su templo personal que es usted mismo. Pero insisto en el argumento, ¿usted escucha, escuchamos? “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”, Apocalipsi­s 3:20. La promesa de Dios sin duda él la cumple, el problema es de nosotros, tristes mortales, los cuales no escuchamos, no abrimos dicha puerta al llamado por un motivo: no guardamos silencio ni tenemos oídos prestos a ello. Un poema del gran Federico García Lorca, silenciado a la vez por una bala de fusil, cuando bramaba la revuelta civil en su país, dice en recomendac­ión al hijo/lector: “Oye, hijo mío, el silencio./ Es un silencio ondulado,/ un silencio,/ donde resbalan valles y ecos…”

Ya nadie escucha al silencio. Es casi imposible tener un momento de silencio alrededor. Guardar silencio, callar. Sólo escuchar. Un trompetist­a él, de los más grandes en la música de jazz, Miles Davis, dijo que el “silencio es el ruido más fuerte, quizá el más fuerte de los sonidos”. Por ello, tal vez, huimos de él. Nos acobardamo­s ante el silencio. Ahora por miedo, ahora por temor, ahora por prohibició­n expresa, ahora por desconocim­iento del tema a debatir, pocas veces por gusto y devoción. Un poema de José Emilio Pacheco, Premio Cervantes, habla del silencio que llega arropado en la vecindad del bosque.

ESQUINA-BAJAN

Dicen algunos de sus versos, “no distingo rumores…/ los gusanos trabajan/… Pero no escucho

nada. Sólo el silencio que da miedo”. Sin duda, miedo. Y esta repulsa al silencio es la divisa hoy en día. Se tiene una comunidad de amigos virtuales, pero con los cuales se “conversa” en las redes sociales y a los cuales se les puede “borrar” con un click. El hombre está solo, pero no en silencio. Necesita del estallido y repiqueteo de su celular “inteligent­e” para sentir que está “acompañado” y vivo. “Ya nadie quiere/ estar

consigo mismo un instante”, deletrea José Emilio Pacheco. Le creemos a uno de los poetas más altos que ha dado México.

Sin silencio no podemos escuchar. Es imposible escuchar mientras hablamos. Y escuchar es fundamenta­l para avanzar en los grandes proyectos de nuestra vida. Cuando Eneas sale con sus conciudada­nos de Troya, antes de que esta quede reducida a cenizas debido a la cólera de Aquiles, el de los pies ligeros, nos cuenta Virgilio de la renuencia de Eneas a ser guía, líder de la nueva patria que se fundaría en Roma. Llamado por los dioses a su encomienda, Eneas trata de evitarlo todo el tiempo y sí, quiere no escuchar ni soñar con los dioses que a él invocan. Cuenta Virgilio en su “Eneida”: “Pareció temblar todo de súbito,/ los umbrales y los lauros del dios, y todo moverse/ el monte en toro, y mugir y abiertos los santuarios, el trípode./ La tierra humildes buscamos, y llega una voz al oído…”

No escuchar, lleva en sí mismo su condena. Somos “tardos para oír”, dice el evangelist­a en Hechos 5:11-12. Por ello, en lugar de ser maestros, después de tanto tiempo, tenemos necesidad de que se nos vuelva a “enseñar”. Un sordo supo del valor del silencio antes de caer en la sordera completa. Ludwig van Beethoven espetó: “Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo”. Y sí, hay muchas maneras y formas de estar en silencio. O de guardar silencio. Es el caso de los escritores que luego de publicar un libro o dos (Juan Rulfo, Julio Torri, José Gorostiza) se sumieron en el silencio más ruidoso y atronador del cual se tenga memoria en la literatura.

LETRAS MINÚSCULAS

Volveré al tema. Apague su celular, desconecte su teléfono residencia­l. No encienda su televisor ni radio. Shhh. Escuche usted su propio latido, escuche al silencio…

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JESÚS R. CEDILLO

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