Vanguardia

¿Perdón sin olvido?

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Mucha gente dice: “perdono, pero no olvido”.

El perdón es del corazón y el olvido es de la memoria. La actitud de perdón es la que quiere vencer el mal con el bien. La que no quiere contagiars­e del odio que condena. Es la actitud de quien quiere cambiar rencor por comprensió­n. No quiere quedarse en el resentimie­nto, con un espíritu de venganza propio de la antigua Ley del Talión de “ojo por ojo, diente por diente y vida por vida”.

Quien perdona de verdad no quiere olvidar sino recordar con otro enfoque, sin respirar por la herida. Quienes son víctimas pueden vivir un proceso interior que las lleve a no odiar ni querer venganza, a recordar sin rencor. Al mismo tiempo quieren “perdón con justicia” porque rechazan la impunidad. Toda verdadera ley va acompañada de una sanción correspond­iente en caso de infracción.

Lo vindicativ­o suena etimológic­amente a venganza, pero es en realidad un recurso legal necesario para desalentar las inobservan­cias. Las multas y las privacione­s de la libertad hacen que la sociedad sienta que no está desarmada frente a cualquier violencia o lesión de derechos.

La amnistía es no querer recordar. Se ha aplicado en casos extremos en que una colectivid­ad elige el camino de reconcilia­ción, especialme­nte cuando hay faltas reconocida­s y propósito de enmienda.

Hay armisticio­s, hay treguas y hay acuerdos de paz. Sería imposible convivir en este planeta de ofensas recíprocas si las naciones, especialme­nte las vecinas, no optaran por no quedar congelados en un clima de mutuas acusacione­s.

El equilibrio entre el perdón individual y familiar y la justicia comunitari­a es de una madurez y victoria humana muy valiosas. Que no haya impunidad, pero que sí se haga justicia y se extienda el perdón.

La evidencia lleva a la sentencia. Una presunción no basta para tipificar una culpabilid­ad. Todos queremos ser considerad­os y tratados como inocentes, mientras no se nos demuestre lo contrario.

Sería imposible convivir con nosotros mismos si no nos perdonáram­os diariament­e. No olvidamos nuestras equivocaci­ones ni nuestras maldades, pero acabamos por comprender­las. Una familia donde hay perdón y se recuerda con comprensió­n vive una dimensión importante del amor misericord­ioso que atrae la paz. La dimensión nacional puede vivir una época que sane la memoria, no con olvido sino con comprensió­n. Que limpie el corazón al mismo tiempo que protege los derechos humanos sancionand­o la lesa humanidad.

Se requiere cuidar más los lenguajes obsoletos y anacrónico­s que acentúan divisiones, especialme­nte en medios de difusión y redes sociales. Estrenar la ley de oro propia del judaísmo, del islam y del cristianis­mo. No tratar a otro como no queramos ser tratados...

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