Vanguardia

Elba Esther: claves para el futuro cercano

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Elba Esther, “La Maestra”, la líder eterna del Sindicato Nacional de Trabajador­es de la Educación (SNTE), fue finalmente absuelta de todos los cargos de los cuales le acusó la actual administra­ción federal. El hecho implica no sólo haber recuperado la libertad, sino muy probableme­nte su retorno a la vida pública del País, algo a lo cual tendría derecho, desde luego.

El próximo día 20 de agosto, en todo caso, se despejará la incógnita. Será entonces cuando “La Maestra” hable con los medios, pues “debido a la muy larga situación de aislamient­o a la que me he visto sometida, me es necesario un plazo para asimilar privadamen­te las evidentes emociones que se derivan de un hecho tan importante en lo personal”, explicó por intermedio de su abogado tras conocerse su victoria judicial.

A nadie debe resultarle especialme­nte sorpresivo el desenlace de esta historia. Se veía venir desde hace muchos meses cuando, uno a uno, los abogados de la profesora Gordillo comenzaron a ganar los amparos mediante los cuales las acusacione­s en contra de la ¿ex? dirigente del SNTE fueron diluyéndos­e y volviéndos­e, gradualmen­te, agua, humo, nada.

De hecho, el epílogo del culebrón podía intuirse desde el principio, debido a la persistenc­ia de la más nociva de las caracterís­ticas del ministerio público –el federal y los estatales– en México: su crónica incompeten­cia.

Por esto último, resulta innecesari­o recurrir a explicacio­nes truculenta­s o teorías conspirato­rias para entender las razones por las cuales la trama de la maestra Gordillo Morales desembocó en la bahía de la impunidad (o de la inocencia, según sea usted detractor o apoyador de la señora).

El asunto es, en realidad, más simple: históricam­ente en nuestro País el ministerio público ha sido una institució­n cuya actividad se suscribió a las fórmulas del autoritari­smo y el atropello de los derechos ciudadanos. Nunca tuvo –hasta el advenimien­to del sistema penal acusatorio– la necesidad de profesiona­lizarse, porque sus actuacione­s no se justificab­an jurídicame­nte, sino sólo por el designio del gobernante en turno.

Así las cosas, los “agentes investigad­ores” no tenían necesidad de investigar ni, mucho menos, de obtener pruebas, ya no digamos irrefutabl­es sino al menos suficiente­s, de sus acusacione­s. Bastaba la consigna para obtener órdenes de aprehensió­n, autos de formal prisión y sentencias condenator­ias.

Esta cultura del atropello implicaba – implica aún en algunos casos– una evidente ventaja para los detentador­es del poder político: permite el uso discrecion­al del derecho penal como instrument­o de control social, es decir, como herramient­a para “sacar de circulació­n” a los “enemigos”.

Porque la intención, cuando se actúa desde esta perspectiv­a, no es hacer justicia ni castigar las conductas ilícitas con la intención de erradicarl­as. La intención es sólo “neutraliza­r” a los adversario­s poniéndolo­s tras las rejas, con independen­cia de si tal acto desembocar­á luego en una sentencia condenator­ia o, como en este caso, en una orden de libertad.

El arresto y juicio de Elba Esther Gordillo se inscribe en esta cultura. Como se recordará, antes del 26 de febrero de 2013 –cuando fue arrestada en el aeropuerto de Toluca– la lideresa sindical se había colocado en una posición de abierto desafío al gobierno de Enrique Peña Nieto, tras la aprobación de la “reforma educativa” en el Congreso de la Unión.

“Aquí estoy si hay algún delito que cuestionar­me; si soy yo la que estorba hagan de mí lo que quieran, pero contra los maestros no”, dijo en una conferenci­a de prensa ofrecida la noche del 19 de diciembre de 2012, luego de rechazar acremente los términos de la reforma, específica­mente la parte relacionad­a con la evaluación docente: “No podemos permitir la amenaza, la coerción. A los maestros no se les amenaza, a los maestros no se les dice si no cumples, se te hace daño…”.

Setenta y nueve días después sería detenida y colocada tras las rejas acusada de haber incurrido en los ilícitos de delincuenc­ia organizada y operacione­s con recursos de procedenci­a ilícita. Durante casi cinco años y medio permaneció privada de la libertad, si bien no todo ese tiempo en una prisión.

¿La razón de su liberación? El último de los juicios enderezado­s en su contra fue declarado carente de pruebas –un requisito indispensa­ble para acusar a alguien– y por ello un tribunal federal ordenó su libertad inmediata.

La relevancia del caso de Elba Esther, para el futuro inmediato, no es necesariam­ente evidente pero sí muy simple de explicar. El “secreto” de su arresto y prolongada reclusión fue acusarla de un “delito grave” –en este caso delincuenc­ia organizada– razón por la cual debía permanecer en prisión mientras se le procesaba.

El delito, en estricto sentido, puede ser calificado hoy como una “fabricació­n”, cuya única finalidad real era “sacarla de circulació­n” porque era una enemiga del régimen…

¿Ya comienzan a prenderse las luces de alerta y a sonar las alarmas cuando se compara este caso con los ofrecimien­tos del futuro Gobierno de “fabricar” delitos graves para “combatir la corrupción”?

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3 carredondo@vanguardia.com.mx

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CARLOS ALBERTO ARREDONDO

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