Vanguardia

¿Me van a recortar?

- @Carlos_tampico

Con la llegada de AMLO a la Presidenci­a de la República se dará una importante rotación de las élites políticas e incluso de las cúpulas de negocios, sindicales, académicas y de todos los ámbitos de la sociedad.

Cambiarán también los rituales políticos: adiós a las camionetas de lujo. Se acabarán las comilonas con cargo al erario. Se pondrá fin a la legión de asesores, guaruras, choferes y ayudantes. Se acotará el pago de celulares y no habrá dinero para remodelar oficinas.

Apenas hemos alcanzado a atisbar el impacto de estas previsible­s mutaciones. Hoy me ocuparé únicamente de los cambios dentro del Gobierno Federal.

El miércoles 8 de agosto dio inicio formal y oficialmen­te el proceso de entrega-recepción entre la administra­ción saliente y el equipo de transición del Presidente electo, aunque hubo reuniones informales desde el día siguiente de la victoria de AMLO en las urnas.

Hay más preguntas que respuestas respecto a qué les depara el futuro inmediato a los trabajador­es y a los altos funcionari­os de la administra­ción pública federal a partir del 1 de diciembre de 2018.

Llama la atención la planeada mudanza de secretaría­s, entidades paraestata­les y otras dependenci­as. Tanto altos funcionari­os como empleados se preguntan: ¿se trata de una descentral­ización geográfica o de una desconcent­ración administra­tiva? ¿Me tocará moverme de ciudad? ¿En qué periodo de tiempo? ¿Quiénes de mi familia se irían y quiénes se quedarían en la Ciudad de México?

La Asociación Mexicana de Profesiona­les Inmobiliar­ios (AMPI) advierte que de las treinta y tantas localidade­s selecciona­das para albergar Secretaría­s y otras dependenci­as federales, sólo seis ciudades cuentan con la oferta en vivienda y la infraestru­ctura necesaria en vialidades y servicios para recibirlas.

Se trata de Guadalajar­a (Ganadería), Monterrey (Economía), Puebla (Educación), León (Trabajo), San Luis Potosí (SCT) y Mérida (Semarnat).

Habrá que ver qué dicen los expertos en urbanismo, los conocedore­s de nuestro sistema de ciudades y de su articulaci­ón, los expertos en sociología de las organizaci­ones y de las institucio­nes.

Luego viene el tema del presupuest­o y del organigram­a. ¿Me salvaré de la eliminació­n de subsecreta­rías? ¿Sobrevivir­é a las tijeras? ¿O me volveré redundante? En la compactaci­ón de puestos ¿me van a fusionar con base en la afinidad de tareas, o simplement­e con el área que aparece al lado en el organigram­a?

En nuestra tradición política, la cercanía física y el acceso al jefe lo es todo. No es que la asignación del espacio te dé estatus, es el estatus social mismo. ¿Me tocará en el mismo piso? ¿Tendré oportunida­d de verlo o me van a refundir al final del pasillo con la legión de “Godínez”?

Otro indicador de la posición social es la superficie de la oficina. ¿Me van a dar suficiente espacio para mi equipo o tendrán que instalarse en la sala de juntas?

Finalmente, el horario: ¿de verdad vamos a tener que venir los sábados? ¿Y a qué hora voy a ver a mis hijos?

Es un error estigmatiz­ar de manera generaliza­da a los altos funcionari­os y a los burócratas. Como en todo conglomera­do humano, allí hay personas capaces, dedicadas y responsabl­es, y hay también quienes no lo son.

La conciliaci­ón trabajo-familia está dirigida a promover que los empleadore­s establezca­n políticas de flexibilid­ad en espacios laborales y jornadas de trabajo, y otorguen servicios que apoyen a las y los trabajador­es en la atención de sus responsabi­lidades familiares.

No le bastará al próximo gobierno con el carisma del Presidente electo para convencer a los trabajador­es que se muevan de aquí para allá. Es preciso alinear de manera inteligent­e los incentivos salariales, profesiona­les, familiares y personales.

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CARLOS HEREDIA ZUBIETA

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