Vanguardia

UN REFLEJO

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¿Alguna vez te has puesto a contar cuanto tiempo de tu día inviertes en

tu apariencia? El tiempo en el que te miras en el espejo, arreglando tu cabello y tu rostro, eligiendo tu ropa, en fin, cada quien tiene sus métodos. Y ahora, ¿cuánto tiempo inviertes en ser una mejor persona?

Todos hemos escuchado alguna vez que la forma en la que se comparta una persona dice mucho sobre su interior, pero pocos hemos analizado que nosotros somos personas y que esa frase se refiere en la mayoría de las veces a nosotros mismos.

Todos exigimos un país sin corrupción, una vialidad respetada, un matrimonio fiel y amistades leales. Resulta muy fácil apuntar hacia todos lados cuando no conseguimo­s lo que queremos, pero la pregunta aquí es ¿Cómo buscamos eso?

Hablando de frases que todos hemos escuchado, “Al apuntar con un dedo, tenemos cuatro más que nos apuntan de vuelta”. Y si, ¿cómo esperamos todas esas cosas si hacemos trampa en cuanto tenemos la oportunida­d, si no ponemos la direcciona­l, si no somos fieles ni leales?

Cruda verdad, pero así hemos criado a nuestra sociedad. Tenemos niños que se preocupan más en la marca de sus tenis que en hacer buenas amistades, jovencitas que no valen nada de no ser por la marca de sus zapatos, hombres y mujeres a los que les importa más el dinero que su moral. Capaces de dar agua destilada a niños con cáncer, o dejar países en deuda robando los fondos en educación.

Es triste ver 7 mil millones de personas habitando un planeta sin humanidad. Nos hemos convertido en una civilizaci­ón que pretende una vida en vez de vivirla. Los placeres se basan en materialis­mo, al grado en el que pocos conocen el placer de amar verdaderam­ente, reír hasta que broten lágrimas, o hacerle el día a alguien.

Los lugares en los templos e Iglesias están repletos de personas llenas de reglas y prejuicios, muchas veces incapaces de ayudar a un ser necesitado, que incluso nos llegamos a olvidar del verdadero significad­o de todo eso: amar.

Dejemos atrás esa obsesión de etiquetar a las personas por lo que visten y no por lo que realmente valen. La mejor forma de demostrarl­o es con el ejemplo.

Nacemos sin nada y nos vamos de la misma manera. Todo lo demás se queda. Lo único que al final importa son los lazos que creaste con las personas por medio de sus recuerdos.

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