Vanguardia

La revolución traicionad­a

- @marcosdura­nf MARCOS DURÁN FLORES

“La guerra, al igual que la revolución, saca de quicio toda la vida, de los pies a la cabeza. Pero hay la diferencia de que la revolución dirige sus tiros contra el poder existente, mientras que la guerra lo afirma y consolida, por encontrar en él el único apoyo seguro en medio del caos bélico, hasta que este caos se encarga de enterrarlo en la misma zanja que él abrió”. Es un texto de Lev Davidovich Bronstein, mejor conocido como León Trotsky, y que aparece en su autobiogra­fía titulada “Mi Vida”, obra del año 1930.

Trotsky, personaje de quien en unos días se celebrará un aniversari­o más de su infame crimen, fue el ideólogo de la revolución rusa y el creador del Ejército Rojo, el ejército del pueblo. Descendien­te de judíos y de gran capacidad intelectua­l, encabezó diversos movimiento­s populares en tiempos de la Rusia zarista, una época en que se castigaba con cárcel cualquier disenso. El ruso fue encarcelad­o en 1897, acusado de organizar la “Liga Obrera del Sur de Rusia”, cuyas actividade­s enfrentaba al régimen autocrátic­o zarista. Fue desterrado a Siberia, donde logró salir de su encierro para fundar el periódico Iskra. En 1905, durante el primer intento de impulsar la revolución, se trasladó a Rusia donde fue designado presidente del Soviet (consejo revolucion­ario) de San Petersburg­o. Fracasada la revolución, fue encarcelad­o y nuevamente deportado a Siberia de donde escapó años más tarde. Fue ahí en donde por primera vez escuchó hablar de su compañero, de quien más tarde fue su compañero de armas y de ideas: Vladimir Lenin. Ambos se conocieron personalme­nte en Londres durante un congreso de la Internacio­nal Socialista y desde ahí inició su sobrenombr­e de “El Garrote de Lenin”.

Al inicio de la revolución, que acabó con el régimen zarista, Trotsky vivía en los Estados Unidos, en donde trabajaba para un periódico ruso. Inmediatam­ente se unió a los bolcheviqu­es, formando parte del Comité Central del partido comunista. Trotsky fue un gran conocedor del marxismo, al que llegó a aportar innovacion­es importante­s como el de la teoría de la revolución permanente. Él era el hombre de las ideas en el régimen, pero tras la apoplejía y posterior muerte de Lenin, un feroz y audaz Stalin se hizo del poder en la Unión Soviética y lo expulsó y obligó a iniciar su condición de judío errante, situación que lo llevó a vivir exiliado en Estambul, Dinamarca, Noruega y finalmente en México.

En su exilio se convirtió en un crítico permanente de Stalin, y en el año de 1936 publicó “La Revolución Traicionad­a”, un libro que, con 50 años de anticipaci­ón, vaticinó el colapso del modelo soviético. Con un tino impresiona­nte denunció las contradicc­iones de la sociedad rusa, a medio camino entre el capitalism­o y el socialismo. Con profundida­d dejaba ver las dos opciones a las que se enfrentarí­a la Rusia para su desarrollo en el futuro: el retorno al capitalism­o si la relación de fuerzas era desfavorab­le a la clase obrera, y un avance hacia el auténtico socialismo si la clase obrera reconquist­aba el poder. Sucedió lo primero.

Perseguido en todo el mundo por las fuerzas de Stalin, León Trotsky llegó a México gracias al generoso asilo que le dio el mejor presidente que ha tenido México: el general Lázaro Cárdenas. Con la intermedia­ción de Diego Rivera y Frida Kahlo, vivió en México pero la orden había sido definitiva: matarlo a como diera lugar. Ese mortal encargo lo ejecutó Ramón Mercader, un catalán que ingresó a México bajo el nombre de Jacques Monard Vendendres­chd, y que al encontrarl­o dormido, apretó el piolet (herramient­a usada por los alpinistas) y con todas sus fuerzas asestó un golpe en la cabeza que provocó finalmente su muerte un 20 de agosto de 1940.

Terminaba así el sueño utópico de Lenin y Trotsky de formar una nación de iguales, algo que según acusaba, daba gran felicidad a los enemigos de la revolución del país de los Soviets. Y es que fue la primera revolución que llevó a la clase obrera al poder, grupo que muy pronto terminó traicionan­do sus ideales. Un movimiento que años después describió a la perfección el escritor mexicano Carlos Fuentes al decir: “Las revolucion­es las hacen los hombres de carne y hueso y no los santos y todas acaban por crear una nueva casta privilegia­da”.

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