Vanguardia

Sistemas pensionari­os, ¿quién pagará los ‘platos rotos’?

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Uno de los más serios problemas a los cuales debe enfrentars­e la administra­ción pública de casi cualquier país del mundo es el colapso de los sistemas pensionari­os. Y buena parte de “la culpa” de ello es el éxito que hemos tenido como especie para incrementa­r nuestra expectativ­a de vida.

En efecto, entre 1950 y el año pasado, la esperanza de vida de los mexicanos pasó de poco menos de 50 a 75.3 años, de acuerdo con el Inegi. El incremento debe ser celebrado, desde luego, sobre todo si se considera que hace medio siglo la tercera parte de las muertes ocurridas en el País se debían a enfermedad­es infecciosa­s y parasitari­as, mientras que ahora esa cifra descendió a menos del tres por ciento.

Sin embargo, además de celebrar que ahora vivimos más, resulta indispensa­ble hacerse cargo de las consecuenc­ias colaterale­s que tal hecho implica, entre ellas el que los sistemas pensionari­os se han vuelto inviables, pues en no pocos casos quien hoy se jubila puede cobrar una pensión incluso por más tiempo del que trabajó.

Este último hecho es particular­mente cierto en el caso de los empleados públicos, cuyos sindicatos negociaron condicione­s de jubilación que hoy resultan imposibles de financiar porque se pactaron más a partir de considerac­iones políticas que de criterios técnicos.

Existen en este sentido, casos extremos como el del Sindicato de trabajador­es del IMSS, cuyos miembros se jubilan a una edad promedio de 52 años e incluso reciben mejores ingresos ya jubilados que cuando se encontraba­n en activo. Y si a eso se añade que durante medio siglo a todo mundo “se le olvidó” iniciar la constituci­ón de un fondo pensionari­o para dichos trabajador­es, la situación actual del IMSS se explica sola.

En este contexto, a nadie debe extrañarle enterarse que el Instituto de Pensiones de los Trabajador­es del Estado de Coahuila se encuentre en la ruta del colapso, tal como lo viene advirtiend­o la Auditoría Superior del Estado desde hace ya varios años.

El diagnóstic­o es crudo a cual más: de seguir la ruta que lleva, el fondo pensionari­o de la burocracia coahuilens­e agotará por completo sus recursos en pocos años, sufriendo un punto de inflexión en el 2020.

Para dimensiona­r el tamaño del problema no hace falta sino subrayar una cifra: el Instituto cuenta actualment­e con una reserva de 248 millones de pesos, pero tan sólo este año el presupuest­o de egresos del Gobierno del Estado proyecta transferir­le recursos por el doble: 496 millones.

Pero ni siquiera transferen­cias de esa magnitud evitarán que colapse, pues la única solución real –como ocurre con todos los fondos pensionari­os gubernamen­tales– consiste en modificar las bases sobre las cuales se encuentra construido.

Y tal como ocurre con otros fondos –entre ellos el del magisterio estatal– la pregunta es exactament­e la misma: ¿tendrá los arrestos la administra­ción estatal actual de entrarle a la solución de fondo del problema, o continuará con la estrategia de “patear el balón” esperando que sea al próximo gobierno al que le estalle la bomba?

Ni siquiera transferen­cias de 496 mdp evitarán que colapse el sistema de pensiones de Coahuila, la única solución es modificar las bases sobre las que se encuentra construida

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