Resentidos
Los males de la humanidad triunfan. No es buen tiempo para la bondad, el humanismo, el tirar la mano al próximo, al prójimo; no es buena época para ayudar al menesteroso, al necesitado, el socorrer a la viuda, a los niños desamparados, darle trabajo al desempleado. Nada de eso. Triunfa y afloran en estos años el resentimiento social, la amargura, el racismo, la homofobia, el machismo, el abuso en todas sus manifestaciones y variantes, una especie de determinismo social y económico (jodido naciste, jodido seguirás). Siempre, siempre ha sido así, pero hoy este tipo de emociones y sentimientos (¿o de plano, es nuestro ADN? Usted tiene la mejor respuesta) son el común denominador en Italia (Matteo Salvini), Inglaterra(boris Johnson); ni se diga donde se ha gestado lo anterior, Estados Unidos (Donald Trump) y ahora, alcanzó a Brasil, a un país del cual el continente depende en mucho por su población, su economía, su práctica de culto religioso (es el país con más católicos en el mundo, ojo) y todo lo que lo envuelve como una potencia americana (arriba de México, por supuesto). Hoy la derecha harto conservadora, si no de plano retrógrada, ha tocado a las puertas para gobernar (va a ganar) en la figura de Jair Bolsonaro. El 28 de octubre será la segunda vuelta de las elecciones en Brasil y lo repito, va a ganar.
El crisol multirracial en que se ha convertido el estado de California de los EU en general y Los Ángeles en particular, viene produciendo monstruos y también prodigios. Colonizado el territorio por una turba de monjes católicos encabezados por el célebre Padre Kino, fueron bautizando con una vocación adánica los pueblos y poblados que fueron sembrando, hasta constituir lo que ahora conocemos como California, a ambos lados de la cicatriz que ahora se le llama frontera México-eu, la cual con muro o son él, es testigo de un intercambio legal o ilegal. No son gratuitos entonces los siguientes nombres: San Diego, (El Sagrado) Sacramento, San Francisco, San Fernando, San Blas, San Lucas… el tufo cristiano está en todo y a todos cubre con su manto protector o bien, con su manto excluyente. En este crisol, en ese cazo donde hierve la sangre de latinoamericanos, afroamericanos, anglosajones, italianos, turcos, coreanos, el siguiente diálogo es común: “¿Es usted mexicano? –preguntó–. Me señaló con el dedo y rompí a reír. ¿Mexicano yo? –Negué con la cabeza–. Soy americano, señora Hargraves. Además, tampoco es un cuento sobre perros. Es sobre un hombre y está muy bien. No sale ni un solo perro en toda la historia. En esta pensión no admitimos mexicanos –dijo–. No soy mexicano. Y el título del cuento lo saqué de la fábula. Ya sabe: ‘Y el perrito rió al ver una cosa tan rara’. Tampoco judíos”.
Usted lo sabe, todo lo veo a través de los lentes de la literatura. Y es en la literatura y sus buenos libros, donde me he formado y donde descubro todo lo que luego se cristaliza. Como ahora, en la figura del reaccionario Donald Trump. El protagonista de este pequeño episodio es el álter ego del escritor italoamericano, John Fante, el también aprendiz de escritor Arturo Bandini, quien solicita alojo en una pensión californiana donde el racismo, la segregación, el resentimiento y podredumbre de las relaciones humanas afloran a la menor provocación posible en una ciudad que ya les fue arrebatada a los nativos gringos. Arrebatada les fue porque al final de cuentas, jamás la tuvieron del todo.
El fragmento anterior es de la novela “Pregúntale al Polvo”, editado por editorial Anagrama. El autor, lo dijimos ya, es John Fante, un norteamericano, hijo de emigrantes italianos, nacido en Denver, Colorado, en 1909, quien radicó en Los Ángeles la mayor parte de su vida, hasta su muerte en 1983. Es decir, el próximo año se cumplirán 110 años del nacimiento de este narrador al que la academia no ha dudado en etiquetar como el principal precursor y exponente del “realismo sucio”. Su relativo éxito al día de hoy se debe a la promoción que de él hizo en su momento, el que se considera a sí mismo su hijo, Charles Bukowski, quien solicitó a su editor hacia 1980, la reedición de la totalidad de la obra del narrador italoamericano.
Dijo el alcoholizado Charles Bukowski: “Un día cogí un libro, lo abrí… cada renglón poseía vida propia. He ahí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el dolor se entremezclan con soberbia sencillez. Comenzar a leer aquel libro fue para mí un milagro tan fenomenal como imprevisto. Se titulaba ‘Pregúntale al Polvo’ y el autor se llamaba John Fante. Tendría una influencia en mis propios libros durante toda mi vida”.
El inmigrante despreciado y resentido que fue Fante, terminó convertido en leyenda y canonizado al día de hoy gracias a los oficios de otro resentido que buscó afanosamente su parcela de “sueño americano”, Bukowski. John Fante retrató, ya en aquellos años ochenta del siglo pasado, la insularidad del ser humano en esa comedia de vanidades que son las ciudades norteamericanas, el eterno conflicto racial jamás superado y ese deseo obsesivo por narrar el apocalipsis de una sociedad convertida en un imperio que no se desmorona.
La derecha avanza, el racismo y el machismo se posesionan. Jair Bolsonaro va a ganar en Brasil. Así las cosas. www. vanguardia. com.mx/ diario/ opinion > El rol de los jueces en la sociedad > El legado de Manuel Clouthier > Desconfianza, el nombre del juego —Está aireadita.
Así dice la gente hablando de Amapola. Eso significa que no está bien de la cabeza porque al nacer le entró aire en ella.
Amapola es una linda muchachita de 15 años. Cuando me ve me dice: “¿Cómo estás?”. A don Abundio, el hombre de más edad en el Potrero, le dice: “¿Cómo estás?”. La vez que el Gobernador visitó el rancho, Amapola le dijo: “¿Cómo estás?”.
Lo que nadie conoce –quizá solamente yo– es que Amapola sabe leer. Aprendió en secreto. Iba a la escuela y se sentaba atrás; parecía estar viendo por la ventana el vuelo de las mariposas. Pero memorizaba las letras escritas en el pizarrón: “Ese es oso”… “Mi mamá me ama”…
Yo dejo que Amapola entre en mi casa y hago como que no la veo cuando toma un libro –cualquier libro– y va a la huerta a leerlo. Se ha llevado “El Origen de las Especies”, de Darwin; “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury y las “Confesiones” de San Agustín.
¿Qué pensará Amapola de las cosas escritas por los hombres? No lo sé. Pero cuando vuelve a poner el libro en su lugar hay en sus labios una sonrisa vaga.
¡Hasta mañana!...