Vanguardia

LA PAZ ES EL VERDADERO FIN DE LA GUERRA

El Quijote I, 37

- JUAN ANTONIO GARCÍA VILLA

En la venta (hospedería del camino) se suceden una serie de acontecimi­entos. Chuscos unos, patéticos otros. Como la singular batalla que don Quijote sostiene contra un par de cueros llenos de vino tinto, que él cree que son gigantes y considera haberlos derrotado cuando derraman su contenido al horadarlos, y piensa que se han desangrado los tales gigantes.

Pues bien, en la venta un crecido número de comensales tomó asiento para cenar en “una larga mesa” y le “dieron la cabecera y principal asiento, puesto que él lo rehusaba, a don Quijote”. Tomaron asiento los huéspedes de la venta, la señora Micomicona, Luscinda y Zoraida, don Fernando y Cardenio “y luego el cautivo y los demás caballeros, y al lado de las señoras, el cura y el barbero, y así, cenaron con mucho contento”.

Con la atención de todos puesta en él, don Quijote empieza a hablar sobre las armas y las letras, “que requieren espíritu” ambas. A continuaci­ón dice: “veamos ahora cuál de los dos espíritus, el del letrado o el del guerrero, trabaja más, y esto se vendrá a conocer por el fin y paradero a que cada uno se encamina, porque aquella intención se ha de estimar en más que tiene por objeto más noble fin”. Señala que en el caso de las armas éstas “tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida…” que “‘La paz es el verdadero fin de la guerra’, que lo mismo es decir armas que guerra. Presupuest­a, pues, esta verdad, que el fin de la guerra es la paz, y que en esto hace ventaja al fin de las letras”.

Don Quijote pues, considera que el espíritu de las armas es superior al de las letras, porque el objeto y fin de las primeras, que es la paz, es más noble.

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