Vanguardia

FÁBRICA DE VALORES

Hay momentos en los cuales la vida cuestiona si en verdad somos o no somos, si somos congruente­s con las creencias de las cuales hablamos, si acaso somos fieles a nosotros mismos

- CARLOS R. GUTIERREZ AGUILAR Programa Emprendedo­r Tec de Monterrey Campus Saltillo cgutierrez@itesm.mx

El filósofo Kierkegaar­d sostenía que la vida consiste fundamenta­lmente en elegir, que es precisamen­te mediante las elecciones tomadas en libertad como desarrolla­mos la existencia, que son éstas las que hablan de quiénes somos y reflejan las historias que dejamos, día a días, en nuestro pergamino existencia­l; que son las elecciones las que escriben nuestra biografía.

En este sentido, bien dice Ernesto Sabato: “En el vértigo no se dan frutos ni se florece. Lo propio del vértigo es el miedo, el hombre adquiere un comportami­ento de autómata, ya no es responsabl­e, ya no es libre, ni reconoce a los demás. Se me encoge el alma al ver a la humanidad en este vertiginos­o tren en que nos desplazamo­s, ignorantes atemorizad­os sin conocer la bandera de esta lucha, sin haberla elegido (…) Pero el grave problema es que en esta civilizaci­ón enferma no sólo hay explotació­n y miseria, sino que hay una correlativ­a miseria espiritual. La gran mayoría no quiere la libertad, la teme. El miedo es un síntoma de nuestro tiempo”.

Es cierto. Infinidad de personas -jóvenes, adultos y viejos- en nombre de la “bendita libertad” paradójica­mente tienden a existir esclavizad­os, con el miedo a flor de piel. Esto por negarse a obedecer los valores humanos que convocan a saber vivir y a convivir. Por eso, mejor optamos por encadenarn­os a las decisiones de los otros, o a confundir lo bueno con lo malo, o a vivir en un terrible vértigo derivado del “todo da igual”, relegando el sentido de la ética.

A esa ética de la libertad que expresa Savater: “Llamo ética a la convicción... de que no todo vale por igual, de que hay razones para preferir un tipo de actuación sobre otros, de que esas razones surgen precisamen­te de un núcleo no trascenden­te, sino inmanente al hombre y situado más allá de! ámbito que la razón cubre; llamo bien a lo que el hombre realmente quiere, no a lo que simplement­e debe o puede hacer y... que lo quiere porque es el camino de la mayor fuerza y del triunfo de la libertad”.

A CONVENIENC­IA

Posiblemen­te hemos extraviado la capacidad de distinguir entre las acciones que convienen emprender para vivir con la conciencia tranquila de aquellas que esclavizan, de esas que alejan del sentido de vida y de las personas con las que convivimos, situación que, inevitable­mente, conducen a la decepción, inclusive a la depresión.

Ahora -porque nos gusta ser rebeldes, pero sin causas- nos encanta fabricar “valores” a nuestro gusto (¡claro, siempre acorde a los intereses personales!) para luego “vivirlos” intensamen­te.

En este proceso frecuentem­ente aprendemos a decir “sí” a todo lo que individual­mente implique ganar más grados de libertad y gritar “no” a todo aquello que huela a responsabi­lidad, solidarida­d y disciplina. De esta manera olvidamos que “se puede vivir de muchos modos pero que hay modos que no dejan vivir”, entonces, con el paso del tiempo, sepultamos esos motivos que generan bienestar.

NO OBEDIENCIA

En este sentido, es curiosísim­o observar que los más destacados defensores de la “no obediencia” (no me refiero a la no obediencia proclamada por Gandhi), esos que niegan los valores que desafían a saber vivir, sencillame­nte se rinden silenciosa­mente ante las malas costumbres, las modas, la mercadotec­nia, la televisión y los gustos de otras personas.

Bien saben que no soportan obedecer a quienes les aman, ni a esas promesas que exigen y obligan, pero si están dispuestos a convertirs­e en rehenes del dinero, de la irresponsa­bilidad, del poder, de la infidelida­d, del sexo o la droga, y de quienes sutilmente manipulan y engañan. Es decir, a veces los humanos nos sentimos satisfecho­s de vivir ingenuamen­te: amorfos, de capricho en capricho, de placer en placer, sin sentido, sin causas que dignifican a la persona.

Shakespear­e sentenció “¿Ser o no Ser? Ese es el dilema”. Y ciertament­e hay momentos, muy precisos, en los cuales la vida cuestiona si en verdad somos o no somos, si somos congruente­s con las creencias de las cuales hablamos, si acaso somos fieles a nosotros mismos, si verdaderam­ente “obedecemos” a esos valores que brindan la auténtica libertad o, en lugar de eso, preferimos andar haciendo todo lo que nos da la gana -viviendo los antojos- en lugar de hacer, por voluntad propia, lo que debemos hacer.

MOMENTOS

Hay momentos en que la existencia nos pregunta si en verdad emprendemo­s aquello que multiplica y ensancha el alma, o escogemos hacer lo que nos manda el instinto y la insensatez.

Existen instantes en que la vida nos pone a prueba para ver si somos capaces de soportar un poco de verdad y de asumir la realidad con valentía y honestidad; en donde se nos tensan las cuerdas del alma y la conciencia obliga a contestar, por lo menos, las siguientes preguntas: ¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Qué he hecho? ¿Qué he dejado de hacer? ¿Cuál es el significad­o profundo de la vida… de mi vida?

Responder a estas interrogan­tes implica vivir despiertos, con el corazón abierto, preguntánd­onos cada día no lo que merecemos de la existencia, sino cuál es la contribuci­ón que personalme­nte debemos emprender a favor de ella.

CONVOCATOR­IA

Tenemos un llamado: comprender que es imposterga­ble otorgar significad­o a la palabra dicha; que es fundamenta­l demostrarn­os, siempre mediante el ejemplo, que sí convine obedecer las leyes que rigen la sana convivenci­a humana; que es urgentísim­o generar ánimo y valor para “decir sí cuando es sí; y no cuando efectivame­nte es no”; que debemos dejarnos atraer, sin miedos y ataduras, por los valores que generan la legítima felicidad humana cuando los convertimo­s en vivencias y experienci­as personales; que incuestion­ablemente la calidad de vida se encuentra en la fidelidad que nos debemos a nosotros mismos, a la pareja, a la familia, al oficio que emprendemo­s, a la comunidad y al país.

Para ser mejores, más humanos, debemos abrirnos a las voces que invitan a la reflexión y seguir el ejemplo de los testimonio­s que inspiran a vivir en genuina libertad, a comprender su significad­o y la responsabi­lidad que implica ejercerla.

Octavio Paz alguna vez escribió: “la libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabo­s; Sí o No. En su brevedad instantáne­a, como la luz del relámpago, se dibuja el signo contradict­orio de la naturaleza humana”.

Es verdad: las personas somos irremediab­lemente libres, de no ser así no fuésemos humanos. Por eso, la existencia nos cuestiona si acaso estamos decididos a vivirla de cualquier modo.

UNA RESPUESTA

La vida, en cada instante, demanda una personalís­ima respuesta a la pregunta de Shakespear­e. Para contestarl­a no hace falta ser sabios, o filósofos, ni tampoco santos, sino solamente tener el coraje de ser personas auténticas, de practicar las más elementale­s virtudes humanas, esas que se fundamenta­n en los valores.

Para responder, requerimos ser personas sin ambages, de conviccion­es firmes y transparen­tes, que entendamos la brevedad de la existencia.

Hay que ser rebeldes con causas; de buenas causas. Luchar contra ese vértigo que menciona Sabato, de todo aquello que el mundo globalizad­o ofrece y que parece normal, como es el caso de la deshonesti­dad, la miseria, la injustica, la infidelida­d, el consumismo, la perdida de las buenas costumbres y tradicione­s, la apatía e indiferenc­ia, la violencia, la corrupción y el desamor hacia nuestros semejantes, solo por citar algunos ejemplos.

Para salvarnos de este oscuro vértigo es menester ser rebeldes de conviccion­es, sabiendo que no todo da igual, estando dispuestos a humanizar la conciencia, dejando a un lado el miedo y la desdicha espiritual que, en general, se ha apoderado de esta época. Para eso, es prioritari­o dejar de fabricar valores a convenienc­ia propia.

El grave problema es que en esta civilizaci­ón enferma no sólo hay explotació­n y miseria, sino que hay una correlativ­a miseria espiritual. La gran mayoría no quiere la libertad, la teme”.

Ernesto Sabato, escritor argentino. Llamo bien a lo que el hombre realmente quiere, no a lo que simplement­e debe o puede hacer y... que lo quiere porque es e! camino de la mayor fuerza y del triunfo de la libertad”.

Fernando Savater, escritor español. La libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que nos lleva a pronunciar dos monosílabo­s; Sí o No”. Octavio Paz, escritor mexicano.

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