¿Qué nos pasa?
Según el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores, tres de cada cinco ancianos sufren violencia dentro de la familia lo que implica golpes, ataques psicológicos, negligencia, insultos o robo de sus bienes; pero esto no es todo, este grupo de personas padece también de abandono físico por parte de sus hijos y familias.
¿QUÉ HACE MISHA?
Dice un relato: “El abuelo había envejecido. Sus piernas no le obedecían, sus ojos ya no veían ni sus oídos oían, y además carecía de dientes. Cuando comía, la comida se le caía de la boca. El hijo y la nuera dejaron de sentarle a la mesa y le servían las comidas detrás de la estufa, en un rincón. En cierta ocasión le llevaron la cena en un tazón y cuando el anciano fue a cogerlo, se le cayó al suelo y se le hizo añicos.
“La nuera empezó a quejarse de su suegro, diciendo que rompía todo, y juró que desde aquél día le daría de comer en un balde de lavar los platos. El anciano se limitó a suspirar sin decir nada. Poco después, el marido y su esposa vieron a su hijo pequeño jugando en el suelo con algunas planchas de madera; estaba intentando construir algo.
“Movido por la curiosidad, el padre le preguntó: ‘¿Qué estás haciendo, Misha?’ y Misha respondió: ‘papá, estoy fabricando un tazón para daros de comer en él cuando tú y mamá seáis viejos’. El marido y la mujer se miraron y empezaron a llorar, sintiéndose avergonzados de haber tratado así al abuelo”. ¡Vaya que este cuento se queda corto con la realidad actual!
En la antigüedad los padres, los abuelos y en general los adultos mayores eran reverenciados, respetados y apreciados, representaban el símbolo de sabiduría, eran el resguardo de las más apreciadas tradiciones y de los valores más sublimes del mexicano.
Pero el País también en este tema está de cabeza, pues pareciera que la vejez apesta, parecería que ahora las personas de la tercer edad, en lugar de considerarlas como fuente de experiencia y vida, son un estorbo, son indeseables, situación que manifiesta una tremenda discriminación, insensibilidad e ingratitud social.
GUARDERÍAS Y ASILOS
¿Esta realidad será acaso una clase de venganza? Lo comento como referencia a un estrujante comentario que hace tiempo escuché: “Hijos de guardería, padres de asilo”. Terrible pero posiblemente cierto: si los padres mandan a sus hijos a las guarderías, es probable que luego ellos, cuando los padres dejen de ser “productivos”, los despachen a no sé que parte.
Erich Fromm, en su libro “El Arte de Amar”, comparte un concepto que me ha puesto los pelos de punta, y ¿cómo no ha de ser así? veamos: “Si el amor es la única respuesta satisfactoria al problema de la existencia humana, –comenta Fromm– entonces toda sociedad que excluya, relativamente, el desarrollo del amor, a la larga perece a causa de su propia contradicción con las necesidades básicas de las necesidades del hombre… Analizar la naturaleza del amor es descubrir su ausencia general en el presente y criticar las condiciones sociales responsables de esta ausencia. Tener fe en la posibilidad del amor como un fenómeno social y no sólo excepcional e individual, es tener una fe racional basada en la comprensión de la naturaleza misma del hombre”.
Estas líneas revelan que en el mundo hay muchos tipos de guarderías, tal vez más crueles que las conocidas. Me refiero a “guarderías virtuales”.
Existen vastos ejemplos, pero sólo pondré uno en la mesa: la televisión. ¿Cuántas veces no dejamos a los niños que escurran el tiempo, su vida, frente a la pantalla, inclusive en las redes sociales? ¿Qué acaso a sabiendas de las tonterías y graves peligros que inyectan a los niños y jóvenes la mayoría de los programas actuales, deliberadamente se les deja embobarse? En este sentido, pareciera que tienen permiso de aprender de las sutiles ideas que brinda la televisión y otros medios, sin percatarnos que esto les corta sus alas y atrofia su creatividad.
¿No será precisamente esa forma de pensar en donde se generan las excusas para evadir las más esenciales responsabilidades humanas? Si no fuera así, ¿entonces por qué existen tantos hijos huérfanos de padres vivos, tantos muchachos que anhelan el amor de sus progenitores? ¿Acaso no abundan tantísimos jóvenes que mendigan segundos de atención a sus ocupadísimos padres?
PRESENCIA IGNORADA
Pero eso no es todo, ahora también los hijos, de tiempo en tiempo, –y casi siempre por mucho tiempo– remiten a sus padres a “asilos virtuales”. Y esto sucede cuando los hijos ignoran la presencia de ellos, cuando florece la ingratitud ante los esfuerzos que ellos hicieron –o siguen haciendo–, cuando solamente se aprecian como proveedores y satisfactores de necesidades.
Es triste, pero es verdad. A los mayores se les abandona en el asilo de la indiferencia cuando se les regatea el tiempo que se les debería de dedicar; cuando se les miente, o se les intenta manipular; cuando solamente a los hijos les interesa el dinero y las comodidades de la casa.
Se les manda al olvido cuando se omiten las personalísimas responsabilidades que todo hijo debe tener con sus padres y su casa, cuando debiendo, queriendo y pudiendo se les dice “no” a las peticiones de los mayores. En fin, cuando se exhibe el apellido por esos escapes de diversión y locura o bien, cuando se incumple con las responsabilidades propias de las edades.
¿COBRAR EL AMOR?
Pero quizá el hospicio más funesto es el que les construye cuando se les pretende cobrar el amor, cuando se hacen las cosas en espera de compensaciones, en esas ocasiones que eso que hacen por los hijos se juzga como actos de obligación y no de amor.
Esto provoca escalofríos, porque parece que las responsabilidades, inclusive la de ser hijos y padres, las hemos encajonado en un ideario generacional que subordina la vida a puras metas económicas, a la comodidad e irresponsabilidad, en donde los medios se transforman en fines, en donde la compatibilidad del amor con la vida cotidiana se transforma en utopía.
Ahora pareciera que los hijos que aman de tiempo completo a sus padres y abuelos, y los padres que
Estamos desembocando en una enloquecida manía de preferir la máscara sobre el rostro, de que tengamos hijos en guarderías y padres en asilos cuyos muros están fabricados de indiferencia, egoísmo y mucha, pero mucha, ingratitud
auténticamente aman a sus hijos son excepcionales; lamentablemente en nuestra cultura el amor es una realidad marginal. Escasa.
UN PAÍS HABITABLE
Somos fruto de un sistema cínico desprovisto de solidaridad, amor y generosidad, de ahí que las familias –y la sociedad– estemos desembocando en una enloquecida manía de preferir la máscara sobre el rostro, lo superficial sobre lo esencial, la muerte sobre la vida; de que tengamos hijos en guarderías y padres en asilos cuyos muros están fabricados de indiferencia, egoísmo, conveniencia, irresponsabilidad, incomprensión y mucha, pero mucha, ingratitud.
El ser humano aguanta lo insoportable, pero no deberíamos de crear, intencionalmente, corazones solitarios, aislados y marginados. Condenados a soportar la indiferencia, el olvido de aquellos que supuestamente los deberían de considerar, cuidar, respetar y amar.
En fin, parece que ahora no sólo hay hijos huérfanos de padres vivos, sino también padres sin hijos, mayores y abuelos abandonados a su soledad y suerte.
Si deseamos vivir plenamente no perdamos el ánimo en ser mejores hijos y padres, personas de gratitud y tolerancia, hijos y padres de tiempo completo. Pues de estos excepcionales esfuerzos individuales, por más imperfectos que sean, dependerá que México sea, de nuevo, un país habitable, un país con principios y valores.
De seguir en esta locura impulsada por la indiferencia, envueltos en el desamor y la irresponsabilidad, el día de mañana a los hijos ingratos les aguarda un tazón de sopa fría en la soledad de un oscuro rincón.
Ahora, ante tanta distracción con las redes sociales, el Google, el Instagram y el Whatsapp, entre otros, el abandono y la indiferencia alcanzan dimensiones gigantescas. En fin, comprender tarde es como jamás haber comprendido.