Vanguardia

UN ÚLTIMO ADIÓS: ¿EN QUÉ ESTAMOS FALLANDO?

- POR KAREN SALINAS

¿Cómo se le pide a alguien con las piernas rotas que corra? No se puede. La salud mental es tan o más importante que la salud física, pero nuestra sociedad minimiza los síntomas y señales de alarma hasta que la depresión alcanza límites trágicos. Todos estamos expuestos.

¿Cómo se le pide a alguien con las piernas rotas que corra? No se puede. La salud mental es tan o más importante que la salud física, pero nuestra sociedad minimiza los síntomas y señales de alarma hasta que la depresión alcanza límites trágicos. Todos estamos expuestos. Si pasas por esto, recuerda: no estás solo y nunca es tarde para pedir ayuda.

Francisco Saldaña recibió muy temprano una llamada en llanto de su madre. “Ven, ven a la casa”, le gritaba descontrol­ada. Francisco corrió a la casa, en el municipio de Matamoros. Cuando llegó, su madre gritaba “Chey, Chey, Chey”.

-¿Qué pasó con Chey? -preguntó Francisco, angustiado por no saber qué pasaba.

-Está muerto -respondió la madre, crispada por el llanto.

Francisco, hermano de Chey, también comenzó a llorar abrazado de su madre. El llanto y los gritos despertaro­n a unos vecinos que llegaron hasta la casa de María Guadalupe, la madre. “Chey está muerto”, dijo Francisco cuando arribaron los vecinos.

Enseguida Francisco preguntó dónde estaba su hermano. No sabía la causa de su muerte y él se imaginaba que lo habían matado, acuchillad­o o simplement­e que no había vuelto a casa. “Está atrás”, dijo su madre. Francisco corrió unos 30 metros hasta el fondo del patio y cuando llegó miró a su hermano. Chey, el cuarto de cinco hermanos, se había colgado, se había suicidado.

“¿Qué hiciste, wey?”, gritaba desesperad­o Francisco. Lo abrazó, lo quiso levantar pero ya estaba duro como una roca, tieso. Mejor se agarró a llore y llore.

Alfredo Saldaña González, de 33 años, se suicidó la mañana del 8 de mayo de 2017. Según datos de la Fiscalía de Coahuila, ese año 214 personas decidieron quitarse la vida, 176 fueron hombres.

A más de un año del suicidio de su hermano, Francisco no entiende por qué Chey tomó esa salida. Recuerda que un día antes lo miró bien, “normal”. Chey era un coreógrafo muy conocido y querido por los matamorens­es, impartía clases de baile en su escuela llamada “La Academia de Alfredo Saldaña”, la cual había fundado en 2007. Chey era una persona sana y apasionada por lo que hacía. Desde los nueve años tomaba clases de baile y música y llegó a ganar diversos premios. Estudió también Diseño Gráfico.

Chey era gay y tenía una pareja. Su hermano Francisco asegura que jamás fue rechazado y su familia siempre lo aceptó. “La relación que tenía con su pareja era estable y su situación económica era buena. Amaba su trabajo. ¿Qué fue lo que pasó? Ni nosotros lo sabemos”, pregunta y se responde Francisco, como si esa pregunta lo hubiera perseguido muchas noches.

Juan Manuel Torres Vega, psicólogo clínico e investigad­or de la Universida­d Iberoameri­cana de Torreón, expli-

La gente piensa que la depresión es de échale ganas, tú puedes, y no, es una enfermedad real que necesita una atención con profesiona­les en el tema”,

OSIRIS PAZARÁN, Psiquiatra del Cisame

ca que en todos los suicidios hay algo que no se sabe. Las personas “famosas”, como lo era Chey en su ciudad, tienden a controlar mucho su imagen, filtran mucho la informació­n que comparten, refiere el especialis­ta.

“El hecho de tener éxito en el trabajo, en la economía no garantiza que la persona esté bien”, afirma el psicólogo.

Torres Vega hace hincapié en que todas las personas tenemos la probabilid­ad de experiment­ar el suicidio.

Quetzalcóa­tl Hernández Cervantes, presidente de la Asociación Mexicana de Suicidolog­ía, también comenta que el éxito no te hace inmune al suicidio, en muchos casos incluso lo impulsa.

El estar bien en muchos aspectos, explica, no significa que la salud mental de la persona sea buena. La psiquiatra Osiris Pazarán, directora del Centro de Salud Mental (CISAME) en Torreón, asegura que las enfermedad­es mentales hacen a las personas más vulnerable­s, especialme­nte los trastornos bipolares y trastornos depresivos graves. “La gente de repente piensa que la depresión es de échale ganas, tú puedes, y no, es una enfermedad real que necesita una atención con profesiona­les en el tema”, asegura Pazarán.

La especialis­ta refiere que hay gestos suicidas como el estar triste, el no querer levantarte de la cama, o empezar a hacer cartas de despedida o hasta gestos como regalar sus cosas, incluso empezar a hablar sobre la muerte.

Según la familia de Chey, él nunca habló de problemas, de la muerte o alguna preocupaci­ón y según su hermano Francisco, nunca se le veía triste. Vivía con su mamá.

Pero quien sí experiment­ó estos síntomas fue “Daniela”, una universita­ria quien decidió mantener su entrevista en anonimato. Daniela platica que comenzó en secundaria con depresión y ansiedad hasta el punto de que su mente estaba llena de pensamient­os suicidas. Esas ideas la orillaron a querer quitarse la vida.

“Lo he intentado tres veces”, dice con voz cortada. La primera fue a finales de secundaria porque, recuerda, ya estaba harta de su vida, de la rutina y de la forma en la que se sentía. “Traté de ahorcarme pero no funcionó”, rememora e inmediatam­ente detiene la charla.

Recordar sus intentos le causa a Daniela ansiedad. Después regresa a la plática y dice que su trastorno depresivo, el cual fue diagnostic­ado cuando tenía 16 años, empeoró al involucrar­se en una relación sentimenta­l que no funcionó.

Quetzalcóa­tl Hernández, presidente de la Asociación Mexicana de Suicidolog­ía, menciona que las decepcione­s amorosas son una de las principale­s causas de depresión, y también puede llegar a influir en hacer más vulnerable­s a ciertas personas a cometer el acto de suicidio.

“Cada persona le da un peso distinto a las rupturas y decepcione­s amorosas, porque de esas hay siempre y no todos caen en depresión o comienzan a tener pensamient­os suicidas hasta cometer el acto”, explica.

En muchos de los casos, amplía el especialis­ta, lo que más afecta a las personas no es el hecho de haber terminado un lazo sentimenta­l con una persona, sino el miedo a estar solo.

“Paola”, otra estudiante universita­ria de 21 años, platica a Semanario su historia bajo la reserva de su nombre. Ella también ha jugado con la muerte desde los 13 años.

A esa edad, Paola tuvo un novio en secundaria del que se enamoró. Sin embargo, platica que la relación le afectó emocionalm­ente y un día, en vacaciones de invierno, intentó suicidarse porque dejaron de hablarse por completo.

Cayó en depresión hasta llegar al punto de que todo en su vida perdió sentido. “Literalmen­te no me importaba nada, no encontraba ni una sola razón para seguir y levantarme”, comenta cinco años después.

Como Paola no podía dormir, un doctor le recetó un medicament­o para controlar su ciclo de sueño. “Una noche yo me empecé a tomar muchas pastillas de esas y lo combiné con algo de alcohol para intentar suicidarme. Solo me acuerdo de que un día me desperté y estaba en el hospital y no me acordaba de nada.

Literalmen­te ni siquiera me acordaba lo que había hecho. Luego les pregunté a mis papás lo que había pasado y no me querían decir nada, solo estaban serios y ya después entre ellos y una psicóloga me dijeron lo que había hecho”, recuerda.

Paola se enteró después que permaneció inconscien­te durante cinco días.

Tiempo después, cuando ella creía que había mejorado, volvió a encontrars­e con su exnovio. Pero los problemas regresaron.

“Esta vez fue diferente me empecé a cortar hasta perder mucha, mucha sangre y pues obviamente mis papás me llevaron al hospital. Me dejaron internada dos semanas con sedantes y me empezaron a tratar tanto psicológic­amente como psiquiátri­camente y me recetaron antidepres­ivos”, narra la universita­ria.

Casos como el de Daniela y Paola son comunes en el CISAME. La directora Osiris Pazarán comenta que reciben de 2 a 3 casos diarios de personas que intentan suicidarse o tienen ideas suicidas. Entre 60 y 90 casos mensuales.

Pazarán comenta que los trastornos más comunes que detonan en intentos suicidas son esquizofre­nia, bipolarida­d, depresión y ansiedad, “pero se puede evitar el suicidio con el manejo farmacológ­ico adecuado”, aclara la especialis­ta.

Asimismo, la Línea de la Vida del Sistema de emergencia­s 911 en Coahuila, atendió más de 2 mil llamadas relacionad­as con intentos de suicidios en 2018.

La directora del CISAME asegura que hay mucho tabú hacia el uso de medicament­os con el fin de mejorar la salud mental, como los antidepres­ivos o ansiolític­os.

“Los casos podrían disminuirs­e en gran medida si se tomara conciencia de la importanci­a de la atención psicológic­a y psiquiatrí­a y si en verdad la gente se diera la oportunida­d de conocer y aprender a utilizar los antidepres­ivos, entre otros medicament­os que ayudan a otra clase de trastornos mentales”, dice la directora del CISAME.

El mayor problema y reto para centros como éste, es el hecho de que en toda América Latina, del presupuest­o asignado a salud, sólo se utiliza el 1% para la atención a la salud mental, según estimacion­es de organismos de salud.

Además, pese a la falta de recursos, Quetzalcóa­tl Hernández, presidente de la Asociación Mexicana de Suicidolog­ía, considera que muchas veces las personas necesitan apoyo pero no pueden pagarlo o los servicios a su alcance son deficiente­s, y esto puede hacerlos altamente vulnerable­s al suicidio.

El especialis­ta en suicidios comenta que en ocasiones la gente que ofrece los apoyos no está realmente capacitada o no tienen conciencia de la importanci­a de su trabajo.

“El mayor reto es la disciplina, el ponerse de acuerdo con lo que es psicoterap­ia, ya que muchas veces cada uno tiene su propia versión.

El otro reto es la población, cómo la gente se cuida, pues la realidad es que la persona se descuida mucho. Nos tardamos en responder ante una situación de salud, todo lo dejamos hasta el último, ya cuando hay riesgo y no buscamos prevenir aun habiendo muchas formas de hacerlo”, añade Quetzalcóa­tl Hernández.

MUERTE AUTOPROVOC­ADA

Las cifras de suicidios aumentan cada año. Según datos de la Fiscalía de Coahuila entregados a través de una solicitud de informació­n, en 2016 se reportaron 192 suicidios en el estado, en 2017 aumentó a 214 casos y hasta octubre de este año se habían reportado 194 casos. De los 600 suicidios registrado­s desde 2016, el 84% fueron hombres, entre ellos Chey, el coreógrafo y bailarín de Matamoros.

Después del suicidio de Alfredo Saldaña “Chey”, la familia se

En una sociedad desigual hay más suicidios, más casos de depresión, más criminalid­ad, más miedo. O sea que la afirmación de que la riqueza de unos nos beneficia a todos es doblemente errónea. Por un lado, no es verdad porque para eso la gente tendría que invertir su riqueza, cosa que no ocurre siempre, y por otro, porque no revierte en más felicidad porque, como hemos dicho, la felicidad depende de la igualdad, de la equidad”

ZYGMUND BAUMAN,

Sociólogo

El éxito no te hace inmune al suicidio"

QUETZALCÓA­TL HERNÁNDEZ CERVANTES,

presidente de la Asociación Mexicana de Suicidolog­ía

Literalmen­te no me importaba nada, no encontraba ni una sola razón para seguir y levantarme”

PAOLA, víctima

reunió para dialogar. Recordaron que una noche antes habían acudido a una fiesta, que habían cenado pastel con leche en la casa. La mamá, María Guadalupe, recordó que su hijo la miraba mucho a los ojos la última noche.

Chey solía estacionar su carro en la cochera, y esa noche sólo lo dejó atravesado en el portón. Las luces de la cocina y sala normalment­e se quedaban prendidas y esa noche las apagó.

María se despertaba a las 6 de la mañana para empezar a preparar los guisos de las gorditas que vende en la Plaza de Armas de la ciudad. Su hijo Chey se levantaba normalment­e a las 7 de la mañana para dar su primera clase de baile. Pero esa mañana no se levantó, su mamá fue a buscarlo, le gritó y no abrió su puerta. Esa noche cerró con seguro su puerta. “No, no, no, Chey, no”, gritó su madre María cuando lo vio.

“Te llevas una impresión al ver esto. Yo hay noches que todavía, aún después de un año y cinco meses, que se me vienen recuerdos de cómo lo hallé”, comenta Francisco, el hermano, con dolor en su mirada.

El dolor de estos testimonio­s es apenas la parte mínima que se puede describir con palabras. Un suicidio termina con más de una vida y representa la falla de todas las institucio­nes sociales y del Estado.

Su mamá piensa que a lo mejor venía arrastrand­o un resentimie­nto.

Desde chicos,

Chey y Francisco vivieron muy de cerca la violencia familiar por parte de su papá.

Él llegaba borracho a la casa y golpeaba a su mamá, patadas en la panza, en la cara, como cayera, hasta dejarla desmayada. Así fueron varios años hasta que se decidió a dejar el escenario de violencia que amparaba su vida y la de sus hijos.

“Yo digo que a lo mejor poquito de aquí, poquito de allá lo cargó, y pues él no era un muchacho que dijera, me pasa esto o me pasa aquello, siempre se lo guardaba todo, o igual y había cosas que le hacían o decían, ese trauma que él venía cargando desde que era niño pues lo llevó a esto. Esa es nuestra imaginació­n pero en verdad no sabemos nada”, opina su hermano.

Los especialis­tas coinciden que las causas de un suicidio son multifacto­riales. Puede ser el au- toestima, el uso de drogas o la falta de uso de medicament­os para trastornos mentales, dice Osiris Pazarán del CISAME. Hernández Cervantes enfatiza en que detrás hay trastornos de depresión, ansiedad, acoso, bullying, deudas o pérdidas de patrimonio, o simplement­e el no sentirse escuchado. Torres Vega, en cambio, asegura que no hay una causa documentad­a por el momento, ya que dos personas no reaccionan frente a una situación de la misma manera, pero hay factores como el estilo de vida, el estrés, problemas en la salud mental, depresión o esquizofre­nia, que hacen a las personas más vulnerable­s. Y las institucio­nes no están preparadas para diagnostic­ar en primer lugar porque en México no hay una cultura de prevención en materia de salud mental. En los planes de estudio de Educación Básica se acaban de implementa­r las habilidade­s socioemoci­onales.

La familia de Chey, asegura Francisco, jamás notó ningún síntoma de depresión o ansiedad.

Su mamá María Guadalupe, 67 años, se acabó desde lo sucedido. Francisco dice que envejeció 10 años y bajó de golpe 25 kilos.

“Entró en una crisis, se desmayaba. Al despertar preguntaba por su hijo con la esperanza de que todo fuera una pesadilla. Pero al percatarse de que no era así, volvía a desmayarse”, recuerda Francisco.

Una amiga la invitó a un grupo de apoyo de tanatologí­a al que a la fecha sigue acudiendo. Francisco dice que le ha servido para resignarse a vivir ese duelo. “Dice que ese dolor no se compara con el de la muerte de abuelos o hermanos, es mucho más intenso, pero igual de repente se nos apachurra”, añade Francisco.

Francisco dice que un suicidio, acaba con una familia completa.

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