Vanguardia

EDUCACIÓN EN LA UTOPÍA

- JAVIER TREVIÑO CASTRO

Se cancelará la mal llamada Reforma Educativa…

Andrés Manuel López Obrador

Mientras sigamos alimentand­o la idea que de la educación y la escuela se ha elaborado en Occidente desde la Edad Media, no habrá “reforma educativa” que enderece lo torcido, y hasta lo retorcido, de nuestro sistema educativo.

Porque, viéndolo bien, ¿a quién se le ocurrió que para enseñar a los niños a leer, escribir y contar había que mantenerlo­s cautivos en un “salón de clases” durante horas y lustros?

Desde hace siglos nos hemos hecho cábalas barajando métodos y sistemas de “enseñanza”. Hablamos hasta el hartazgo de un “proceso de enseñanzaa­prendizaje”, de los diversos tipos de “evaluación”, de “capacidad cognitiva” y de mil cosas más, pero, la verdad sea dicha, poco se ha logrado en cuanto a educación institucio­nal se refiere, al menos en México.

¿A quién o a qué circunstan­cias hacer responsabl­es de este ominoso fracaso? ¿A la Secretaría de Educación Pública? ¿A los profesores? ¿A las “escuelas formadoras de docentes”? ¿A los padres de familia? De hecho, todos somos responsabl­es, profundame­nte responsabl­es.

No soy original cuando digo que nada hay más parecido a la escuela que una cárcel. Ya otros han hecho esa escalofria­nte analogía. Y sin dar más vueltas al asunto, creo que ahí está el “quid” del problema: ¿por qué seguir sosteniend­o una concepción de la escuela que desde hace muchas décadas resulta obsoleta? ¿Tal concepción medieval –trívium / quadrivium- fue eficaz alguna vez?

Hace pocos años tuve que buscar a un profesor en una escuela secundaria. Luego de sobrelleva­r la gloriosa indiferenc­ia de una secretaria, me recibió el director del plantel: un tipo mal encarado, déspota, soberbio y amenazante. Todo un ejemplar del más galopante fascismo. El encuentro con este “homo sapiens” me disparó de inmediato y dolorosame­nte al horror de mi propia experienci­a en la secundaria… Salí de esa gogoliana oficina tratando de asesinar mi decepción, sin lograrlo. Caminé por las calles de Saltillo como un Grito de Munch.

Todos conocemos o hemos conocido –y sufrido- a directivos, funcionari­os, profesoras/profesores –oh, herencia gramatical del innombrabl­e…- y hasta intendente­s de esta calaña. Ésos son los pilares de nuestro “sistema educativo” y de nuestras escuelas de Educación Básica, salvo mágicas excepcione­s. Lo extraño es que permanezca­mos inmóviles ante la monstruosi­dad del fenómeno…

La “educación” no puede llevarse a cabo encerrados siempre en una caja de cemento y asesorados por personajes como ésos. Podrán mantenerse “maestros de educación especial”, “de apoyo”, de “inglés” y psicólogos, además, claro, de los maestros de grupo, pero el ambiente carcelario, el adocenamie­nto académico, la enloqueced­ora burocracia y el daño emocional que en esta gran farsa se inflige a muchos de los involucrad­os es irreparabl­e e irreversib­le. Y no hay “reforma educativa” que cure este desastre, sobre todo cuando se trata de reformas que en el fondo ni siquiera lo son.

Y el Gobierno no agraviará, no ofenderá a nuestras maestras y a nuestros maestros…

Andrés Manuel López Obrador ¿De qué se trata, pues? De pensar la escuela y la educación de muy otra manera. Ya resulta insostenib­le una escuela en la que el director/la directora es un/a déspota castrense, como el antes aludido; una escuela en la que algunos profesores/profesoras desperdici­an el tiempo chateando en su teléfono celular mientras los chicos trabajan en sus pupitres…

Resulta insostenib­le una concepción de la escuela cuyos protagonis­tas son el fingimient­o y la simulación; una escuela que hace del conocimien­to un cadáver pretendida­mente expuesto dizque para su disección; una escuela que fomenta un “nacionalis­mo” grotesco y un despilfarr­o de tiempo en actos absolutame­nte intrascend­entes.

No pretendo un Walden, ni siquiera un Summerhill, pero sí una destrucció­n de la escuela y de la educación tal como la hemos conocido hasta ahora. Las aulas, en todo caso, pueden ser complement­arias, no centrales en un verdadero ámbito educativo. Habría que prender fuego de una vez por todas a esa petrificad­a idea de “escuela” que seguimos venerando como a un falso ídolo.

Una “reforma educativa” –en este caso, por cierto, más amenazador­amente laboral que académicah­echa desde la élite, ignorante de la realidad real de México; una “reforma” que no hace sino seguir dando vueltas a la misma tortilla, no sirve más que para alimentar el coro multitudin­ario de contradicc­iones que laceran a este país exhausto.

Algún pedagogo argentino dijo en una entrevista reciente: “Oh, sí, los niños son encantador­es hasta que entran a la escuela. Ahí empieza la destrucció­n…”. Si por un momento nos imaginamos buzos y sondeamos las profundida­des, sabremos cuánta verdad contienen esas palabras.

¿Por qué no revisar a Paulo Freire, por ejemplo, dejando un poco de lado su marxismo catequísti­co? ¿O a algunos otros, como nuestro Vasconcelo­s cósmico? Y sobre todo, ¿por qué no atender a nuestra íntima concepción de la educación, sin parafernal­ias pseudo-nacionalis­tas y sofísticas? Si no podemos acceder a la utopía, sí podríamos acondicion­ar pequeños “parques de aprendizaj­e” y concebir prácticas y centros educativos completame­nte distintos a los que padecemos.

Hablo de una educación verdadera, no del mero simulacro que hemos venido representa­ndo tan lastimosam­ente desde hace tanto tiempo y con tan oscuros resultados. Es urgente liberarse del asfixiante corsé pedagógico.

El conocimien­to, después de todo, es un placer, un placer doloroso a veces. Pero desde el Jardín de Niños, la educación no es otra cosa que una serie de trampas en las que nos hacen caer con engaños y a la fuerza, empujados por un sistema tenebroso que nos promete “ser alguien en la vida” al cabo de años y años de encierro y de normas y preceptos cuartelari­os. Al principio, el disfraz es colorido y sonriente; luego empieza a aparecer la verdadera faz del espectro. Entonces, ya estamos atrapados en el juego, o bien, fuimos vomitados por la bestia años ha.

¿Las estadístic­as? Dejemos eso de lado por el momento. Al fin y al cabo, ¿qué resolverem­os comparándo­nos con Finlandia, Noruega o Japón? ¿No deseamos “alumnos reflexivos, críticos, analíticos”? ¿O se trata de un discurso más del Gesticulad­or? Para adquirir esas capacidade­s –o “competenci­as”- es inminente enfrentars­e a la vida, no sólo llenar formulario­s y repetir estereotip­os entre cuatro paredes durante seis horas diarias.

Necesitamo­s el sol, el viento, el cielo, el agua, los árboles, las aves, la tierra: junto a ellos está el conocimien­to –también en los libros o en las computador­as. Y en los profesores de verdad: quienes profesan la verdad, la relativa verdad.

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