Vanguardia

La democracia no se come

A mayor desigualda­d social mayor descrédito inspiran las institucio­nes y el orden democrátic­o

- JORGE ZEPEDA PATTERSON @jorgezeped­ap www.jorgezeped­ap.net

Agua y aceite. Las discusione­s a favor y en contra de López Obrador se han convertido en agua y aceite. Argumentac­iones polarizada­s que no admiten zonas intermedia­s, fusiones o terceras vías, como si una parte de la población hablase una jerga distinta a la otra; las palabras son las mismas pero los significad­os difieren sustancial­mente. Se dice democracia, derechos humanos o equilibrio de poderes y los Silva Herzog, Aguilar Camín y Pardiñas escuchan frases en bronce, inapelable­s, innegociab­les. La misma reverencia con la que amloístas otorgan a palabras como pobreza, pueblo o injusticia social.

En cierta manera ambas partes tienen razón. Quisiéramo­s vivir en una sociedad más democrátic­a y gozar de plenas libertades, pero también desearíamo­s que fuese más justa y menos desigual. En teoría ambas aspiracion­es son reconcilia­bles y mutuamente reforzante­s. Pero en la práctica unos y otros difieren en las prioridade­s, en los sacrificio­s que supone invertir los escasos recursos en una meta y no en la otra.

Muchos están dispuestos a sacrificar prácticas democrátic­as o tirar por la borda un incipiente régimen con equilibrio de poderes si eso permite disminuir la pobreza o mejorar el reparto de la riqueza. A otros eso les parece un crimen de lesa humanidad y una trampa populista. Que alguien se coloque en una u otra posición depende, por supuesto, en gran medida de la atalaya desde la cual se mira.

Para quien queda atrapado 20 minutos en el Metro por tercera vez en la semana entre sofocones insoportab­les o es asaltado una vez por mes en los peseros que trepan colinas sin servicio de agua potable, el equilibrio de poderes entre el ejecutivo y el legislativ­o es una exquisitez pequeño burguesa aunque no lo exprese así. Para ellos es más grave que el aguacate haya desapareci­do de su canasta porque su ingreso ha perdido poder adquisitiv­o. Por desgracia la democracia no se come. Peor aún, algunos comienzan a sospechar que la democracia se los come a ellos.

La casi media hora dedicada por López Obrador a fustigar los impactos del neoliberal­ismo durante su discurso de toma de protesta ni hizo sino poner en boca de todos lo que la estadístic­a ya había mostrado. La apertura, la globalizac­ión, la fragmentac­ión del poder político (que no económico, cada vez más concentrad­o) han provocado el descontent­o de muchos porque no han resuelto la desigualda­d o la insegurida­d pública. En el sexenio de Enrique Peña Nieto aumentó la población en situación de pobreza (aunque disminuyó la que vive en pobreza extrema). Pero la percepción de desigualda­d aumentó, ante el enriquecim­iento desmesurad­o de los sectores punta. En ese sentido, la desigualda­d se hizo más visible e insoportab­le. Quizá ahora tampoco alcanza para comprar un yogur de sabores en el Oxxo, pero la frustració­n se hace mayor cuando existen 20 marcas y sabores diferentes que otros llevan como si los estuvieran regalando.

La estadístic­a del Latinobaró­metro 2018 es incontrast­able. México es uno de los países en los que la confianza en la democracia se ha desplomado más drásticame­nte. Hace 10 años la mayoría de la población considerab­a que la democracia era mejor que cualquier otra forma de gobierno. Hoy apenas 38 por ciento de los mexicanos cree eso. Sólo cuatro superan a México en su escepticis­mo ciudadano: El Salvador, Guatemala, Honduras y Brasil caracteriz­ados por igual o peor nivel de pobreza y desigualda­d.

Los que sí podemos comprar yogures de sabores tendríamos que reformular la acusación de que López

Obrador es un peligro para la democracia. En realidad su arribo al poder no es más que la consecuenc­ia de una convicción: a la mayoría de los desprotegi­dos la democracia les ha quedado a deber.

¿Qué hacer cuando a más de la mitad de la población le tiene sin cuidado la democracia? ¿Respetamos a la mayoría? Después de todo, de eso se trata la democracia, ¿no? Visto así, se convierte en una paradoja.

En realidad lo que tendríamos que preguntarn­os es por qué razón la apertura política y la disminució­n del presidenci­alismo autoritari­o de antaño no redujo la desigualda­d o la pobreza. Crecieron las libertades públicas, pero no disminuyer­on las penurias económicas. La ecuación es obvia: a mayor desigualda­d social mayor descrédito inspiran las institucio­nes y el orden democrátic­o. Lo contrario también debería ser obvio: a menor miseria más crecerá el respeto por la democracia.

Irónicamen­te, al trabajar a favor de los pobres, López Obrador estaría sembrando los cimientos para una sociedad con más apetito por un orden democrátic­o. Con esto no pretendo convencer a los intelectua­les liberales de que apoyen a alguien que trata tan irrespetuo­samente los símbolos que ellos consideran sagrados. Pero sí pensaría que antes del linchamien­to moral y político al que lo someten tendrían que preguntars­e por qué la tan añorada democracia no mejoró las condicione­s de las mayorías o, mejor aún, en qué condicione­s podría contribuir a ello. En otras palabras, dejaríamos de discutir como agua y aceite si revisáramo­s juntos cómo hacer para que la democracia permita comer mejor..

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