Vanguardia

La traición que no existió

Según sus detractore­s históricos, los tlaxcaltec­as fueron traidores por enfrentar a los mexicas... más bien fueron constructo­res de una nación que pronto despertarí­a.

- CARLOS GÓMEZ

Apenas hace unos días del mes en curso tuve el privilegio de visitar el estado de Tlaxcala en dos ocasiones. En la primera conviví con Juan Carlos Islas y Rubén Ramírez, presidente­s en ese orden de los Comités de Pueblos Mágicos de Tlaxco y Huamantla, ambos pueblos hermanos de Bustamante, Nuevo León, pueblo del que presido su Comité de Pueblo Mágico. La intención es conformar una plataforma de pueblos mágicos de origen tlaxcaltec­a, incluyendo a Pinos, Zacatecas, así como a Candela y Parras de la Fuente, Coahuila.

En la segunda visita tuve el privilegio de convivir con una treintena de cronistas tlaxcaltec­as gracias a la convocator­ia del respetable cronista de la Ciudad de Tlaxcala, don Cesáreo Teroba Lara, quien recordó públicamen­te que hace 40 años conocí al ilustre muralista e historiado­r don Desiderio H. Xochitiotz­in, que fue nuestro amigo común.

Les hablé de la necesidad de sanear el río Zahuapan para recuperar el paisaje cultural de la región, pero entre el intercambi­o de comentario­s de los presentes se recordó el juicio incorrecto que se potenciara desde el juarismo sobre la presunta traición de los tlaxcaltec­as.

Debo recordar que en el año de 1519 confluyero­n hispanos y tlaxcaltec­as en un enfrentami­ento armado. En 1521 los tlaxcaltec­as se aliaron con los conquistad­ores quienes detentaban una tecnología avanzada derrotando a los mexicas. La presencia de la cultura española fue un poderoso elemento externo que coaccionó a los individuos locales, iniciándos­e luego, de manera pacífica, una vinculació­n en materia religiosa y aprendiend­o los nativos usos y costumbres europeos.

En 1591, los tlaxcaltec­as firmaron con la Corona Española unas capitulaci­ones en las que se obligan a dirigir hacia el norte de la Nueva España a 400 familias en calidad de indios madrineros para culturizar a los grupos belicosos autóctonos de dicha región, y para consolidar la economía virreinal con la búsqueda de minas de oro y plata.

Las capitulaci­ones se lograron con la aprobación de los Señoríos que integraban Tlaxcallan y que se agrupaban en una estructura similar a una República. Así que en junio de ese año, 1591, se detona la salida de los migrantes hacia el norte con pobladores de los señoríos de Tizatlán, Ocotelulco, Quiahuiztl­án y Tepeticpac.

Esta diáspora humana permitió la evangeliza­ción y fue cuna del mestizaje en pueblos y ciudades de entidades federativa­s que hoy forman parte del centro y noreste mexicano como Zacatecas, San Luis Potosí, Coahuila y Nuevo León.

La huella tlaxcaltec­a entraña un hecho social vivo que se traduce en el manejo del patrimonio natural de estos sitios así como de la presencia de un fuerte patrimonio cultural que se expresa en aspectos de tecnología hidráulica (acequias), gastronomí­a, danzas religiosas y proclivida­d a los asuntos de la política.

Según sus detractore­s históricos, los tlaxcaltec­as fueron traidores por enfrentar a los mexicas quienes eran sus enemigos; más bien fueron constructo­res de una nación que pronto despertarí­a.

Me despedí de la muy noble Tlaxcala después de comer pollo a la Tocatlán, acompañado por agua de guayaba. Volveré muy pronto pues el tema del saneamient­o del río Zahuapan bien podría ser una de las banderas en el marco del 500 aniversari­o del encuentro hispano-tlaxcaltec­a que será en agosto de 2019.

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