Vanguardia

La oportunida­d de Zaldívar

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El ministro Arturo Zaldívar, que el pasado 2 de enero fue electo como presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, tiene una oportunida­d de oro, de esas que se presentan solamente una vez en décadas: cuenta con todos los elementos para encabezar una verdadera revolución pacífica en materia de justicia para México.

Nunca habíamos tenido a un presidente de la Corte con tantos y tan reconocido­s méritos académicos y con tantos éxitos profesiona­les como los que tiene Zaldívar, que es un hombre formado en la mejor tradición jurídica contemporá­nea. Ávido lector de Luigi Ferrajoli, el gran jurista italiano, Arturo Zaldívar llega a la Presidenci­a de la Corte precedido por casi una década con un brillante desempeño como integrante del Máximo Tribunal.

Su prestigio como ministro progresist­a y de vanguardia se fue formando a los pocos meses de haber llegado a la Corte, cuando presentó a sus colegas una innovadora propuesta en materia de responsabi­lidad de los servidores públicos, para exigir cuentas a los más altos responsabl­es del deplorable caso de la guardería ABC en Hermosillo, Sonora.

Luego de ese caso, que le generó un duro enfrentami­ento con el presidente Felipe Calderón y con varios de sus amigos de la Escuela Libre de Derecho (de la que es egresado y profesor), le tocó también ser el ponente en el no menos polémico asunto de Florence Cassez, al que con posteriori­dad siguieron otros casos de alta intensidad mediática, como el relativo al uso de la mariguana con fines recreativo­s.

Ahora como presidente de la Corte deberá hacerse cargo de dos de las transforma­ciones más profundas del ordenamien­to jurídico mexicano en las últimas décadas: pronto le pasarán al Poder Judicial de la Federación todos los asuntos que actualment­e son resueltos por la Junta Federal de Conciliaci­ón y Arbitraje (que va a desaparece­r), de tal forma que serán los jueces federales los que tramiten y resuelvan los asuntos laborales más relevantes del País.

Por otro lado, durante el mandato de Zaldívar como presidente de la Corte (el nombramien­to dura cuatro años) le tocará la implementa­ción del Código Nacional de Procedimie­ntos Civiles y Familiares, que vendrá a modificar varios aspectos extremadam­ente delicados del sistema jurídico mexicano. Si sumamos los asuntos laborales, los civiles y los familiares, estamos hablando de cientos de miles de trámites judiciales que afectan a la vida diaria, a la familia y al patrimonio de millones de mexicanos. De ese tamaño es el reto del nuevo presidente de la Corte.

Por si lo anterior fuera poco, Zaldívar deberá mantener un diálogo inédito con los demás poderes federales y especialme­nte con el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien ha tenido expresione­s duras hacia los jueces y, en particular, hacia la Suprema Corte, ya sea por el tema del salario de los ministros, ya sea por asuntos relevantes que han resuelto en los años recientes.

No tengo ninguna duda de que Zaldívar será un defensor a ultranza (como debe serlo) de la autonomía del Poder Judicial, pues entiende perfectame­nte que sin ella no puede existir un verdadero Estado Constituci­onal de Derecho. Necesitamo­s jueces autónomos, independie­ntes, que hagan su trabajo lo mejor que puedan y resuelvan conforme a la ley y no conforme a intereses políticos, sean estos intereses del partido que sean.

Lo que será una lástima es que durante los próximos 4 años nos vamos a perder el enorme privilegio de ver a Zaldívar proyectand­o sentencias y encabezand­o una defensa tenaz de los derechos humanos, como lo ha hecho con tanta brillantez en su desempeño como ministro. Quien preside la Corte, dado el tiempo que le lleva atender los asuntos administra­tivos de la propia Corte como los todavía más complejos que debe resolver en su carácter de presidente del Consejo de la Judicatura Federal, no hace proyectos de sentencias. Desde luego que el presidente de la Corte participa en las discusione­s del Pleno y vota en los asuntos que allí se resuelven, pero los proyectos los redactan sus colegas y no él en su carácter de presidente (a diferencia de lo que sucede, por ejemplo, en la Suprema Corte de los Estados Unidos).

Eso significa que la Corte se va quedar sin los proyectos del ministro más garantista que tenemos. Pero estoy seguro que esa pérdida se va a compensar con el desempeño brillante y comprometi­do que todos esperamos de Arturo Zaldívar como presidente de la Corte. Ojalá hubiera muchos como él.

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MIGUEL CARBONELL

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