Vanguardia

Torcer las leyes

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Hermosa era la mujer. A más de agraciado rostro tenía busto ubérrimo, cintura para ceñirla casi con índice y pulgar, grupa de poderosa yegua arábiga y piernas como talladas en mármol por el egregio Miguel Ángel. La bella dama bebía sin acompañami­ento de varón en el lobby bar del hotel. Un tipo le dijo al cantinero: “Llévale de mi parte a esa señora una copa de lo que está tomando”. El barman cumplió la orden. La guapa fémina dejó su asiento y fue hacia su invitador. Le dijo exasperada: “Si cree usted que invitándom­e una copa me va a llevar a la cama está muy equivocado”. Preguntó impertérri­to el sujeto: “¿Cuántas se necesitan?”… “Allá van leyes do quieren reyes”. Así rezaba un antiguo proverbio español. En efecto, la voluntad del poderoso suele imponerse sobre los dictados de la ley, que se tuerce y desvirtúa según el capricho del que manda. Surge así un ámbito de ilegalidad que luego cualquiera puede aprovechar para su beneficio, pues lo que hace el más hace el tras. Largos años de esa viciosa práctica hicieron que México haya dejado de ser un estado de derecho para ser a los ojos del mundo un estado de desecho, si me es permitido el facilón juego de palabras. Lo que ahora hay que decir es que torcer las leyes para bien es tan reprochabl­e como torcerlas para mal. Una de las caracterís­ticas de la ley es la abstracció­n. La norma jurídica no sabe de buenas o malas intencione­s. Ni siquiera con el pretexto de remediar una situación injusta es permisible ponerse por encima de la legalidad. Estamos perdiendo certidumbr­e económica en lo internacio­nal porque en lo nacional hemos perdido certidumbr­e jurídica. Y ahora estamos perdiendo también certidumbr­e política. “Allá van leyes do quieren reyes”… Jock Mccock, sheriff de Picadillo, Texas, marcó en el teléfono de su oficina el número 4-44-444-4444. Contestó una voz: “¿Aló?”. Preguntó el sheriff: “¿Están los cuatreros?”… Pancho y Juancho, mexicanos, trabajaban en la NASA haciendo labores de limpieza. Solían interrumpi­r la faena a las 10 de la mañana para echarse al coleto sendos tragos de tequila y de ese modo cobrar fuerzas para llegar a las 11. Cierto día Pancho halló un recipiente en el cual habían quedado algo del combustibl­e usado en los cohetes espaciales, y se le ocurrió ponerle a su tequila un par de gotas, y otras tantas a las de su compañero. “A ver a qué sabe”- declaró. Esa misma tarde Juancho recibió una llamada telefónica. Quien llamaba era Pancho: “Compadre –le preguntó éste a su amigo–. ¿Ha soltado usted un flato, cuesco, gas, ventosidad o aire estomacal?”. “Respondió Juancho, extrañado: “No, compadre. ¿Por qué?”. “Ni lo suelte –le aconsejó Pancho–. Le estoy hablando desde Melbourne, Australia”… Babalucas logró por fin que una linda compañera de oficina saliera con él. Al día siguiente un amigo le preguntó: “¿Cómo te fue anoche?”. “No muy bien –respondió el tontiloco–. Volví temprano a casa. La muchacha me salió dormilona”. “¿Cómo dormilona?” –se desconcert­ó el amigo–. “Sí – explicó Babalucas–. Tenía yo una hora contándole mi vida cuando de pronto me preguntó: ‘¿A qué horas nos vamos a acostar?’. Entonces abrevié la cita”… Don Cornífero regresó a su casa de un viaje y encontró a su esposa en situación más que comprometi­da con el vecino del 14. El infeliz señor le dijo a su mujer: “¡Hetaira infame; desvergonz­ada mesalina!”. Al vecino le espetó: “¡Canalla malnacido! ¡Estólido bribón!”. La señora respondió, quejosa: “No seas injusto, Corni. A ti te hago de comer; te arreglo tu ropa; te tengo la casa en orden y te cuido cuando estás enfermo. A él lo único que le hago es esto”… FIN.

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