2 Dos números
Soy el último cliente en el restaurante del hotel. La dama del servicio me observa atentamente desde el mostrador donde hay panecillos, dulces de leche, tartas de frutas diversas y otros tentadores postres. No quiero hacer una descripción de este portento de mujer que tiene toda la espléndida presencia de mis más enfebrecidos sueños juveniles. (¡Dios mío, a qué duras pruebas nos sometes!).
Le devuelvo la mirada cargada de admiración y sin el más leve asomo de lascivia; agradece la respetuoso de mi actitud con una sonrisa que inunda de luz aquel umbral en el que estoy atrincherado, toma algo de una mesita y se encamina hacia mí como poniendo a prueba la ecuanimidad que ostento, cuando a unos metros percibo de nueva cuenta su perfume que evoca una exótica floresta que deja en la nada a Los Jardines Colgantes de Babilonia, cobro conciencia de que no tengo escapatoria y me abandono a esa sublime realidad que tengo enfrente… Y que ahora me está pidiendo el número de mi habitación… para la cuenta.