Vanguardia

Con la educación con perspectiv­a de género, ¡sí se puede!

- IRENE SPIGNO

Anormaliza­r la normalidad es uno de los retos más importante­s del Siglo 21. Vivimos en la Era Digital en la que, a pesar de los múltiples avances que se han registrado en muchos sectores, hay un contexto generaliza­do de violacione­s graves a los derechos. Peor aún: ni siquiera los percibimos como tales porque se nos hacen normales. Llegan a constituir­se en prácticas generalmen­te aceptadas como costumbres en la comunidad.

Así, todavía se abusa de las posiciones de poder para ofrecer posiciones o favores (ya sea oportunida­des de trabajo o mejores condicione­s de vida). Es un mecanismo reflejado en diferentes niveles y que, al final, se traduce en no poder exigir a cualquier funcionari­o que cumpla su trabajo y sus funciones debidas con sentido ético. En la mayoría de las veces, el contexto exige que, para ganarse una mejor situación que en realidad se merece, es necesario normalizar lo anormal con un “ándale, échame la mano”. Porque, desafortun­adamente, todo esto es normal. Así funcionan las cosas.

En las relaciones de género la normalidad es incluso más evidente. En México, a pesar de los importante­s avances obtenidos a nivel legal (es uno de los países más avanzados en el mundo en este sentido) existe todavía un importante

gap entre el ser y el deber ser. Existe y persiste un contexto generaliza­do de violencia, desigualda­d y discrimina­ción contra la mujer.

Aunque las cifras impactan, muchas veces al escuchar los relatos de las víctimas, sus historias de vida, nos cuesta bastante poner la etiqueta de “abuso” o “violencia” a esos hechos.

Van algunos ejemplos:

- Que un hombre obligue a su esposa a tener relaciones sexuales incluso cuando ella no quiere es normal: es su esposa y la puede poseer.

- Controlar a nuestra pareja, revisando sus mensajes porque pensamos que nos está siendo infiel es normal: es su objeto y le pertenece.

- Abusar de una mujer con amenazas para que pueda aprobar un examen, conseguir o mantener un trabajo es también normal: es su mercancía a intercambi­ar.

Lo que no es normal es que las mujeres denunciemo­s estos actos, que nos levantemos contra estas prácticas y que luchemos para que esta normalidad se anormalice.

Pero, ¿qué significa que es normal? Significa que no esperamos algo diferente: una mujer abusada por su esposo difícilmen­te lo demandará, y si lo hace es incluso más difícil que obtenga justicia y respaldo social que en muchos ambientes de trabajo, incluso universita­rios y estudianti­les, donde la (de) formación es lo peor que puede pasarle a la comunidad; que las mujeres sean objeto de acoso, amenazas y violacione­s.

Esta normalizac­ión de la violencia de género se acompaña de la idea según la cual no se necesita sancionar estas conductas abusivas de la dignidad porque son normales. En el mejor de los casos, las denuncias de violencia no son escuchadas, y en el peor generan formas de revictimiz­ación de las víctimas. En muchos procesos, en casos de violacione­s, se asiste a una forma de trato indebido de la víctima, a quien se considera responsabl­e por su forma de vestir, caminar, hablar, portarse, interrelac­ionarse, etc. el haber provocado en su victimario un irrefrenab­le necesidad de abusar de ella, llevarse algo que no le pertenecía: su cuerpo y, con ese, hasta su alma.

La comparació­n es ridícula, pero como se trata de un hombre es impensable. Por ejemplo, sería como responsabi­lizar a un hombre que ha sufrido un robo de haber sido él quien provocó al ladrón para robarle por su forma de vestir, caminar, hablar, portarse, interrelac­ionarse. Absurdo, ¿no?

No. La violencia contra la mujer –en todos los niveles– no es normal, aunque sean conductas repetidas a lo largo del tiempo y aceptadas en algunos contextos.

Y no. Tampoco se trata sólo de una cuestión feminista. Es también una cuestión de debido respeto para que la obligación impuesta a todas las autoridade­s en el artículo 1 de la Constituci­ón, de garantizar los derechos humanos, no se quede en letra muerta. Sin embargo, no todo se puede cambiar –sólo– a golpes de leyes. Son necesarios los ejemplos de sanción a los acosadores y violadores para que las personas sepan que nunca más se debe normalizar lo absolutame­nte deleznable contra una mujer.

En contextos de discrimina­ción y violencia generaliza­da los problemas más grandes son de tipo cultural: sólo se pueden cambiar con la educación. Las institucio­nes educativas de los diferentes niveles deben implementa­r una educación que fomente una cultura del respeto a la libertad, igualdad y fraternida­d entre hombres y mujeres.

En este sentido, por ejemplo, la Academia Interameri­cana de Derechos Humanos implementa cursos de posgrado, destacando la Especialid­ad en Género y Derechos Humanos, cuyo objeto es modificar esta anormalida­d para formar en los sectores públicos y privados una nueva cultura de respeto para erradicar la violencia de género.

Sin embargo, dar clases de género es condición necesaria pero no suficiente. Una cultura que se fundamenta en la normalizac­ión de la violencia necesita mucho más para cambiar. Anormaliza­r lo que no puede ser normal: ¡sí, se puede! Depende de nosotros y nuestra educación La autora es Directora del Centro de Estudios Constituci­onales Comparados de la Academia IDH Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH

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