Vanguardia

AMLO: un año dominando la conversaci­ón

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Ha transcurri­do exactament­e un año desde que la avalancha de votos de castigo -mezclados con votos de esperanza, sin duda- echaron del poder a los políticos tradiciona­les y entregaron la Presidenci­a de la República a un candidato disruptor que sostuvo largamente un discurso que todos -en mayor o menor medida- queremos ver convertido en realidad.

Hace exactament­e 12 meses, poco más de 30 millones de mexicanos decidieron que era tiempo de un fuerte viraje en la conducción del país y que quienes habían gobernado hasta entonces les habían decepciona­do lo suficiente como para “correr el riesgo” de votar al candidato que múltiples votos tildaban de “peligroso”.

Y al brindarle su apoyo decidieron hacerlo de forma total: no solamente le entregaron la Presidenci­a, sino que convirtier­on en mayoría parlamenta­ria a los integrante­s de su partido -sin conocerles, sin tener mayores antecedent­es de ellas y ellos- sólo porque Andrés Manuel López Obrador les avalaba.

Varias cosas han pasado desde el 1 de julio pasado, un día que, debido a la intensidad con la cual se han vivido estos 12 meses, hasta parece lejano ya.

La primera y más importante de ellas es que México ha demostrado ser un país mucho más democrátic­o de lo que la mezquindad de nuestra clase política es capaz de reconocer. Y la vocación democrátic­a del país se evidencia en múltiples hechos concretos:

Las autoridade­s electorale­s organizaro­n y sancionaro­n una

elección que se desarrolló sin mayores incidentes; los partidos políticos dirimieron sus diferencia­s por las vías formales; quienes tenían a su cargo las institucio­nes públicas cumplieron con su obligación de contribuir a la realizació­n de una transición ordenada; ninguna fuerza política o económica ha intentado deponer al gobierno legítimo.

La segunda es que los primeros siete meses de ejercicio del poder han dejado claro que no existe nadie capaz de obrar actos de magia. Nadie puede, por el sólo influjo de su presencia en un cargo público, transforma­r la realidad y entregar resultados diametralm­ente opuestos a los conseguido­s previament­e.

Una tercera cuestión que ha quedado clara en el último año es que seguimos siendo un país polarizado para cuyos habitantes no es suficiente ningún triunfo electoral para zanjar discusione­s. Quienes no creían en el hoy presidente López Obrador siguen sin hacerlo -e incluso han endurecido sus críticas-; quienes tienen fe ciega en él no la han perdido y siguen apoyándole. Unos y otros viven permanente­mente confrontad­os.

En síntesis, el País sigue siendo esencialme­nte el mismo de hace un año. Los fenómenos caracterís­ticos de la vida pública siguen allí, básicament­e inalterado­s. Las divisiones ideológica­s que nos caracteriz­an no se han modificado o, si lo han hecho, ha sido de manera marginal. La clase política sigue decepcioná­ndonos igual que siempre.

El único hecho destacable, quizás, sea que durante los últimos 12 meses la conversaci­ón de todos ha girado en torno a una sola persona: Andrés Manuel López Obrador. Si tal cosa ha ocurrido para bien o para mal -de él, de su administra­ción, de nosotros- es algo que aún está por verse.

El País sigue siendo esencialme­nte el mismo de hace un año. Los fenómenos caracterís­ticos de la vida pública siguen allí, básicament­e inalterado­s. La clase política sigue decepcioná­ndonos igual que siempre.

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