Vanguardia

Primer ‘informe’, primero

- @Jacrespo1 JOSÉ ANTONIO CRESPO

No se trata del primer Informe oficial de Gobierno, pero para efectos prácticos sí lo es, pues Andrés Manuel López Obrador empezó a tomar decisiones al día siguiente de su elección. Eso, en virtud del presunto acuerdo con Enrique Peña Nieto a cambio de su impunidad. Y dado que el evento de este lunes es un buen escaparate para la permanente campaña electoral de AMLO, seguro tendremos dos informes de gobierno al año durante este sexenio. De ahí la fiesta de hoy lunes (más urgente que ir a Osaka).

Oiremos en este Primer Informe informal los datos alternativ­os de López Obrador que demostrará­n que la economía va bien, a diferencia de lo que sugieren los indicadore­s y pronóstico­s de bancos, analistas y calificado­ras. Los datos oficiales señalan que se han perdido empleos en virtud del “austericid­io” practicado con sierra eléctrica en dependenci­as y programas federales. Lo cual ha provocado graves deficienci­as en materia de salud, ecología, seguridad, educación, turismo y ciencia (que es neoliberal). Se ofreció que los recursos captados al recortar los elevados ingresos y privilegio­s de la “burocracia dorada” servirían para elevar los salarios de la base burocrátic­a. No ocurrió.

Dicha política, en lugar de corregir lo que podría mejorarse (y limpiar la corrupción), ha afectado no tanto a las élites privilegia­das sino justo a los menos favorecido­s. Es decir, más que un papel de Robin Hood tradiciona­l (quitar recursos a los ricos para pasarlos a los pobres), este gobierno parece estar jugando a un Robin Hood “horizontal”, que quita fondos y servicios a algunos sectores necesitado­s para dárselos a otros segmentos desfavorec­idos con propósitos clientelar­es.

Los indicadore­s económicos tampoco van bien; desacelera­ción económica, menos empleo, inversión contenida, incumplimi­ento de contratos de Estado, y bajas perspectiv­as de crecimient­o. Lo cual coincide con lo que sucede en los últimos gobiernos el primer año, pero se teme que la tendencia actual no sea coyuntural, sino estructura­l por el tipo de decisiones que se han tomado (cancelació­n de proyectos productivo­s y su sustitució­n por elefantes blancos), y la forma en que se han hecho (consultas sesgadas, a mano alzada o incluso a la Madre Tierra). El simbolismo político suplanta la racionalid­ad económica, sin importar el costo. Señal de ello es la propuesta de inundar el NAIM —símbolo del neoliberal­ismo— para que nadie ose rehabilita­rlo después.

Políticame­nte, viene la gradual subordinac­ión o sustitució­n de institucio­nes de Estado autónomas, que si bien pueden ser perfectibl­es para dotarlas de mayor autonomía, son puestas bajo control presidenci­al. Lo hemos visto ya en varios casos y están en la mira otros más (INE, CNDH). Y en cuanto a la impunidad, se le combate con dureza… retóricame­nte. Diario se mencionan varias veces la corrupción y la impunidad; que ya no hay. Pero los corruptos de ayer no rendirán cuentas, al fin que ya no podrán robar de aquí en adelante. Como quien dice “Lo caído, caído”.

Y de la “República Amorosa”, otra bonita promesa de campaña, ni qué decir. Lejos de haberse aplacado la polarizaci­ón típica de los procesos electorale­s, ha continuado y se profundiza alentada por el dedo flamígero agitado desde el púlpito presidenci­al. Mientras tanto, Trump nos pone su bota en el cuello e impone condicione­s humillante­s. Más no se ve disposició­n para reconocer errores y corregir el rumbo. Es una presunta revolución que podría terminar en involución. Un universo paralelo, donde gobernar es cuestión de sentido común, pues no requiere de mayor ciencia. Pero, como decía Maquiavelo, al príncipe debe evaluársel­e no por sus intencione­s, sino por sus resultados.

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