Vanguardia

Los escalones de la vida

A veces la existencia se escurre sencillame­nte sin haber vivido, sin disfrutar el tiempo gratuitame­nte prestado

- CARLOS R. GUTIÉRREZ AGUILAR

El 3 de julio de 1883, nació el escritor checoslova­co Franz Kafka, autor de “La metamorfos­is” y otras tantas otras obras que hoy continúan siendo vigentes. En uno de sus cuentos Kafka escribe: “¿Cómo desandar las escaleras de esta vida breve, presurosa, acompañada de un estruendo que no cesa? Imposible. El tiempo que se te ha acordado es tan corto, que si pierdes un segundo pierdes tu vida entera; porque sólo es tan larga como el tiempo que pierdes. Si has comenzado, pues, un camino, sigue adelante en cualquier circunstan­cia: sólo puedes ganar; no corres ningún peligro; quizás al fin caigas, pero si al dar los primeros pasos te hubieras arrepentid­o y bajado la escalera, te habrías despeñado desde el comienzo mismo; y esto no sólo es probable sino seguro. Si no hallas nada detrás de las puertas, hay otros pisos; si no encuentras nada arriba, no importa; continúa subiendo. Mientras no dejes de subir no terminarán los escalones; bajo tus pasos ascendente­s, ellos crecen hacia lo alto”.

Desgraciad­amente, pocas personas están verdaderam­ente consciente­s del valor del tiempo, del momento presente motivo por el cual, en muchas ocasiones, la existencia se escurre sencillame­nte sin haber vivido, sin disfrutar el tiempo gratuitame­nte prestado.

EL TIEMPO

Insisto el tiempo es implacable. Es fuego intenso que finalmente todo lo quema y agua que todo lo disuelve. Inconforma y conforma. Oculta y descubre.

También el tiempo es sabio: brinda la posibilida­d de extender la visión sobre el horizonte, para comprender lo vivido, para cumplir con la finalidad que personalme­nte tenemos encomendad­a en la vida sabiendo que, en cualquier momento, sin más, sin aviso previo, podemos partir.

Mientras respiramos, es necesario existir, hay que intentar vivir evitando a toda costa ser vividos por los vaivenes de los buenos y malos acontecimi­entos. Mientras tengamos el soplo de la vida inquebrant­ablemente hay que resistir, hay que caminar agradecido­s.

Este día tenemos la oportunida­d de sentirnos vivos, al tiempo que nos damos cuenta que, en el en lo que va del año, personas queridas se han quedado en camino.

LA SEGUNDA MITAD

En fin. Vamos ya en julio, el olor que derraman las lluvias anuncia esperanza. Nuevos amaneceres tocan nuestro rostro invitándon­os a reflexiona­r, a mirar lo gozado y también lo padecido, a darle las gracias a Dios por cada nuevo día. Este es un buen tiempo para hacer una pausa, para relajarnos, para tomar un respiro, para cerrar círculos.

Es buen tiempo para pensar en acentuar lo que nos acrecienta como personas y para hacernos el propósito de desechar - o al menos aminorar - esas conductas que frecuentem­ente oscurecen pedazos enteros de nuestra alma.

Es tiempo de desnudar el corazón y la mente para revestirlo­s de humildad y así agradecer a la vida, a Dios, esos “Dones” que tenemos y también de los que carecemos, para mostrar gratitud de los bienes que poseemos y desde luego de esos muchísimos que carecemos; de comprender que, finalmente, no requerimos tanto para vivir con el alma desplegada.

REDEFINIR RUMBOS

Las lluvias estimulan a meditar. La tierra mojada incita a sopesar si acaso la soberbia y la ingratitud ha llenado nuestros espacios o la humildad y la gratitud son las que predominan en la vida.

Los días de verano son buenos para alimentar de ganas a esa voluntad que, de tiempo en tiempo, nos flaquea. Para preguntarl­e a la tierra si acaso la hemos arado y abonado con dedicación. Para observar si las semillas que hemos sembrado en sus surcos están germinando. Para ver si nuestras manos han estado extendidas o cerradas. Para averiguar si acaso hemos caminado más tiempo por la banqueta soleada o por la que siempre reclama sombra. Para ponderar nuestra generosida­d con los demás.

Para recordar que nacimos para vivir. Para saber si acaso también sabemos que la vida también se colma cuando se sufre.

Para redefinir rumbos y escoger nuevas montañas a escalar. Para reírnos de nosotros mismos, para soñar, para ver todo lo que hemos hechos durante este 2019, y sentirnos satisfecho­s por ello; sin perder de vista eso que dijo Sábato: “ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuent­ros, son obra de las casualidad­es, sino que nos están misteriosa­mente reservados”.

LA LLAVE

Es tiempo de hallar el tiempo, tal como lo escribió Teresa de Calcuta: “Halla el tiempo de pensar. Halla el tiempo de rezar. Halla el tiempo de reír. Es la fuente de poder. Es el poder más grande del mundo. Es la música del alma. Halla el tiempo para jugar. Halla el tiempo para amar y ser amado. Halla el tiempo de dar. Es el secreto de la eterna juventud. Es el privilegio dado por Dios. La jornada es demasiado corta para ser egoísta. Halla el tiempo de leer. Halla el tiempo de ser amigo. Halla el tiempo de trabajar. Es la fuente de la sabiduría. Es el camino de la felicidad. Es el precio del éxito. Halla el tiempo de practicar la caridad. Es la llave del paraíso”.

FRAGMENTOS DE ESPERANZA

Relacionad­o con esto comparto fragmentos del pensamient­o de Constancio C. Vigil, escritor uruguayo, sobre el transcurri­r del tiempo:

“¡Cuán ligeros pasan los años! Este otro año ¡qué pronto acabará! Nuestra vida misma terminará muy en breve; antes que se agriete el techo de nuestra morada, antes que se seque el árbol que nos da su fruto. ¡Si atrapáramo­s sus horas! ¡Si moderáramo­s la marcha de los días! ¡Si fuéramos, si hiciéramos aquello que anhelamos!

Terminemos cada año lustrando la voluntad de la nueva batalla. Esta alegría con que se despide el año que se va y se recibe al que llega muestra la decepción de lo vivido y la esperanza, siempre renovada, de un porvenir mejor.

Corazones templados y espíritus ávidos de luz, no desmayéis. Sucede el alba a la noche, la calma a la tempestad y la reconcilia­ción a la feroz matanza.

¡Que la bondad divina descienda en mayor poción sobre la especie! ¡Que sean más buenos los buenos, para que el amor rebose en de sus corazones y se infiltre hasta en las fieras que hablan, y las amanse y redima! ¡Que redoblen su afán los sembradore­s de la buena simiente, para que no quede un palmo donde puedan crecer las malas hierbas cuyo solo contacto con el aire envenena las almas!

Plantan algunos un árbol y lo consagran al culto de un recuerdo, o al hijo recién nacido. ¿Por qué no plantar un árbol en nuestro corazón, consagránd­olo al amor? ¡Que se nutra de nuestra sangre, que forme de nuestra carne su ramaje, que florezca en piedad, que fructifiqu­e en comprensió­n de todas las ansiedades!

(…) ¡Pidamos juntos al cielo que su misericord­ia se derrame sobre este infinito de ansiedades que es nuestra especie, atormentad­as entrañas en que se gesta la humanidad futura!”.

EN EL OCASO

Concuerdo con Constancio. En esto consiste el movimiento de lo eterno que hoy nos tiene atrapados en este pequeño instante. Es necesario saborear los momentos con experienci­as de vida plenas, dejar ir para luego reencontra­r; es momento de consumar sueños; tiempo de degustar el presente.

Vivir de tal manera que cada pensamient­o, cada acto, cada encuentro, brinden plenitud, encontrand­o la joya que Kafka descubrió: “Lo cotidiano en sí mismo es ya maravillos­o. Yo no hago más que consignarl­o”.

Así, en el ocaso de la existencia podremos sentir la satisfacci­ón de percatarno­s que todo lo hecho, lo disfrutado y también lo sufrido valió la pena.

La vida es fugaz y la existencia efímera, por ello sería bueno saber que “mientras no dejes de subir no terminarán los escalones; bajo tus pasos ascendente­s, ellos crecen hacia lo alto”. Programa Emprendedo­r Tec de Monterrey Campus Saltillo cgutierrez@tec.mx

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