Vanguardia

La edad aprisiona a Madonna

‘La Reina del Pop’ lucha por seguir innovando aunque prevalecen los prejuicios machistas que la juzgan por su edad; este pasado domingo se presentó en el Times Square de Nueva York en un concierto dedicado a la comunidad homosexual que siempre la ha apoya

- (© EL PAÍS, SL. Todos los derechos reservados)

MADRID.- En 1998, coincidien­do con su 40 cumpleaños, Madonna editaba un disco titulado “Ray of light”. El trabajo fue un éxito comercial, pero sobre todo, fue entendido como su paso definitivo hacia la madurez. Se esperaba que, después de un álbum en el que incluso trataba el tema de ser madre, Madonna seguiría por esa senda. O se retiraría. Pero no hizo ni lo primero ni lo segundo. Y a muchos les molestó. Desde entonces, cada álbum, cada gira, cada videoclip, cada aparición pública, cada sesión fotográfic­a que ha hecho Madonna, en un momento u otro, ha venido acompañado de un comentario —casi nunca positivo— sobre su edad.

La era “Madame X” (su nuevo álbum) será recordada como aquella en que se empezó a tratar la edad de Madonna de forma diferente. “Lo que echamos de menos nuevamente en Madonna es lo mismo que hemos echado de menos en todos sus trabajos recientes: ella, la mujer, la madre de seis hijos, la persona de 60 años que ha sobrevivid­o contra todo pronóstico, quien inventó más o menos este juego, a quien se le pide hoy que lidere la forma en que las mujeres pueden hacerse mayores sin vergüenza en el mundo del pop”, publicaba hace un par de semanas Buzzfeed News, dudando que sea realmente positivo que dejemos de hablar de la edad de Madonna.

“Su edad no es importante, lo que cuenta ahora es su música”, titulaba ese mismo día The Guardian un perfil en el que argumentab­a justo lo contrario. En el texto se recordaban las afrentas que ha sufrido la cantante con la prensa debido a su forma de hacerse mayor, algo común en el resto de los mortales, pero que ella, en algún momento, pensó que podía eludir.

SIN MIEDO

En 2006, Daily Mail publicó un extraño ataque en su contra basado en elementos como que su cara parecía más joven que sus manos. Mientras, Daily Telegraph le recomendab­a a la autora de “Like a Prayer” que dejara de querer ser “La Reina del Pop” y se conformara con ser “La Reina Madre del Pop”. Como de todos es ya sabido, hizo caso omiso a estos comentaros y continuó con la búsqueda de nuevas y emergentes divas a las que enseñar quién era la jefa, como hizo en sus inicios con sus colegas (Cindy Lauper, por ejemplo) y en su madurez con todas las divas de nueva generación (Britney Spears, por decir una).

Hasta llegar a su actuación en la Super Bowl de 2012. Ahí se hizo acompañar de MIA, con quien esperaba respaldar la idea de que aún podía ser revolucion­aria, y de Nicki Minaj, de la que esperaba el salvocondu­cto para poder entrar en la liga de los sonidos que reinaban entonces las listas. En un momento del espectácul­o, MIA hizo una peineta a la cámara. El escándalo fue mayúsculo y entonces Madonna cayó en la trampa de la que llevaba tratando de huir desde que decidió no seguir la senda de “Ray of Light”. Criticó y más tarde demandó a MIA, cayendo en lo último que deseaba en el mundo: parecer la madre de alguna de las personas que compartían escenario con ella.

NUNCA SE DETIENE Madonna ha cambiado. Pero, por primera vez en décadas, ha cambiado más el mundo. Eso sí, como en casi todo lo que ha sucedido desde que Madonna es Madonna, ella ha estado allí en su gestación.

En 1991 fue objeto de deseo de Donald Trump. Mientras ella se encontraba lanzando una campaña para Versace en Palm Beach el magnate la llamó decenas de veces para quedar —obviamente, el ahora presidente de EU no solo lo niega, sino que afirma que fue Madonna quien le pidió una cita a él—. Más tarde fue otra de las víctimas del depredador Harvey Weinstein.

En el universo post Harvey Weinstein, el del #Metoo, los comentario­s machistas que durante tanto tiempo se han vertido sobre la artista ya no se

celebran, ni siquiera se toleran. Este de hoy es un mundo en el que un nuevo disco de la cantante de Detroit ya no debería suscitar las preguntas habituales en las últimas dos décadas sobre qué es lo último que se ha operado o si su aspecto es o no acorde a su edad, sino que debería centrarse en por qué hemos hecho durante tanto tiempo esas preguntas sobre ella cuando jamás se las hemos hecho a hombres incluso mayores como Bob Dylan o Bruce Springstee­n.

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