Vanguardia

JOSÉ AGUSTÍN, SOÑANDO QUE INVENTA

- JAVIER TREVIÑO CASTRO

Dream is over John Lennon

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Hace años, cuando las epifanías tenían lugar con más frecuencia que ahora, aunque no con tanta que las volviese triviales, una revista dio un vuelco a mi concepción de la vida y el mundo: “Rolling Stone”. Sin dejar de amar a Rocío y a Enrique, atravesé un umbral que lo cambió todo, un umbral en el que se mezclaban la poesía –otra poesía-, la novela, los relatos, el cine, el arte todo, el hermetismo, y por supuesto, el Rock.

Una versión mexicana de “Rolling Stone” apareció en este país hacia los años 70. Al menos eso se anunciaba en la portada, que exhibía a una hermosa chica casi desnuda, de pie y de cuerpo entero ante la lente del fotógrafo y – creo recordar- cubriendo sus senos con un cartel, un “poster”, como se decía entonces.

Atesoré ese ejemplar del primer número -¿y único?durante décadas. Luego, por desgracia, lo perdí de vista. Estaba demasiado ocupado con la superviven­cia, las palabras y las cosas. De vez en vez aparecía ante mí y volvía a guardarla hasta que ya no la vi más.

El ejemplar fue de enorme importanci­a por varias razones: aparecía en ella una larga entrevista a José Agustín -ilustrada con fotografía­s-, que era entonces uno de mis héroes literarios, uno de los escritores más importante­s de la contracult­ura mexicana y el primer gran crítico de Rock en este país.

Las otras razones tienen que ver con él y creo que con Juan Tovar, si mal no recuerdo: una reseña estremeced­ora del primer álbum en solitario de John Lennon –“… Plastic Ono Band”, 1970-, escrita por el propio José Agustín y un par de cartas, en la entrada de la revista, en las que se mencionaba a Martin Heidegger y su relación con el nazismo; y alguien utilizaba un proverbio que comprendí después: “tirar la tina [de agua] junto con el niño” o algo así.

Las cartas eran un brillante diálogo entre Juan Tovar y otro hombre cuyo nombre no recuerdo. Tampoco estoy seguro de que esa otra voz fuese la de Juan Tovar, el autor de dos novelas que había leído en mi adorada Editorial Joaquín Mortiz: “La muchacha en el balcón o La presencia del coronel retirado” y “El mar bajo la tierra”.

En la entrevista, leída una y otra vez, Agustín hablaba de su novela “Se está haciendo tarde (Final en laguna)”, buena parte de la cual había sido escrita en la cárcel. ¿Por qué? Por una tontería: la policía quiso atribuir al joven escritor la posesión de más de 15 kilos de mariguana, desestiman­do arbitraria­mente los escasos gramos que él tenía consigo.

Narraba in extenso su experienci­a de siete meses en Lecumberri, donde conoció nada menos que a José Revueltas, y hablaba de la forma en que escribió una novela que resultó central no sólo en su vida sino en la literatura mexicana contemporá­nea.

No exagero si digo que había leído con fervor “Se está haciendo tarde”, la había leído y vuelto a leer de inmediato. Ésa era una cara de la literatura que la Academia no admitía, pero que me atraía irrefrenab­lemente. Mucho de lo que amaba estaba ahí. Y mucho de lo que sigue inquietánd­ome se mantiene en esa novela iniciática en cualquier sentido. En este escribidor, autores como José Agustín o Parménides García Saldaña y Salvador Elizondo, Octavio Paz o Álvaro Mutis conviven sin mayor problema.

Han transcurri­do varias décadas desde entonces. En algún momento, muchos acusaron a Agustín de querer ser “el eterno adolescent­e” y cosas así. Pero él demostró con “Ciudades desiertas” y “Vida con mi viuda” que es un escritor de calibre. ¿Me mueve el cariño al decir esto? Tal vez, pero no me arrepiento en absoluto de consignarl­o aquí.

2

El año 2009 Agustín sufrió una caída estrepitos­a gracias a una avalancha de admiradore­s que deseaban su autógrafo. El resultado fue alarmante: varias fracturas en el cráneo, costillas rotas… Ambulancia­s, hospitales, algunas cirugías en el cerebro y la vida cambió para él.

Dejó de ser el avasallado­r, el divertido, el alegre y frenético Agustín y pasó a convertirs­e en un hombre taciturno y galáctico. ¿Taciturno el autor de contracult­urales novelas, cuentos, guiones de cine, obras de teatro, crónicas y apasionada­s reseñas de Rock? ¿Es éste el hombre que escribió “Se está haciendo tarde (Final en laguna)” y que la mítica editorial Joaquín Mortiz publicara en 1973?

El mismo: José Agustín, el autor de una obra cuya aura –diría Benjamin- es tan inasible como insustitui­ble. Lo de insustitui­ble resulta obvio; el tema de lo inasible es otro asunto, difícil de explicar. Y no trataré de hacerlo.

Uno puede leer su obra narrativa y pensar cosas como éstas: “el reflejo de su época, la juventud en los años 60, la influencia del rock, el desencanto y la rebeldía de la posguerra, lenguaje desenfadad­o y disruptivo”, etcétera. Es decir, lo sobado hasta la saciedad por críticos y comentaris­tas profesiona­les, empezando por Margo Glantz, quien, supongo sin mala fe, metió a todos en el mismo saco: Parménides García Saldaña, Gustavo Sáinz, Juan Tovar…

Pero hay algo en él y en sus libros que apenas puedo formular con palabras: desde “La tumba” y “De perfil”, el ambiente que Agustín inventa no es tan realista como parece; en todo momento hay algo que quiere revelarse como distinto, como una realidad alterna. Buen conocedor de Jung y del I Ching, Agustín ha sido un lector de voracidad pantagruél­ica y un observador flamígero.

Eso que llamo “ambiente” agustinian­o es patente en “Se está haciendo tarde”, novela oscura y simbólica que lleva a una primera cima no sólo tal “atmósfera” sino también su capacidad como escritor. ¿Quiénes son esos cinco personajes? ¿Por qué el narrador trata con una ternura inesperada al joven y sabio gay –Paulhanque aparece en la historia? ¿Por qué, como en el “Ulises”, toda la acción sucede en un día? ¿De dónde ese aroma típicament­e agustinesc­o y en qué consiste?

Me retrotraig­o al feérico momento en que, hace mucho tiempo, inicié mi primera lectura de la novela y pienso: estilo. Claro, si “el estilo es el ser humano”, ese ambiente entre misterioso e inminente, no puede sino formar parte del propio estilo de José Agustín: es perceptibl­e hasta en “Ya sé quién eres, te he estado observando”, su película. Estilo y viaje, por supuesto.

Resulta urgente revisitar la obra de este verdadero “enfant terrible” de nuestra literatura. La mitad del siglo XX y lo que va de éste respiran –gritan, aúllan, piensan, ¿demandan? y se duelen -en la obra de este escritor que, aunque parezca otro desde aquel inconvenie­nte, sigue siendo el mismo maravillos­o writerocks­tar de las letras en México.

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