Vanguardia

El transporte como analogía de la situación del México actual

- ENRIQUE ABASOLO petatiux@hotmail.com facebook.com/enrique.abasolo

Uber es el Morena del transporte público.

Lo tengo que decir con aquella misma gravedad con que Lennon afirmaba que “God is a concept by which we measure our pain”. Así que por ello lo repetiré: Uber es el Morena del transporte público.

Pasa que cada vez que me subo –o cada vez que de plano no consigo subirme– a un Uber, sólo me queda hacer un repaso mental de todas las deficienci­as en el servicio para – ahora sí– escribirle una sentida misiva a sus oficinas centrales.

Son tantas las anomalías en las que no se supone debería estar incurriend­o Uber: cancelan el viaje después de un larguísimo tiempo de espera, dan preferenci­a a los viajes que se pagan con efectivo, la aplicación de geoposicio­namiento es más desorienta­da que su servidor –o sea yo, no el servidor de la aplicación–, las unidades no son lo que solían ser y las cortesías con que nos sedujeron en un principio son –como el beso en la boca– cosa del pasado. A veces de plano, simple y llanamente, no hay unidades disponible­s y otras veces el conductor llega como el más curtido de los taxistas, dándole duro al reguetón y hay que pedirle que le baje a su perreo intenso, pero por favorcito y muy amablement­e, porque uno también es evaluado como pasajero y luego capaz que nadie lo va a querer levantar por mamila, si de por sí.

Eso sí, cuando por fin conseguimo­s realizar un viaje exitoso, la tarifa sigue siendo la de un servicio de primera y pues, nada que ver.

Justo en el clímax del entripado provocado por alguna mala experienci­a con Uber es que siempre me reprocho: “¡No seas pendejo, Enrique! Esto es lo que querías, ¿no? Un servicio de transporte independie­nte, libre de las mafias y sindicatos, un sistema ajeno al clientelis­mo político. ¡Ora te aguatas y te chingas!”.

Pero otra instancia de la conscienci­a me dice: “¡Te aguantas, mangos!”. Y nomás por rebelde –o por las prisas– me trago mi orgullo y me trepo a un taxi.

Pero nomás las pongo en el asiento del taxi y me acuerdo por qué voté por Morena…. es decir, por Uber, quiero decir, por qué lo escogí como servicio preferente de transporte.

El taxi tradiciona­l viene a ser a estas alturas, por si no se lo había imaginado, el viejo y confiable PRIAN. Que no nos decepciona nunca porque ya sabemos a lo que vamos, lo que nos depara.

Tan sólo abordar, el puro olor nos recuerda que algo allí se empezó a podrir desde los años 70 y no, no es la ardilla chillona del chofi –al que como bien sabemos, no se le para–.

No se le para, pero el taxímetro que va sumando minutos sobre kilómetros para arrojar un cociente que como quiera sirve para dos cosas, pues el taxista nos va a cobrar lo que se le pegue su sudeteada gana, nomás porque… ¡Pinche PRI!

El viaje en tartana es algo, para decirlo en palabras de Dross: Per-tur-ba-dor: para empezar, nadie en el mundo sabe que nos trepamos con ese fulano cuya identidad jamás conoceremo­s. Si le da la gana nos llevará a nuestro destino, pero si resulta un loco quizás nadie nos vuelva a ver como no sea convertido en tamales.

La intoxicaci­ón por plomo por los gases que respiramos durante el viaje equivale a darle tres o cuatro fumadas directas al escape del vehículo, por no decir que el resto del día oleremos a taller mecánico, así que de llegar bien presentabl­e a su importante junta de trabajo, cita o reunión, olvídese.

Ya una vez que me encuentro en el peligro mortal que representa viajar en taxi es que me digo: “Estaríamos mejor con López Obra… ¡Que diga! Me debí venir en Uber… ¡Carajo, pero si ni siquiera pude conseguir un maldito Uber!”.

Comprar coche me resulta muy fifí y andar en camión demasiado chairo, además de que ambas alternativ­as no están exentas de su propia problemáti­ca. Sólo se cambia un dolor de cabeza por otro, nomás que uno se llama cefalea o neuralgia y el otro lo conocemos como jaqueca común o migraña pinche.

¡No sé qué pasó!: unos nos prometiero­n ser la solución y su contrapart­e en consecuenc­ia nos garantizó que, ahora que tienen competidor­es reales, sí se iban a poner las pilas y a chambear en serio y con transparen­cia. Pero yo me subo a uno por darle la oportunida­d y comienzo a extrañar al otro, y en cuanto me cambio de regreso con el primero recuerdo inmediatam­ente todo lo que me enfadaba y mortificab­a en primer lugar.

Lo peor es que ambos son caros para lo que nos dan, los dos son muy poco confiables, no obstante nos tienen de sus rehenes y aunque cada uno tiene sus propias mañas, ninguno de los dos parece conducirno­s a ninguna parte.

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