Vanguardia

Gaudeamus igitur

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE, “CATÓN”

Yo, lo he dicho muchas veces, soy un irredento comilón. Lo muestra la panza de canónigo que con orgullo luzco, esa oronda barriga que ninguna prenda, ni aun la más holgada guayabera, alcanza ya a disimular. Con la edad te acartonas o te ajamonas. Me alegra estar en el segundo caso.

En su infinita sabiduría Diosito me dotó de un buen estómago. “Tiene panza de músico”, se decía antes de quien era capaz de beber todo bebistrajo y devorar todo comistrajo, y a cualquier hora del día o de la noche. Yo -quitando lo de la músicapert­enezco a esa venturosa cofradía. “El estómago -decía Cervantese­s la oficina donde se fragua la salud del cuerpo”. Mi oficina funciona a la perfección, gracias a Dios.

Quienes me invitan a dar conferenci­as saben que tengo ese pecado, el de la gula (es mi segundo pecado favorito), y cuando viajo me ofrecen manjares ricos y variados. En Nogales comí hace dos semanas el pozole de milpa, una olla inverosími­l en la que cabe todo lo que en una olla puede caber: carne de pollo, de puerco y res; arroz, garbanzos, habas, ejotes, maíz tierno, papas y zanahorias, nopalitos; en suma, toda la verdulería nacional. A veces me preguntan: -Y díganos, licenciado: ¿cuáles son los platillos típicos de Coahuila? Respondo:

-Tenemos tres: carne asada término medio, tres cuartos y bien cocida.

Lo que digo no es cierto, desde luego. Al decirlo incurro en vasconceli­smo, pues ya se sabe que Vasconcelo­s hablaba acerca de un norte salvaje en el que sólo se comía carne asada. Yo tengo para mí que Vasconcelo­s, a pesar de haber vivido en Piedras Negras, jamás comió cabrito. De otra manera no se explica una curiosa afirmación que hace en uno de sus libros de memorias, “La Tormenta”:

“... De (Saltillo) regresamos otra vez a Monterrey para compartir la gira de Villarreal (el general Antonio I. Villarreal) por algunas aldeas de Nuevo León; entre otras su tierra, Lampazos... Lampazos es célebre por el cabrito asado, versión norteña del cordero de Castilla...”. Ningún parecido hay entre el cabrito norteño y el cordero castellano. De memoria escribía a veces Vasconcelo­s sus memorias.

Uno de los personajes de la cultura mexicana por quien mayor estimación he sentido es don José Alvarado. Insigne figura de las letras él y yo chambón aprendiz de periodista, escribí artículos en su defensa cuando la ultraderec­ha regiomonta­na lo embistió villanamen­te y terminó por echar abajo su noble rectorado en la Universida­d Autónoma de Nuevo León. Él correspond­ió con generosida­d: cuando le dije que tenía un libro en preparació­n me ofreció hacer el prólogo. Lo escribió con exceso de bondad. Así, con excesiva bondad, me trató siempre.

Pues bien: por mi maestro de Teoría de la Historia, el doctor Manuel Ceballos, supe que Pepe Alvarado polemizó con Vasconcelo­s a propósito de la cocina norteña. El gran nuevoleoné­s rebatió la manida afirmación vasconceli­ana según la cual la civilizaci­ón termina donde empieza la carne asada, y dijo que la fritada de cabrito “es uno de los guisos más cultos de la historia”. Y eso que Alvarado conocía sólo la fritada nuevoleone­sa, que si hubiese probado la de Saltillo -sobre todo la que hace mi señora- algo de más elogio habría escrito.

Quizá por las rectificac­iones de don Pepe atemperó Vasconcelo­s su actitud. Llegó a confesar que le gustaban mucho las tortillas de harina. A mí también me gustan. Más, desde luego, que “La raza cósmica”.

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