Vanguardia

DE LAS MUCHACHAS DE LA ZONA ROJA

Por azares del destino, las bailarinas de la Zona de Tolerancia, tienen modista particular: se llama Hilda, estudió diseño de modas en Nueva York y hoy es la diseñadora de la ropa exótica que se exhibe entre las luces de Neón del lugar, aquí su historia..

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POR JESÚS PEÑA FOTOS: LUIS CASTREJÓN Y HÉCTOR GARCÍA VIDEO: ESTEFAN BALTEZÁN Y JESÚS PEÑA DISEÑO: ÉDGAR DE LA GARZA EDICIÓN: QUETZALI GARCÍA

La primera vez que la vi fue a las puertas de la estruendos­a zona de tolerancia. Era la madrugada, una madrugada fresca de domingo.

Apenas y alcancé a divisar a aquella señora alta y rellenita, ojos de miel, pelo rubio corte casquete, entre el tumulto de chicas con poca ropa y borrachos que salían tambaleánd­ose después de una larga noche de juerga.

Hilda iba de un lado a otro en medio de la oscuridad neón con su bordón plateado, como si buscara algo o a alguien.

Días después, Dulce, una antigua amiga del ambiente, me la presentó.

Era una mañana caliente de lunes e Hilda barría despreocup­ada el zaguán de su casa de dos niveles.

La casa con portón negro, alba fachada y ventana vertical, que Hilda alquilaba para vivir a una cuadra de la entrada al barrio de la alegría con sus murallas alegres color rosa nacional.

Que era yo reportero le informó Dulce a Hilda y que quería conocerla.

Entonces Hilda soltó la carcada.

Dos o tres años atrás, Dulce me había contado de una cubana que vivía en Saltillo y que tenía el singular oficio de confeccion­arles la ropa a las muchachas de la ciudad sanitaria.

Y yo mordí el anzuelo. Me ganché con la historia, de plano.

La cubana que les hace la ropa a las muchachas de la zona roja, me dije.

Tenía que conocerla. La mañana que Dulce me la presentó ya estaba yo en el taller de Hilda, una pieza cúbica y pletórica de telas y rodetes de hilos de colores chillones, catálogos y revistas de moda, varias sillas de oficina, un espejo y dos viejas máquina de costura.

Las máquinas de Hilda. “Aquí trabajo. Aquí hago la ropa de las muchachas de allá, de la zona de tolerancia”, dijo Hilda con cierto dejo de picardía y orgullo en un cubano tan perfecto que parecía recién desempacad­a de la isla.

“Estos son los trajes de baño, ahorita te los muestro. Ahorita no traigo mucha ropa aquí porque ya vendí todo el fin de semana. Pero tengo algunas prendas que le puedo mostrar…”, soltó “La Cubana”, enfiló hacia una maleta que estaba sobre una silla, sacó un baña

dor de una pieza, verde fosfo por el frente, negro a la espalda, y vistió con él a uno de sus maniquíes.

Era una Venus bien torneada que aguardaba de pie en el centro del taller, iluminado solamente por la luz que se colaba a través de una ventana vertical que daba a la calle y que Hilda mantenía abierta durante los días de más calor para que circulara el aire.

Que por qué.

Que cómo era que había llegado a la zona de tolerancia.

Que qué hacía una costurera cubana de 55 años en la zona roja, le pregunté a Hilda.

Hilda volvió sonreír con su bien cuidada dentadura de marfil.

Y recodó el día en que hace 20 años unas muchachas de la ciudad sanitaria fueron a buscarla a su taller, que entonces despachaba en la colonia Bellavista, para que les confeccion­ara una ropa.

“Dame qué modelo quieres – les dije a las chicas - dicen ‘escójalo usted’ y ya yo les hice unos modelos muy sexys, acá, y muy bonitos”.

Al día siguiente fueron a buscarla otras muchachas y luego otras y luego otras y luego otras…

Cuando Hilda vino a ver, oiga, ya estaba en la zona de tolerancia, vendiendo ropa, me contó y se río.

“Éstas son las tangas que ellas usan”, dijo después Hilda y me sacó de la maleta un corto bikini azul turquesa y a mí, no sé por qué, me vino a la mente aquel atardecer que conocí la playa de Varadero, con su mar turquesa azul.

Era finales de la primavera de 2009.

Hilda comenzó a frecuentar la zona roja por las noches, y hasta bien entada la madrugada, para ofrecer su sensual mercadería a las mujeres que venían de todas partes para trabajar en los teibol, los bares y los viejos y célebres salones de baile del barrio de la alegría.

Me contó Hilda quien en ese momento terminaba de vestir a un maniquí con un vestido rosa pálido de esos que dejan poco a la imaginació­n

“Así son para las muchachas de la zona, de las que trabaja y bailan”.

Como la colonia Bellavista, donde Hilda tenía montado su taller de costura, estaba lejos y el servicio de taxis era caro, “La Cubana”, decidió mudarse a una casa de renta de dos plantas que estaba en una calle larga y angosta, la cual divide a los sectores María de León y Federico Berrueto, a unas cuantas viviendas de la entrada a la zona de tolerancia.

Aquel frío amanecer que la conocí, Hilda iba de un lado a otro con su bastón en torno a la puerta de la zona, a la espera de la salida de las muchachas para levantar sus pedidos de lencería y saldar cuentas pendientes.

Desde entonces Hilda Emelina Reyes Cruz fue “La Cubana”, o “La Nana”, para sus clientas y amigas de la zona de tolerancia.

Me dijo Hilda, luego se sentó frente a una de sus máquinas de coser, una auténtica reliquia, una pieza de museo, que estaba siempre de cara a la ventana con vista a la calle, y se puso a trabajar.

“Ahorita va a ver cómo se confeccion­an estos trajes”, volvió a decir Hilda con su agudo y desmochado acento cubano.

Agarró dos cachos de tela roja y los pasó como si fuera mantequill­a por la aguja de la máquina.

“A esta máquina le llamo yo ’la milagrosa’, porque corta, cose… Lleva conmigo 25 años y me ha hecho milagros esta máquina. Con esta máquina construí dos casas”, dijo Hilda.

En unos cuantos segundos Hilda confeccion­ó un mini bóxer y un top escarlatas con los que vistió a otra de sus esbeltas Venus de plástico.

La prenda era realmente sugestiva, bonita, coqueta, encantador­a ....

“Dese cuenta que en cuestión de segundos los hago. Me pongo y les saco en un momentito sus tops a las muchachas”.

–¿Y a esos a cómo los deja?, le pregunté.

–Se los doy en 200 pesos. –¿Se aburre?

–No fíjese que no, porque yo digo que el diseño lo traigo en el alma. A veces me duermo y dormida sueño con el diseño que quiero sacar al otro día. Me levanto a las 2:00 de la mañana y me pongo a dibujar lo que soñé y al otro día lo hago y así.

Dijo otra vez Hilda y se arrellanó en su silla de espalda a “la milagrosa”, su máquina consentida, para platicar.

Hilda era la hija de unos emigrantes cubanos, Alcibíades Reyes y Aleida Cruz, ambos profesores de deportes, que habían salido de la isla después de la Revolución y se establecie­ron en Tamaulipas, donde Hilda nació hacia 1964.

Cuando Hilda tenía dos años de edad, sus padres se trasladaro­n con ella y sus hermanos, dos mujeres, cuatro varones, a Miami, Florida, para reunirse con loa abuelos, que

Dame qué modelo quieres – les dije a las chicas - dicen ‘escójalo usted’ y ya yo les hice unos modelos muy sexys, acá, y muy bonitos”.

A esta máquina la llamo yo ‘La milagrosa’, porque corta, cose… Lleva conmigo 25 años y me ha hecho milagros esta máquina. Con esta máquina construí dos casas”. LA CUBANA, modista.

antaño habían sido propietari­os de ingenios azucarero en Cuba y abandonaro­n el país luego que Fidel Castro ordenara la expropiaci­ón, nacionaliz­ación y confiscaci­ón de los bienes de la clase alta y las empresas norteameri­canas.

No hubo infancia tormentosa. Y el mar de las playas de Miami se llevó entre sus olas los tiernos días de Hilda Emelina Reyes Cruz.

Hilda había sido desde cría una apasionada de la historia de Cuba.

Y a través de los libros supo de la vida y obra de revolucion­arios cubanos como Camilo Cienfuegos y el Che Guevara.

–Admiraba usted a Fidel, ¿no?, le pregunté a Hilda.

–Pues sí admiraba muchas cosas de él, eso de la igualdad de las personas… Yo nunca he sido una persona racista, pienso que todos somos iguales, y pos sí le admiraba esa parte. Lo que no le admiraba era la abstinenci­a en la que tenía el país, o sea de que no los dejaba prosperar, eso sí no me gustaba, el cómo tenía al país en la completa ruina, pos no.

´- ¿Qué oía decir en casa sobre Cuba?

–Pos ya sabrá. Mi familia no estaba de acuerdo con el gobierno de Fidel. Tuvieron que dejar todo lo que tenían y... Nomás un hermano que estaba en la universida­d y siempre andaba metido en bolas y cosas así y decía que nadie entendía, pero que era muy buen régimen. Era la oveja negra de la familia, pero por lo demás casi nunca me metí en política.

“La Cubana”, había aprendido de su abuela Gloria el arte de la costura mientras jugaban a confeccion­ar los trajes de las muñecas de Hilda.

“A mi abuelita le gustaba coser, no se dedicaba a esto, pero le gustaba coser y yo veía. Ya fui creciendo y empezaba a hacerme mis blusas, mis pantalones, mis faldas, no sé, me nació eso”.

Cuando tuvo edad, Hilda se inscribió en el Internatio­nal Career Institute de Nueva York y al cabo de seis años se graduó como diseñadora de modas.

“Siempre me gustó estudiar mucho. Estudié varias carreras porque dese cuenta que estudié auxiliar de enfermera, luego me fui a estudiar peluquería, que nosotros le llamamos fashion desing, lo que es estilista y me gradué, de todas me gradué. Terminé la carrera de dibujante técnico. Me gustaba el dibujo, para poder estudiar diseño de modas necesitaba el dibujo. Pero lo que más me gustó fue el diseño de modas, todo lo que yo pudiera crear con mis manos. Todas mis carreras las terminé, tengo todos mis títulos de Nueva York”, me contó Hilda una de esas tardes que la visité en su taller.

Aquella vez Hilda tenía montado sobre uno de sus maniquíes un bikini blanco de dos piezas que acababa de fabricar para una de sus clientas.

Otra mañana que estuve a verla por su taller Hilda me sacó sus credencial­es:

“Mi primer licencia, cuando me gradué de estilista en Nueva York. El certificad­o del Internatio­nal Career Institute, cuando me gradué de diseñadora de modas. Estos son méritos por mejor estudiante. Ésta es de bilingüe. Inglés – español, en donde constaba que tenía yo dos idiomas para dar clase; y este es de Wilfred Academy, cuando me gradué de estilista”, dijo alargándom­e unos ajados diplomas en inglés, en los que su nombre: Hilda Reyes Cruz, aparecía colgado sobre una gruesa plasta blanca de corrector.

Y yo no supe si creerle lo de sus diplomas o no.

Lo que sí es que me quedé pasmado de la pulcritud con la que Hilda pronunciab­a en un inglés inmejorabl­e las palabras Internatio­nal Career Institute, fashión Design, Wilfred Academy.

Le pregunte que cómo era posible que hubiera conservado tan puro el acento de la isla, después de no haber vivido nunca en Cuba y de tantos años de radicar en los Estados Unidos,

“Me críe entre los cubanos de Miami, hijo”, me contestó.

La única vez que Hilda visitó la isla fue en 1980.

Ella tenía 16 años y había viajado en una lancha de motor desde Florida con uno de sus hermanos y un tío para rescatar de Cuba a algunos de los familiares que aún quedaban allá.

Cuando tocaron tierra en la playa de Varadero fueron sorprendid­os por un piquete de hombres vestidos de camuflaje que los amenazaron con no dejarlos regresar si no llevaban cuatro viajes de emigrantes ex - presidiari­os a Miami.

“Íbamos por unas familias x, no muchas y cuando nos llenaron el bote ese dijimos ‘se va a hundir’. Era una lancha pequeña como para 10 personas y ellos le ponían 30 ó 40 gentes por viaje… Decía yo ‘nombre mi hermano no va a regresar, mi tio tampoco, quién nos va a llevar’, pero no, gracias a Dios todo salió bien”.

Finalmente, luego de una espera de tres días, que a Hilda le pareció eterna, ella, su tío y su hermano, pudieron partir a Florida llevando consigo a sus parientes. –¿Volvería a la isla?

–Me gustaría ir, pero de vacaciones, a divertirme, a pasear, y pienso que sí voy a ir antes que Diosito disponga de mí…

Me dijo Hilda, luego desenterró de su maleta una lencería fucsia de encaje, la favorita de las muchachas de la zona, y vistió con ella a otra de sus modelos artificial­es.

“Es un traje que va… El diseño va cruzado a la espalda”, dijo.

En un rincón del taller vi brillar un bordón, era el bordón en que Hilda iba apoyada la noche que la vi por primera vez a la entrada de la zona roja.

Son disfraces sexys, se llama hot line, línea caliente. Mira estos de conejita, de enfermeras, de colegiala. Estos son de aeromoza. También hay de monja. Estos son de Navidad, mira una Santa Clós, estas son diablitas, policías, marineras… ¿Qué si son para las muchachas de la zona?, sí, y para las que le quieren hacer un show sexy al esposo…”. HILDA 'LA CUBANA',

“Tuve un accidente de carro hace seis años y me fracturé la rótula de la pierna izquierda”, dijo “La Cubana” cuando miró mi cara de interrogac­ión.

Sucedió un día que Hilda y su hijo viajaban de Piedras Negras a Monclova. Al carro, un Marquis 82, se le ponchó una llanta, Hilda no pudo controlar el timón y el coche salió disparado de la autopista y dio varias volteretas.

Hilda quedó prensada entre asiento y el volante.

Al hijo no le pasó nada. “Tengo placa de platino en la rodilla, pero ahí voy echándole ganas a la vida. Aparte este bodón me ayuda a caminar porque a veces, de tantas horas que llevo en la máquina, las piernas me duelen mucho”, dijo “La Cubana”.

Hilda tendría 21 años cuando regresó, sola, a México.

De su retorno a su antigua patria, Hilda me contó que decidió migrar a Nuevo Laredo, Tamaulipas, para tomar clases de pintura abstracta, uno de sus mayores hobbies, con un maestro apellidado Nochebuena. De eso hace ya más de 30 años. Soltó Hilda, al tiempo que me conducía hasta el zaguán de su casa para enseñarme una de sus creaciones pictóricas.

Era un cuadro con la imagen de un Cristo resucitado que pendía en lo alto de la pared.

Hilda lo había pintado en 1994, dijo.

En Laredo Hilda conoció a un contratist­a con el que se casó y años después tuvo un hijo.

De Laredo la familia emigró a Piedras Negras y luego a Monclova.

En Piedras Negras Hilda era una maestra que enseñaba corte y confección a un grupo de 20 de madres solteras de bajos recursos.

“Me gustaba mucho enseñar a la gente para que ganaran dinero. Y fíjese que sí resultó, el DIF les regaló las máquinas a las señoras y hoy día viven de la costura”.

Como los parientes de su marido vivían en Saltillo, Hilda pensó que Saltillo podría ser un buen vividero y la familia mudó acá.

“Decía yo ‘bueno ¿y si me pasa algo quién va a hacerse cargo de mi hijo? Me voy pa Saltillo’, porque aquí tiene hermanos el papá de mi hijo y dije ‘pos así mi hijo convive con su familia por parte de sus papá’ y me vine aquí, me gustó y aquí me quedé”.

A la sazón Hilda montó su taller de costura en la colonia populosa Bellavista.

La fama de la señora cubana que hacía trajes de novia, quinceañer­a, graduación, disfraces para halloween, lencería, trajes de noche, de princesas y todo tipo de ropa, se esparció por doquier y pronto Hilda se hizo de buena clientela.

“No tenía nada. Mi esposo me compró una máquina casera y yo empecé a coser, empecé a coser y tuve mucho éxito en mi trabajo”, dijo Hilda.

Hasta aquel día que Hilda se convirtió en la modista exclusiva de las muchachas de la ciudad sanitaria o “mujeres alegres profesiona­les”, como las llamaba Dostoyevsk­i.

“Ellas llevan una vida muy dura porque no es fácil trabajar así. La mayoría son mujeres que vienen con problemas en sus matrimonio­s, que se quedan solas con sus hijos y no hallan un medio de escape para mantener una familia porque unas no han tenido la dicha de tener una ecuación para salir adelante. Entonces pos buscan el medio más fácil como decir… que no es tan fácil oiga porque la vida que ellas llevan es una vida muy difícil. Es una vida de que hay que tener mucha fuerza de voluntad para poder salir adelante y luego me admiro mucho porque muchas tienen hasta cuatro o cinco hijos que mantener y los viejos, padres de los niños, esos irresponsa­bles, las dejan solas. No saben de dónde comen, de dónde viven. Y estas muchachas buscan el medio de darle un sustento a su familia. Entonces yo tengo mucho respeto por ellas”.

–Imagino que le ha tocado vivir muchos dramas en la zona, ¿no?

–Me dolió mucho cuando se suicidó una muchacha. Michel. Tenía tres niños y ella me platicaba que trabajaba porque tenía que mantener a sus niñas. Ese día que ella se suicida yo hablé con ella, estábamos hablando como a la 1:30 de la mañana y me encargó que le llevara ropa y le dije, ‘sí, mañana te traigo la ropa’. Se fue ella al restaurant­e, compró de comer y se fue, que ya se iba a dormir. Como a las 5:00 de la mañana me hablaron para decirme que se había suicidado. Ahí mismo en la zona se suicidó. Yo no lo podía creer pos acababa de hablar con ella. Luego se suicidó otra muchacha, La conocíamos también, una muchacha de 20 años, muy joven. Ella me platicaba que estaba ya muy cansada, que ya no quería seguir esa vida, que ya no quería nada y como a los 15 días nos avisaron que se había suicidado. Uno ve los sufrimient­os de cada una de ellas por eso le digo que yo mis respetos porque sólo ellas saben lo que están viviendo.

Me contó Hilda un mediodía, mientras hojeaba uno de sus catálogos de disfraces tipo play boy, modelados por mujeres despampana­ntes.

“Son disfraces sexys, se llama hot line, línea caliente. Mira estos de conejita, de enfermeras, de colegiala. Estos son de aeromoza. También hay de monja. Estos son de Navidad, mira una Santa Clós, estas son diablitas, policías, marineras… ¿Qué si son para las muchachas de la zona?, sí, y para las que le quieren hacer un show sexy al esposo…”.

Dijo Hilda, en eso agarró un viejo maniquí de cartón que estaba en el piso, recargado en el casiller donde “La Cubana” tenía sus rodetes de hilos.

“A este yo le llamo mi salvador, tiene ya conmigo 27 años, desde que empecé a trabajar en mi taller, pero no lo tiro porque le tengo mucho cariño por todos los años que me ha acompañado, fue mi primer maniquí”.

Con el tiempo, y a causa de las constantes infidelida­des de su marido, Hilda se divorció, y se puso a vivir sola con su hijo que entonces tenía cinco años.

Ahora tiene 18 y estudia la preparator­ia,

“Yo me divorcié de mi esposo por todos los cuernos que me pegó… Fue uno de los momentos más difíciles en mi vida, yo creía que el mundo se me venía encima y decía ‘bueno, ¿y ahora qué voy a hacer con un hijo, sola aquí?, mejor me retiro adonde está mi familia’, pero luego dije ‘ah no, no me voy, yo voy a salir adelante’ y empecé a trabajar y a trabajar y a trabajar…”.

Me confió “La Cubana”, otra mañana que conversába­mos en la sala de estar de su casa, donde en lugar de haber un cuadro de la Virgen de la Caridad del Cobre, la patrona de Cuba, había un retrato grande de la Guadalupan­a.

“Confío mucho en ella, la adoro, pero para mí todas las vírgenes son una virgen. Para mí la madre de Dios es una sola”.

Y entonces, no sé por qué, me acordé de la frase que me dijo un músico cubano amigo mío que vive en Saltillo: “la Revolución es atea y así nos formaron”.

La última imagen que me quedó de Hilda “La Cubana”, fue la de una mujer alta, rellenita y de larga falda, que entraba y salía de los teibol apoyada en su bordón plateado, aquel bordón que refulgía con las luces neón de la zona roja...

modista.

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DOMINGO 21 DE JULIO 2019 MODISTA INTERNACIO­NAL Hilda cuenta que luego de haber estudiado en escuelas de costura en NY, el amor la trajo a vivir a Saltillo.
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ESTA MÁQUINA DE COSER fue su gran aliada cuando se divorció de su esposo y tuvo que sacar adelante a su hijo.
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han entablado con ella una anistad, más que su diseñadora, es su confidente.
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ESTE ES UNO de los muchos diplomas que Hilda presume en su taller.
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Estos son algunos de los diseños que está confeccion­ando Hilda para las muchachas.
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CAMBIO DE GIRO Hilda comenzó en la colonia Bellavista, diseñando vestidos de XV años, de noche, disfraces, etcétera. Una vez recibió la visita de una muchacha de La Zona y a partir de ahí, los pedidos le llovieron, tanto, que se mudó de casa, a unas cuadras de ellas.
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