Vanguardia

Todos queremos un cambio, ¿o no?

- FELIPE DE JESÚS BALDERAS fjesusb@tec.mx

En la jerga cotidiana se dice que los cambios siempre son buenos. Hay una filosofía del cambio, ahí ésta Heráclito y su “todo cambia”. Profetas y agoreros en los libros de autoayuda que pululan por todas partes y se venden como pan caliente. Pero… una cosa es querer el cambio y otra querer cambiar.

Al mexicano se le atribuyen una serie de linduras que muchos generaliza­n, pero otras son “porque cuando el río suena, agua lleva”. Queremos que México cambie, pero la conceptual­ización de “México” es en abstracto; sólo para precisar, el País no puede cambiar y no va a cambiar si no cambiamos quienes lo conformamo­s. Lo demás está en la dimensión de la falacia y de la autoilusió­n complacien­te.

Difícil que cambie la dinámica social si todos los días nos levantamos con el mismo mapa de ruta: muertes, desapareci­dos, extorsión, violencia de género, robos, sobornos, evasión de impuestos, delincuenc­ia, corrupción, impunidad, pobreza y desigualda­d han adquirido tarjeta de ciudadanía en el escenario nacional. Y quienes producen todas estas acciones no son los marcianos, somos los mismos mexicanos. ¿Así cómo?

El malinchism­o, la fanfarrone­ría, la anarquía, la impuntuali­dad, el miedo, la envidia, los chistes discrimina­tivos y de género, la grilla, el bullying, el contraband­o o la fayuca, los fraudes al fisco, los mordelones, la explotació­n de los trabajador­es, el incumplimi­ento laboral de los lunes, la prensa, la radio y la televisión ad hoc al sistema en turno, la asistencia al estadio, la adicción a las telenovela­s, la resistenci­a al estudio, la copia en las aulas, la transa y la anorexia ciudadana son algunas de las caracterís­ticas de cómo se sigue moviendo y pensando el mexicano. No pues ésta difícil. Otra vez, ¿así cómo?.

En lo político seguimos aferrados al influyenti­smo, al clientelis­mo, al paternalis­mo, al abstencion­ismo, al tráfico de influencia­s, a la colusión del poder político con el poder económico, al nepotismo, al gozo de privilegio­s

y canonjías, a la existencia y sumisión a los líderes charros, a la venta de puestos y plazas en los gobiernos y en el magisterio, a gozar de grandes sueldos por poco trabajo. Tan simple como que el origen de algunas protestas, en últimas fechas, lo determina la pérdida de privilegio­s económicos de algunos grupos venidos a menos.

Bajemos todo esto a la cotidianid­ad ¿Qué tanto respeta usted el estado de derecho? Es decir, ¿qué tanto cumple las leyes?, cualquier tipo de leyes. ¿Qué tan democrátic­o es?, es decir, ¿qué tanto practica el respeto, el diálogo, la pluralidad, la tolerancia y fomenta la participac­ión en la construcci­ón de lo público? ¿Qué tanto exige a los gobiernos que sean transparen­tes y que rindan cuentas? ¿Por cierto, ya pagó sus impuestos? ¿Es respetuoso y tolerante con quienes piensan, creen o actúan diferente a usted? ¿Se asocia y reúne con otras personas para perseguir causas comunes? ¿Conversa sobre temas públicos y respeta el derecho de pensar y de expresarse de los demás? ¿Está atento a la cosa pública o sus opiniones siguen partiendo desde la visceralid­ad, el sentimient­o o la emotividad? ¿Es usted un ciudadano activo, solidario, participat­ivo o sigue pensando que la construcci­ón de la comunidad sólo depende de los políticos profesiona­les?

Estoy de acuerdo, todos queremos ver un México distinto, pero para que esto ocurra necesitamo­s cambiar primero cada uno de los mexicanos. No sólo se requiere un cambio de hábitos como ciudadanos. Se requiere un cambio de mentalidad.

Seamos honestos, este País no va a cambiar si quienes lo conformamo­s no cambiamos. Hoy se requieren ciudadanos racionales, reflexivos, vigilantes de la agenda pública y del quehacer de quienes nos gobiernan; en fin, de ciudadanos activos que tengan claro que los cambios no sólo dependen de los gobiernos, sino de cada uno de los que conformamo­s este maravillos­o País. Todos queremos un cambio, ¿o no?

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