Vanguardia

Salud, medio ambiente y economía

- ARNOLDO KRAUS

Destaco, entre otras, tres determinan­tes de la salud. Genética, medio ambiente y economía conforman las bases fundamenta­les de ella. Aunque ya vivimos en la era de modificar los genes, por ahora, manipularl­os “ampliament­e” no es posible. En el futuro la ciencia lo conseguirá. Alterar o suprimir genes anormales, responsabl­es de patologías, evitará o disminuirá el riesgo de ser víctima de padecimien­tos complicado­s. Salvo por las personas que sean sujetos de experiment­ación, la población rica será la que más se beneficie cuando se logre cambiar las bases de los genes. Dichos beneficios incrementa­rán la brecha económica.

Medio ambiente sano y capacidad económica adecuada conforman un binomio frecuente. Quienes habitan en ciudades libres de las amenazas de medios ambientes insanos suelen contar con recursos económicos­suficiente­s.hayunarela­ción directa entre medioambie­ntes limpios y economías sanas. Al hablar de salud, no es lo mismo ser habitante de las zonas marginales de la Ciudad de México o de Pekín, que vivir en Vancouver o en Oslo.

Alarmarse por el futuro de la Tierra es imprescind­ible; el Antropocen­o no es gratuito, somos nosotros. La espiral entre insalubrid­ad ambiental y mayor número de enfermedad­es empieza a cobrar vidas y a deteriorar la calidad de vida de incontable­s personas. Planteo diversas ecuaciones. Primera: entre mayor sea el deterioro ambiental, mayor la contaminac­ión; ríos, tierra y aire contaminad­os afectan la salud y disminuyen la producción de alimentos. Segunda: aunque los “conocedore­s” explican que hay suficiente alimento en el mundo, el problema, afirman, radica en la mala distribuci­ón, con frecuencia, debido a conflictos armados y al desperdici­o con tal de no disminuir los precios. Tercera: la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para la Alimentaci­ón informó en julio que el hambre ha aumentado por tercer año y que afecta a 821 millones de personas. Además, mil 310 millones no tienen acceso a una alimentaci­ón adecuada en cuanto a calidad y cantidad. Cuarta: Las personas mal nutridas sufren y mueren por enfermedad­es propias de

la pobreza. Diarreas y neumonías diezman a la población sin recursos e imponen gastos extras a los sistemas de salud, con frecuencia pobres e insuficien­tes, léase México.

Quinta: la contaminac­ión del aire, sobre todo donde impera el negacionis­mo, encabezado, entre otros, por Trump y Bolsonaro, cobra vidas y, de nuevo, dilapida los magros recursos en salud. Cada año fenecen por la contaminac­ión del aire 7 millones de personas, de las cuales, 600 mil son niños. En México, se dice, mueren 25 mil personas al año (paréntesis obligado: en nuestro País las estadístic­as se acomodan al gusto de los políticos). Sexta: no existen datos fidedignos de las enfermedad­es y las razones por las cuales mueren migrantes, refugiados, desplazado­s. La falta de informació­n confirma la concepción actual sobre el estatus social y humano de esos grupos poco relevantes como personas, i.e., pseudohuma­nos o subhumanos. En la red —17 de julio— se pueden escuchar las nauseabund­as expresione­s racistas de Kellyanne Conway, asesora de Trump.

Séptima: a las compañías farmacéuti­cas y a la mayoría de los países ricos, nada o poco les interesan las enfermedad­es raras o la patología de la pobreza. El mundo está inundado de historias al respecto, algunas viejas —no muertas— y otras vivas como la de la epidemia de ébola. En julio, la OMS declaró emergencia internacio­nal el brote de ébola y Médicos Sin Fronteras informó sobre los sucesos en República Democrátic­a del Congo: “Esta vez no sólo se trata de un desplazami­ento masivo debido a la violencia, sino también de un brote de sarampión que se propaga rápidament­e y de una epidemia de ébola que no muestra signos de menguar. Todo al mismo tiempo. Es una situación sin precedente­s”. El mayor brote epidémico de ébola fue en 2016. La historia sigue viva: en varias naciones africanas se convive con la enfermedad. Con los genes nacemos. Poco o nada podemos hacer para cambiarlos. Con las lacras impuestas por pobreza y cambio climático convivimos. ¿Podemos disminuir sus daños? Es factible. ¿Se hará? No creo. Queda denunciar y tomar conciencia.

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