Vanguardia

¿CÓMO SE VIVE CON LA MUERTE DE UN HIJO?

Que un padre entierre a sus hijos a cualquier edad provoca un dolor profundo y un duelo difícil. Puede haber una sensación de injusticia que desafía todas las creencias espiritual­es. Para acompañarl­os hasta la aceptación, sin juzgar y en un espacio seguro

- TEXTO Y FOTOS: FRANCISCO RODRÍGUEZ DISEÑO: EDGAR DE LA GARZA EDICIÓN: QUETZALI GARCÍA

En la pared del salón hay decenas de fotografía­s. Imágenes de niñas sonrientes, de jóvenes recién graduados, de adolescent­es con vestido de quinceañer­a, selfies de muchachos listos para alguna fiesta, de bebés. Entre las fotografía­s hay mariposas de colores y ángeles como de regalo de bautizo. Es un muro de imágenes de hijos e hijas que murieron.

El muro de imágenes lleva el nombre de Grupo Renacer Ángeles de Luz, un grupo de autoayuda en Torreón para padres y madres que han perdido a un hijo o hija.

El salón es parte de la iglesia de San Judas Tadeo, donde cada martes, madres y padres acuden a platicar sus experienci­as de duelo, de dolor, de superación. El grupo lo forman 150 familias que se han sumado a lo largo de ocho años. Se reúnen todos los martes y la asistencia es variada. Este martes llegaron apenas seis madres. “En ocasiones vienen 12, 18, 20”, dice Alicia Lira, una de las iniciadora­s del grupo.

¿Cómo se lidia con la muerte de un hijo? Las madres se sientan en círculo y platican sus experienci­as, su sentir. “Es como si hubiéramos muerto junto con ellos”, dice una de las asistentes.

Otra señora habla de la necesidad de gozar la vida, de disfrutarl­a y vivir en honor a los hijos muertos. Otra madre platica que en la semana se sintió mal porque el viudo de su hija le dijo que ya

no era yerno sino exyerno.

Alicia comparte que por la mañana recibió un mensaje de Whatsapp con una frase que le gustó y que quiso compartirl­a en la sesión: “que tu hijo sea la inspiració­n de tu vida, jamás tu verdugo”.

Alicia cree y lo dice a las demás madres, que pasársela llorando es como si el hijo fuera un verdugo, cuando debe ser en realidad la inspiració­n para salir adelante.

Y si de algo sabe Alicia Lira, es de salir adelante. Lo entiendo cuando conozco su caso. Vino al grupo este martes y mañana -10 de julio- se cumplen nueve años de que su hija Daniela fuera asesinada.

Su hija es parte de una estadístic­a que retumba: entre 2006 y 2015 fueron asesinados 2 mil 81 jóvenes menores de 29 años en Coahuila, según cifras del INEGI. Más de 2 mil jóvenes que probableme­nte como Daniela Mojica Lira, de 18 años, tenían una madre que también sufrió, que también tuvo que embestir un duelo.

Daniela, cuenta su madre Alicia, duró cinco días desapareci­da y fue hallada en estado de descomposi­ción. Alicia sólo miró las cenizas de su hija.

Dani estaba en una fiesta junto con su hermana, una fiesta familiar. Daniela se fue con un sobrino de Alicia y en el trayecto él la dejó en una tienda. Allí, en la colonia Centenario, fue el último lugar donde la vieron antes de encontrarl­a muerta en el ejido San Miguel.

El dolor de una madre que pierde a un hijo es el más grande que puede tener el ser humano en su corazón. El dolor de perder un hijo no tiene nombre. El sufrimient­o más grande”

ALICIA, asistente al grupo de ayuda

Es el más grande dolor, no tiene nombre, te arrancan todo el corazón, te sientes vacía, sola, sientes que algo te falta y que no hay nada que lo compense” YOLANDA BARRIENTOS, madre que tiene una hija fallecida.

Pensaba que la iba a olvidar, no la quiero olvidar, quiero que ella viva en mí, en mi corazón” ALICIA, asistente al grupo de ayuda

En esos cinco días que duró desapareci­da su hija, a Alicia la llevaron dos veces a urgencias por ataques de ansiedad. Después comenzó con búsquedas, su sobrino repartía volantes. Al quinto día, un cuñado avisó a la familia que fueran al Semefo. “Salió en el periódico que habían encontrado un cuerpo con las caracterís­ticas de Daniela, su ropa, la que llevaba en la fiesta”, alertó. El sobrino, el primero al que le contó, lo negó. “No es posible, va a aparecer”, reaccionó. Las dos hijas mayores de Alicia también lo negaron. Hasta que por la noche se decidieron a ir al Semefo. Sí, era el cuerpo de Daniela el que habían encontrado tirado en el ejido San Miguel.

Alicia experiment­ó primero lo que los tanatólogo­s llaman, la fase de negación. “No puede ser que me pase esto”, se decía. Cuando le avisaron que habían encontrado a su hija, Alicia esperaba que entrara caminando. “Danielita está en el cielo”, le informaron.

Su familia le mintió. Le ocultaron cómo murió Daniela. Le dijeron que le había dado un infarto y que las personas se asustaron y la habían aventado. Después se enteró que realmente la ahorcaron hasta matarla.

Después para Alicia vino el coraje con todo, con ella, con su hija misma. “Por qué te fuiste, por qué aceptaste irte”, se cuestionab­a. El coraje, la ira, luego una depresión tremenda le invadió.

Alicia, quien años después tomó un diplomado de tanatalogí­a, platica que en su caso vino una negociació­n con Dios. “Regrésame a mi hija y me hago esto, y me porto bien”, decía mirando al cielo, aunque supiera que nada ganaba. La negociació­n, otra fase recurrente en el duelo, según especialis­tas.

Después, meses después, vino la aceptación. La última de las etapas. “Son muchas emociones, te sientes mal, pataleas, lloras, reniegas, vuelves a maldecir”, cuenta Alicia.

La madre recuerda que el primer mes le dieron pastillas para dormir, para la depresión, la angustia y la ansiedad que le carcomía el alma, el pecho. “No recuerdo mucho de ese mes, siempre estaba con pastillas”, menciona.

Las cenizas de su hija las tuvo 10 días en su casa y ahora descansan en los nichos de la iglesia de San Judas Tadeo, donde se alberga el grupo de ayuda.

Después de ese mes ya no quiso tomar pastillas, quería hacerse responsabl­e de lo que le estaba pasando.

-¿En qué momento aceptó, pasó algo para que reaccionar­a? –le pregunto a Alicia.

-A los dos meses, un día me metí a bañar, yo normalment­e me metía a bañar, me ponía crema y me ponía desodorant­e y ya, no hacía otra cosa. Ese día empecé a secar mis pies y darme

cuenta que las uñas de mis pies daban vuelta hacia abajo. Pensé cuánto tiempo pasó para darme cuenta, caí en una fuerte depresión. En ese momento dije ‘es que tengo que salir adelante, tengo que hacer algo, porque esto no va nada bueno, nada bien’.

Sus hijas estaban en su mundo, su marido en su mundo y ella inmersa en su dolor. “Esto no es así”, se dijo. Comenzó entonces a retomar las riendas de su vida. Muchas veces pensó en quitarse la vida, pensó que no iba a aguantar aquel dolor. Un día su esposo le dijo “vamos a quitarnos la vida los dos, porque tanto te duele a ti, como me duele a mí”. “Es que nada más yo", le respondió Alicia. “Si lo hacemos no vamos a ir al mismo lado de Daniela”, le dijo el marido. “Es que tengo que ir a donde está Daniela”, decía Alicia.

Ambos entendiero­n que tenían que vivir en honor a ella. Hacer las cosas para estar bien, ayudar a las personas para que pudieran encontrar el rumbo de sus vidas. “Primero necesito encontrar mi rumbo para agradar a Dios”, se dijo Alicia.

Así, después de dos meses encontró un sitio en internet, Renacer, que tiene sus orígenes en Argentina. Y un domingo en la iglesia de San Judas miró una manta pegada que anunciaba un grupo de autoayuda para padres que habían perdido a sus hijos. Acudió el siguiente martes y ahí estaba Graciela Díaz. Juntas fusionaron Renacer Ángeles de Luz. Era abril de 2011.

HONRAR A LOS HIJOS

Una de las madres en el círculo pregunta a las presentes que si alguna de ellas

hubiera muerto, cómo les gustaría que estuvieran sus hijos. “Pues contentos”, responde ella misma.

Alicia cita a la Biblia y dice que hay tiempos para todo, pero que lo importante es no quedarse sumidas en la tristeza eterna, porque eso no les gustaría a sus hijos, opina.

Hay una madre que escucha, apenas tiene unos días que entró al grupo. Otra señora se frota las manos constantem­ente y habla poco, otras veces niega con la cabeza.

“Ya no queremos disfrutar de nada, y qué va a pasar con los demás hijos, van a tener doble pérdida, porque falleció su hermana y la madre muerta de tristeza. Es doble dolor, eso me motivó. Mi hija me gritaba ‘no quiero que te mueras tú’, porque yo pensé que eso me iba a matar, pensé que no iba a poder. Yo pierdo un hijo y me muero pensaba”.

La que habla en el grupo es Graciela Díaz, vestida con una playera verde con el logo de Renacer Ángeles de Luz.

Hace casi nueve años Gilberto Fabián del Toro Díaz, hijo de Graciela, amaneció muerto. Murió tranquilo en la madrugada de un infarto. Murió a los 28 años un 16 de septiembre. Una noche antes, él y su familia fueron a la feria y cuando regresaron, dijo a su mamá que por la mañana iría a comprar boletos para el Santos. Fue lo último que dijo.

Por la mañana Graciela notó que no se había despertado. Fue a su cuarto y su hijo no se movía. “Me quedé impactada”, recuerda la madre. Le dolió no haberle dado un beso, no lo aceptaba. “No puede ser”, se decía para sí misma.

Graciela se bloqueó, no quiso hacer nada. Su hijo falleció de un infarto fulminante. “No lo pude besar ni abrazar, eso me dolió muchísimo pero vino en sueños y me dio un beso y un abrazo”, dice.

La madre sintió mucho vacío, se sintió sola. Pensó que era la única persona que pasaba por ese dolor. “Necesito encontrar personas en mi misma situación”, comentó.

Cuenta que le habían pasado cosas que no entendía, sentía la presencia de su hijo, soñaba que se despedía de él y le daba un beso de despedida. En otra ocasión le sonó el teléfono y era el número de su hijo. “No quise contestar, pensé que me estaba volviendo loca”, refiere.

También platica que las mariposas se le acercaban mucho, las veía mucho. “Estaba muy triste llorando y se me para una mariposa y la empiezo a acariciar y se dejó tocar. No sabía qué era eso. Quería saber si a otra mamá le pasaba lo mismo”, dice.

Graciela se acercó a un grupo en la colonia Estrella, pero le quedaba muy lejos de su casa. Allí entendió que su dolor era el mismo que otras madres, que otros padres. “Eso me hizo sentir muy bien”, recuerda.

Así comenzó a idear la creación de otro grupo de autoayuda por la zona donde vivía. Habló con el párroco de la iglesia y así comenzó el grupo. Se encontró a Alicia y desde entonces han hecho una buena mancuerna como cabezas de Renacer Ángeles de Luz.

Graciela asegura que su fe en Dios le ha ayudado a superar el dolor. Su hijo trabajaba en el Seguro Social. Era el mayor de tres hijos, su único hombre.

¿CÓMO SE ENFRENTA EL DUELO?

En la plática grupal hablan de los tipos de duelo, de las formas como fallecen los hijos. Dice Alicia a las madres que sí hay un añadido por el tipo de muerte, porque cuando es violenta, los padres se preguntan si sufrieron, qué le hicieron, si le dolió o qué pasaba por su mente cuando lo estaban matando. “A mi hija la asesinaron, la ahorcaron y fueron y la tiraron”, comparte a las madres.

Ángeles, otra madre, comparte que ahí puede entrar también el perdón: quién lo hizo, quiénes, que Dios los perdone, considera.

¿Cómo lidia con el duelo una madre a la que le entregan a su hijo hecho trozos en bolsas de basura? ¿Cómo lidia un padre por el suicidio de un hijo de 20 años? ¿Cómo afrontaron el dolor los padres de los más de 2 mil jóvenes entre 15 y 29 años que se suicidaron en México?

En 2017, según datos del INEGI, falleciero­n en México 60 mil 55 personas de cero a 24 años. En el mismo año, 4

mil 485 jóvenes y niños menores de 24 años, perdieron la vida en accidentes vehiculare­s. ¿Cómo carearon los padres esas ausencias?

¿Cómo enfrenta una madre el asesinato de tres hijos?

Alicia refiere que la mayoría de los casos de Renacer Ángeles de Luz, tienen que ver con temas de violencia, aunque aclara que no son todos. Madres a las que en un mismo evento, les mataron a dos hijos; casos de algún hijo que mató a su hermano. “Cómo lidia la madre con el homicidio de un hijo y el otro en la cárcel”, pregunta Alicia. ¿Cómo es ese dolor? En el grupo también hay dos casos de padres que tienen que enfrentar el duelo de jovencitas de 13 años que decidieron quitarse la vida. ¿Cómo es ese dolor?

El dolor es el mismo, es inmenso, dice una madre en el grupo. “El dolor de haberlo perdido es igual al de ustedes. De la forma que haya sido pero Fabián ya no está”, considera Graciela.

“El dolor de una madre que pierde a un hijo es el más grande que puede tener el ser humano en su corazón. El dolor de perder un hijo no tiene nombre. El sufrimient­o más grande”, describe Alicia.

“Es el más grande dolor, no tiene nombre, te arrancan todo el corazón, te sientes vacía, sola, sientes que algo te falta y que no hay nada que lo compense”, describe Yolanda Barrientos, otra madre que tiene una hija fallecida.

En el grupo, explican, una persona que no quiere salir de su sufrimient­o piensa que si dejan de sufrir, olvidan al hijo. “Pensaba que la iba a olvidar, no la quiero olvidar, quiero que ella viva en mí, en mi corazón”, dice una madre.

Graciela explica que su duelo ha sido silente, que en tanatologí­a se refiere un poco a las pérdidas pocos reconocido­s. “Me recuperé muy rápido, no fui como otras personas que tardan. Pienso que no hay tiempo, pero hay algunas que de seis a 12 meses”, dice Graciela.

En el grupo, cuentan el caso de un señor que en inicio se enojaba porque escuchaba allí en el grupo de autoayuda a las madres o padres riendo. “Si quiero reír me voy a un circo”, les reclamaba. El padre estaba enojado. Tomó tiempo para que entendiera, cuentan Graciela y Alicia.

Graciela recuerda que cuando falleció su hijo, se preguntó: “¿me voy a morir como siempre lo dije, me voy a quedar acostada y no me voy a levantar o voy a salir adelante por mis hijas?” Cuando falleció Fabián, tenía una hija de 10 años.

Recuerda que le hizo una carta a su hijo donde se despidió. En la carta le dijo todo lo que lo quería, que había sido un placer ser su mamá. “Eso es sanador”, aconseja Graciela.

En su caso dice que el duelo sí se supera. Está segura que un día volverá a ver a su hijo. “Lo veo en sueños, Dios nos lo presta en sueños, cuando lo veo le digo ‘Dios te dejó venir’, y dice ‘sí’, y lo abrazo, lo beso, es un instante, entonces desaparece”.

Graciela platica con las señoras y ellas le comentan que quieren soñar a sus hijos, que quieren tener una respuesta, una despedida. Ella les da seguridad y otro día vuelven y le cuentan que ya lo soñaron, que sus hijos les dicen que no lloren, que sean felices.

NO HAY TIEMPOS

Pese a que los procesos de duelo son diferentes en cada persona, muchas veces, asegura Alicia Lira, es como una montaña rusa, a veces se vuelve a sufrir, a renegar, a resentir. Eso le pasó a Yolanda Barrientos, madre de Daniela Domínguez Barrientos, quien falleció hace 13 años.

Yolanda tenía tiempo sin acudir al grupo de autoayuda, pero la muerte de su esposo hace un año le volvió a abrir la herida.

Su hija Daniela tenía 20 años cuando le dio lupus. Duró siete meses luchando pero no logró librar la batalla. “Le dio muy agresivo”, recuerda Yolanda.

Su hija terminó muriendo de una pancreatit­is pero en un inicio le dijeron a Yolanda que su hija tenía tifoidea. La trataron pero no mejoró. Otro médico le diagnostic­ó el lupus solo con verla. “Cuando escuché lupus dije ‘no es leucemia, no dijo cáncer’. Respiré, me dio tranquilid­ad pero al investigar qué era el lupus pues es igual, una enfermedad degenerati­va”, lamenta Yolanda.

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MURAL DE RECUERDOS En esta pared los miembros del grupo dejan testimonio­s fotográfic­os de sus seres queridos para que no sean olvidados.
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ENSEÑANZAS... El fallecimie­nto no se olvida, sin embargo se puede integrar en la vida de forma que resulte una experienci­a transforma­dora
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COMPARTIR En la plática grupal hablan de los tipos de duelo, de las formas como fallecen los hijos.
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EN 2017, SEGÚN DATOS DEL INEGI, falleciero­n en México 60 mil 55 personas de cero a 24 años. En el mismo año, 4 mil 485 jóvenes y niños menores de 24 años, perdieron la vida en accidentes vehiculare­s y 2 mil jóvenes entre 15 y 29 años se suicidaron en México en 2018

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