Pantomimas, A.L.
“He aquí el tinglado de la antigua farsa…”. Jacinto Benavente
Si usted consulta en el diccionario de la lengua española la palabra pantomima, va a encontrarse con dos conceptos: 1) dice que se trata de “una representación teatral en la que los actores no se expresan con palabras, sino únicamente con gestos”, y el 2) “engaño o fingimiento para ocultar una cosa”. Voy a permitirme tomar de los dos para compartirle a usted, que hace favor de leerme algunas reflexiones respecto al show – espectáculo– mediático de quinta categoría que ha montado la actual administración federal esta semana y que está dando para mucha “distracción”. Y digo que es de quinta porque lo es, no hay innovación alguna, es lo mismo que han “ofrecido” al respetable en otras administraciones. Apesta de tan manoseado, insulta de tan burdo… pero en fin, como decía mi tía Tinita, “es lo que hay”. Hasta me recuerda las películas del Charro Negro, el héroe que salvaba a la muchacha de las garras de algún mal nacido que se la había raptado o que devolvía la herencia robada a la dulce huérfana por un administrador corrupto de la Hacienda de la Flor, nada más por la faramalla, no porque la señora Rosario Robles tenga algo que ver con la consabida niña ingenua y vulnerable de aquellas películas del siglo pasado, ni porque el otro tenga algo de “vengador”, pero sí es el engatusador número uno de estas tierras.
Este tipo de eventos, que no son exclusivos de México, destaco, ocurren generalmente cuando hay una evidencia de incapacidad para gobernar, una ansia desbordada de protagonismo y un endiosamiento enfermizo que a la larga va dimensionando a los hombres del poder en lo que verdaderamente son. Mi amiga Laurita dice que no son más que esperpentos ridículos para cualquier observador con dignidad e inteligencia. Y es que infortunadamente a la política la han ido convirtiendo, muchos políticos de todos los colores, en una pantomima ridícula, en un triste remedo de lo que debiera ser un sistema político basado en el respeto irrestricto que le deben los gobernantes a los gobernados, y lo más triste es que los propios ciudadanos lo han consentido y legalizado, sin importar que se les mienta y se les tome el pelo de diversas y deleznables maneras. Hay latitudes como la nuestra, en las que el pueblo sigue sin entender que los hombres del poder público no son dioses del olimpo, sino simples y llanos servidores suyos.
La actual administración ha orquestado de manera permanente una pantomima de gobierno ejemplar, de vinculación abierta con “el pueblo sabio” al que le “consulta”, verbi gratia, si debe o no seguir la construcción del Aeropuerto de Texcoco, el proyecto del Tren Maya, la revocación de mandato y el largo etcétera de cuanto el País ve expuesto en los diferentes medios de comunicación, que inician con la proyección nacional de la conferencia mañanera del Presidente de la república. Veo en esto, y lo apunto con entera franqueza, una pantomima política en la que colocan un anzuelo para ver quién se gancha. La simulación es práctica corriente en política, en cualquier parte del mundo, pero la verdad que aquí en México ya se brincaron todas las rayas. La marginación material, la ignorancia, la complicidad y la indiferencia, son ingredientes del caldo que ha contribuido con largueza a la perpetuación de semejante régimen de vergüenza. Pero hoy es el acabose, va a la alza esa especie de adoradores de un mesías que se han prohibido el mínimo de reflexión al respecto.
Hoy, con la “aprehensión” de
Rosario Robles estamos ante el mismo espectáculo –intitulado el chivo expiatorio– que nos recetó
Carlos Salinas de Gortari con el líder petrolero Joaquín Hernández Galicia, alias la Quina, o con el que corrió por cuenta de
Enrique Peña Nieto cuando en proyección nacional le echaron mano a la sempiterna lideresa del magisterio Elba Esther Gordillo. ¿Y?... A la Quina lo amnistiaron en 1997, después de unos años en la cárcel, y el castigo fue por acopio de armas y asesinato en primer grado, no por corrupción… sí, es para reírse. Y a la “maistra” Gordillo, pues nomás hace falta que le levanten un monumento. Todo el teatro de su enfermedad… ¡qué asco! Fue eso. ¿A qué político han intimidado para que le pare a sus porquerías? No habría Duartes ni Graniers, ni ningún pájaro de cuenta de esa calaña, sueltos. De modo que la señora Robles puede estar tranquila, una temporada en chirona y luego… Usted ya sabe, estimado lector, lectora, vivimos en el mismo País y en la misma entidad federativa. Aquí sólo permanecen en la cárcel –algunos ni cárcel, aunque se trate de verdaderos rateros del erario público– los que no tienen fortuna y/o aliados en el repodrido primer círculo del poder.
Con la ‘aprehensión’ de Rosario Robles estamos ante el mismo espectáculo –intitulado el chivo expiatorio– que nos recetó Carlos Salinas de Gortari con el líder petrolero Joaquín Hernández Galicia