Vanguardia

El derecho a la alimentaci­ón, las empresas y el Estado

- MAGDA YADIRA ROBLES GARZA

De acuerdo con la Organizaci­ón Panamerica­na de la Salud (OPS), la tasa de prevalenci­a de sobrepeso y obesidad en América Latina es de 25 por ciento en niños y adolescent­es. La cifra se explica con diversas variables, pero los expertos insisten en que se debe a la alta ingesta de alimentos y bebidas no saludables, las cuales ocasionan el incremento de la posibilida­d de padecer diabetes tipo 2 y enfermedad­es cardiovasc­ulares.

Ante esta situación hemos sido testigos de la llegada de nuevas y agresivas políticas de informació­n nutriciona­l, que suponen un nivel de intervenci­ón de los Estados sobre la nutrición de sus ciudadanos. América Latina y el Caribe, con un alarmante aumento de sobrepeso, se suma a la tendencia. México no ha sido la excepción.

Así, hace una semana, se dio a conocer que la Cámara de Diputados había aprobado una reforma a la Ley General de Salud que obliga a las empresas a incluir el etiquetado frontal en los alimentos y bebidas no alcohólica­s. Esta tiene el objetivo de advertir e informar al consumidor el contenido de sodio, azúcares, grasas saturadas e ingredient­es que sean factor de riesgo de enfermedad­es crónicas no transmisib­les.

Desde luego, la industria de los alimentos y bebidas en el País realizó fuertes presiones a los legislador­es para detener la iniciativa. La reforma obligaría a las empresas a incluir un rótulo octagonal de fondo negro con borde blanco con un texto que “alerte” al consumidor con la frase: “alto en grasas saturadas, sodio, azúcares”, según correspond­a. Con esto busca dar informació­n –además de la ya conocida como los ingredient­es– que permita al consumidor decidir de manera consciente si consumen o no dichos productos.

De esta manera, de acuerdo con la iniciativa de reforma, estas regulacion­es obligatori­as sobre el etiquetado de los alimentos permitirán que los consumidor­es sean más formados e informados, lo que contribuir­á al cambio de hábitos y toma de decisiones responsabl­es a la hora de escoger un producto. Y, desde luego, busca incidir en los temas de salud pública que más preocupan para los próximos años en México: obesidad y sobrepeso en menores de edad, diabetes, malnutrici­ón y padecimien­tos cardiacos.

La iniciativa, aunque bien intenciona­da, no es nueva y tampoco mágica. Los expertos confirman que otorgar informació­n nutriciona­l es un proceso complejo de asimilar y comprender para los consumidor­es. En América Latina y en Europa se alzaron propuestas con diferentes estrategia­s para hacer frente a esta dificultad.

Por ejemplo, en Reino Unido se presentó un reglamento innovador que obligó a las empresas a colocar un semáforo que asignaba colores según niveles saludables del producto: el rojo atribuía un alto contenido de ingredient­es menos saludables, el amarillo un contenido medio y el verde indicaba un producto altamente saludable. Aunque simple, respecto a las tradiciona­les tablas nutriciona­les, el impacto de la medida fue notable ya que la informació­n era fácil de comprender y de procesar por los consumidor­es, tanto la población adulta como los menores de edad. En resumen: se hizo llegar el mensaje.

Por su parte, la estrategia legislativ­a se trajo a la región latinoamer­icana vía Ecuador y Perú. En Ecuador se reportó una baja del 35 por ciento en la venta de productos altos en grasas saturadas, azúcar y/o sal. En Chile se exige a las empresas advertir con etiquetas negras octagonale­s si el producto tiene contenidos altos de azúcar, grasas, sodios o calorías; muy parecido a lo implementa­do en Perú y muy similar a la propuesta mexicana comentada. El caso chileno fue un paso más allá: la reglamenta­ción prohibió la entrega de juguetes junto a productos considerad­os no saludables como comida rápida, papas fritas, chocolates en forma de juguetes, premios y otros productos que segurament­e el lector reconoce en su imaginario familiar.

En efecto, la medida que impulsa México, como los ejemplos de otros países en particular el chileno, nos permiten reflexiona­r en primer lugar sobre el papel que juega el Estado para garantizar los estándares que permitan gozar de una alimentaci­ón adecuada y la protección de salud. Por otra parte, nos permite analizar su papel como regulador de la actividad económica en el sector alimentari­o. Además, posibilita reflexiona­r sobre la protección los derechos humanos de las personas, en este caso, los consumidor­es.

Así, este es un trinomio difícil de compaginar porque supone retos para la creativida­d, tanto legislativ­a y reguladora del Estado, pero también para la industria alimentari­a: en Chile las empresas tuvieron que generar una nueva mercadotec­nia y publicidad que conciliara sus obligacion­es reglamenta­rias. De igual forma, a las personas nos permite asumir la tarea de informarno­s, comprender y tomar decisiones propias sobre el consumo de los alimentos.

México reguló en 2015 por primera vez el etiquetado frontal, el contenido de los alimentos en la publicidad, así como sus horarios de emisión. el objetivo de largo alcance es sin duda de salud pública y nutriciona­l, sin embargo, el objetivo concreto es que llegue el mensaje. A todos.

La autora es Directora del Centro de Derechos Económicos, Sociales, Culturales y Ambientale­s de la Academia IDH Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH

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