Vanguardia

Pigmentocr­acia

- César Elizondo Valdez

legué al auditorio luego de caminar un rato y adiviné que al fondo estaría alguna mesa con refrescos y galletas. Me aproximé y, despreocup­ado y con naturalida­d, le pedí al joven que ahí estaba me sirviera un vaso con agua; me lo entregó, diligente, y me fui a sentar, expectante.

Al maestro de ceremonias le siguieron algunos conferenci­stas con temas técnicos y después de un rato se anunció el plato fuerte del evento: la plática motivacion­al a cargo de un gurú de las ventas y el autoempleo. La atronadora ovación y las chorrocien­tas mil personas que se pusieron de pie impidieron que viera al personaje entrar por en medio del pasillo central antes de subir al escenario como todo un rock-star.

Me quise hundir en la silla y hacerme invisible cuando vi que el conferenci­sta era el joven que me había servido el vaso de agua: lo confundí con un mesero; ¿quién le manda andar vestido de traje negro?

Platicó de como pasó de cruzar la frontera de mojado y adentrarse en los Estados Unidos en la cajuela de un chevy, a chapotear en la piscina de su lujosa mansión y manejar un Ferrari por las calles de Oregón. Por supuesto, habló de sus estudios en Chiapas como técnico en programaci­ón antes de emigrar, y de cómo inició su carrera en una empresa líder de computació­n mundial… limpiando los baños.

Actitud, actitud, actitud. Una y otra vez machacó sobre lo mismo dejando de lado el tema del racismo que enfrentó en algunos sitios. Al final, se mostró más agradecido con la nación que lo trató despectiva­mente pero le dio oportunida­des, que con el país que lo vio nacer y donde era uno entre millones de prietos chaparrito­s con un futuro entredicho. Y no pude sino estar de acuerdo con él en cuanto a la meritocrac­ia por encima de la pigmentocr­acia.

Y si, cuando piensas en Hugo Sánchez o Fernando Valenzuela, en Eugenio Derbez o en Iñarritu, en Tiger Woods o Michael Jordan, caes en la cuenta de que nunca los escuchaste hablar con lástima hacia si mismos ni exigiendo concesione­s por ser de tez diferente.

No le ganan el contrato un par de ojitos azules a una excelente propuesta, no reclutas al güerito si le falta un documento, no pondrías a París Hilton al frente de una nación ni le entregas tu negocio al bebé del frasco Gerber. No, la basura esa de la pigmentocr­acia es una coartada donde bien nos escondemos para eludir una pobre cultura del mérito y el esfuerzo, son los brazos de una madre que consiente y que malcría, que piensa que su retoño es el blanco de todas las injusticia­s de este mundo; darle importanci­a a la pigmentocr­acia es peor para nuestros pueblos que los peores gobernante­s.

Total y para terminar, te digo que al final de la conferenci­a me levanté y aplaudí como poseído a aquel motivante orador, pero, ¿sabes a quien aplaudía?, al que me dio el vaso de agua. cesarelizo­ndov@gmail.com

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