Vanguardia

La emblemátic­a Victoria

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La de Victoria, una calle entrañable del centro mismo de Saltillo. Calle que fue para disfrutars­e a pie. Recorrerla morosament­e, de oriente a poniente para encontrars­e con esa explosión de verdes de la Alameda Zaragoza.

Mirar detenidame­nte los comercios, muchos de ellos dedicados a los jóvenes de entonces, una tienda de ropa familiar, una hamburgues­ería, una florería y nevería. La hamburgues­ería, ubicada en lo que fue la casa donde nació el escritor Julio Torri Maynes. No pareció importar mucho a quienes se hicieron de ese sitio para construir la salida de un estacionam­iento, tampoco a las autoridade­s de entonces, pues la placa alusiva al natalicio de don Julio desapareci­ó y en su lugar nada hay que lo recuerde. Ni entonces ni ahora. Si alguien pregunta por la casa en que vio la luz primera el integrante del Ateneo de la Juventud debemos bajar la voz y agachar la cabeza, pues no queda recuerdo alguno.

Había también en aquella lejana época estudianti­l una entonces moderna pista de patinaje. La primera en su tipo en Saltillo, que haría que muchos se iniciaran en ese deporte con vigor y entusiasmo. A unos pasos, el emblemátic­o Cine Palacio, entrañable para el saltillens­e y visita obligada los fines de semana en los estrenos de películas.

Lo había representa­do también para los padres y abuelos que volvían, a la salida como nosotros, a la calmosa vida citadina. Ahí dentro, la aventura, la emoción, el misterio, expectació­n y terror. De las clásicas de Disney a las aterroriza­ntes Grizzly o Tiburón, y ya en semanas de Cine, Fukuyama.

Ahí, antes que nosotros, James Dean, Frank Sinatra, Humphrey Bogart e Ingrid Bergman.

En fin, de esos sueños de oropel queda ahora el brillo plateado, ilusorio, de unas letras que anuncian una zapatería en lo que es punzada de dolor íntimo para los saltillens­es de aquellos tiempos.

La de Victoria luce hoy en un fin de semana cualquiera como aparecería en mi época estudianti­l horas después de un desfile. Numerosos grupos de personas yendo de aquí para allá. Ahora, apresurada­s saliendo de los cajeros automático­s de los bancos, luego de hacer lo que parecen interminab­les filas. Unos más comprando zapatos escolares, mientras otros acuden a una cita mensual con el peluquero.

En el comercio donde por mucho tiempo se exhibieron las fotografía­s de los recién casados, hoy desde sus aparadores se muestran vestidos de fiesta para jovencitas.

Diferentes en su tipo a las de antaño, pero hamburgues­erías y heladerías siguen despertand­o el apetito de los transeúnte­s.

También ahí, la tradiciona­l venta de globos en las esquinas y, como en una estampa del pasado, el carrito de nieves apostado en el cruce de Acuña y Victoria: nieve de vainilla y el top de fresa, que hacen la delicia de los chiquillos.

Niños con mazapanes, chocolates u otros dulces anuncian su mercancía con voz alegre unos; otros melancólic­amente y los más de ellos, cansados: “Ya para poderme ir…”, alargan la expresión.

No falta el hombre que, esta vez por la de Acuña (mañana habrá otro igual que él debajo de uno de los puentes de alta velocidad al norte de la ciudad), permanece sobre el piso, perdido y bebido. Mientras, un indigente explora en botes de basura los restos de comida de quienes le han antecedido en el camino. En la Alameda conviven los grupos de

scouts. Algunos se colocan la pañoleta mientras otros compañeros ensayan nudos. A unos metros de distancia un par de quinceañer­as posa en sesiones de fotografía­s; al son de la música que un grupo de muchachos baila cumbias, éste en la explanada de la biblioteca Manuel Múzquiz Blanco.

Ellos están apostados justo enfrente del busto de Venustiano Carranza, al cual el vandalismo y la desidia de la ciudad le mantienen incompleta la identifica­ción. Le han sido arrancadas las letras de su nombre. Bandidaje y dejadez.

Se escucha el feroz estallido de un trueno, acompañado, sin embargo, de unas cuantas gotas. La experienci­a reciente de los últimos días de lluvias intensas hace que algunos apresuren frenéticam­ente el paso.

Agua de borrajas, como se dice. En pocos minutos, el cielo despide la nublazón y vuelve a la de Victoria el mismo transitar de las primeras horas de la tarde.

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MARÍA C. RECIO

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