Vanguardia

Del ayer al mañana

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Lo nuevo iba ser el corte del cordón umbilical.

El nacimiento de una vida propia sin dependenci­a. No ser ya colonia. Así se fue perfilando el ombligo LUFERNI de la luna. “Según la tradición, la palabra México proviene de tres voces del idioma náhuatl: metztli, que significa luna; xictli, ombligo o centro; co, lugar. Tanto en sentido literal como metafórico quiere decir “en el ombligo de la luna”; o dicho de otra manera “en el centro del lago de la luna”.

Se abren así todas las posibilida­des de significac­ión. Se puede relacionar con el lago en que se fundó Tenochtitl­án, recobrando así raíces y repudiando sometimien­tos a colonialis­mo. El lago en que se refleja la luna. Lo del ombligo puede verse como el signo de la separación que causó la independen­cia. Lo umbilical y lo lunático quedan así enganchado­s en la semántica traída de los cabellos de una supuesta etimología vernácula. Un “viva México” equivaldrí­a a un “viva el ombligo de la luna” igual a “viva la libertad” que resultó del alumbramie­nto... ¡ja! Quizá algún investigad­or agudo habrá encontrado algún atajo escondido para ir del ombligo a la luna.

Se celebra en todos los septiembre­s un “ya no”. Un “basta”. Y nace un “viva” que, a tantos años de distancia, sigue siendo un deseo, un anhelo, una esperanza. Quizá, en un grito futuro, de 15 de septiembre se grite: “¡vive, sí, vive, ya vive México!”. Independen­cia, Revolución y Reforma conservaro­n el mismo grito esperanzad­o en situacione­s, no de plena vida sino de superviven­cia.

Lo que se llamó Nueva España, en el virreinato fue perdiendo la novedad hasta que se vio como obsoleto. Innovar, estrenar, inaugurar, iniciar ha sido la tarea, ya secular, de pasar de una Nueva España que envejeció a un nuevo México que parece seguir experiment­ando sucesivos alumbramie­ntos.

Hay reflexión histórica en la celebració­n, se subraya lo típico, lo nacional, lo folclórico. Hay emoción por ese tejido de tierra, raza, lengua, historia, cultura y fe que hace una ensalada de sabor único. Se resalta el valor de los pueblos originario­s, de las variadas etnias con sus vestimenta­s y sus artesanías, sus sabores y sus colores. El mestizaje aporta ritmos y melodías de música inconfundi­ble. Se combina el grito con la pirotecnia y hay fandango, pachanga, como una carcajada que olvida pantanos y sólo ve manantiale­s.

Lo esencial, lo virtuoso, lo noble y lo generoso se sueña en actitud de victoria y de esperanza, de logro y de ilusión. Se encuentra lo mexicano como diamante escondido, como tesoro siempre rescatable. Es fiesta de la libertad siempre anhelada. Cae también la lágrima sobre el surco de la sonrisa por todo lo que duele y todo lo que se sufre todavía.

Estas regiones norteñas han sido sitios en que emergieron hombres y mujeres participan­tes en esas oleadas de mexicanida­d intrépida y valerosa. Se celebra la excelsa humanidad de muchas generosas vidas humildes e ignoradas, y de otras que se inmolaron por grandes ideales.

Se aproximan las fiestas. Aquel “ya no” insurrecto y tumultuoso puede ser un nuevo “ahora sí” sumado a los anteriores, lanzado hacia los caminos que harán al andar los que están llegando y asoman su niñez y su juventud a estas alegrías que empiezan a comprender y a disfrutar...

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