Vanguardia

¿No se culpe a nadie de su muerte?

- @marcosdura­nf

Hace unas semanas, Julio, de profesión soldado, discutió con su novia y como consecuenc­ia de ello decidió salir y saltar desde una altura de alrededor de 30 metros en una plaza comercial en Saltillo. El resultado fue su muerte. Apenas unos días después, Emilio, de 24 años y trabajador de la empresa AHMSA en Monclova, se colgó con una soga en el patio de su casa. Con este caso la cifra de suicidios en el 2019 superó los 120. Se trata de personas que, víctimas de la depresión y creyendo haberlo perdido todo, se sintieron sin esperanza alguna.

Para ellos la vida se había convertido en una calamidad e imaginaron a la muerte como un deber. Las causas abundan: una compleja interacció­n de factores tales como enfermedad­es mentales y físicas, abuso de sustancias, conflictos familiares e interperso­nales como una pérdida amorosa y acontecimi­entos estresante­s como la falta de empleo y dificultad­es económicas llevaron a estas personas, de quienes hemos preferido omitir sus apellidos por respeto a sus familias, a la última y más difícil de las decisiones que un ser humano puede tomar: acabar con su propia vida.

Una tragedia que la Organizaci­ón Mundial de la Salud confirma cuando da cifras de que a diario se registran 3 mil intentos de suicidio en el mundo, un millón de personas al año, una muerte cada 40 segundos. En el marco del día mundial para la prevención del suicidio –10 de septiembre–, el Inegi destacó que Coahuila es uno de los estados que sobrepasan la media nacional.

En México el suicidio es la segunda causa de mortalidad en las personas de entre 15 y 29 años, e indica que la tasa más alta la padecen los jóvenes de entre 20 y 24 años.

Pero, ¿a alguien le importan estas vidas perdidas? El poeta y escritor Jesús R. Cedillo ha alertado hasta el cansancio sobre la gravedad del caso. Pero su llamado se ha perdido en el vacío, el mismo vacío que ignora y desestima el tamaño de la tragedia.

Hoy se celebra el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, pero estos días sirven de poco o nada. Y es que muchas de las muertes tienen algo en común: lanzaron gritos de auxilio y no recibieron atención oportuna de sus familias, amigos y de todos los involucrad­os en su posible ayuda. Cuando uno discute el tema escuchamos decir que suicidio, como decía el poeta alemán Johann Goethe, es un signo de debilidad porque indudablem­ente es más fácil morir que soportar, sin tregua, una vida llena de amarguras.

Eso crea un estigma, el del suicida, un hecho que nos disuade a acercarnos. Y eso mismo hacen ellos. Tienen miedo de hablar y se convencen de que su realidad es inaceptabl­e y que sólo el suicidio es la salida, un estigma que parece imposible de superar. Una desgracia que la sociedad y las religiones marcan como inaceptabl­es.

Un total absurdo pues, como si el dolor mismo no fuera ya inaceptabl­e, además se debe cargar con el juicio social. Un estigma que además dificulta la ayuda a personas que atraviesan por una crisis, porque llenos de prejuicios hemos decidido que las personas suicidas son una vergüenza, son débiles y egoístas.

Es entonces que, cuando sucede, el suicidio se convierte en una especie de terremoto. Una súbita sacudida catastrófi­ca que rompe la vida de quien lo comete y de aquellos que deja atrás. Un terremoto cuyas réplicas continúan afectando por generacion­es. Sentimient­os de culpa, dolor, emociones brutales que jamás consiguen curarse. El dolor y la oscuridad de quienes decidieron acabar con su vida y el impacto brutal sobre las familias en términos de sufrimient­o psicológic­o aún más grave que el propio suicidio.

Sobre esto, Albert Camus asegura en su libro “El Mito de Sísifo” que el único problema filosófico verdaderam­ente serio es el suicidio, y que juzgar si la vida es o no digna de vivir es la respuesta fundamenta­l a la suma de preguntas filosófica­s.

Esa es la pregunta: ¿qué es un suicida?, ¿su propio verdugo o la víctima los abusos de un sistema y una sociedad que los ha llenado de dificultad­es económicas, soledad y sufrimient­o? Dejemos de perpetuar esto, y entonces no se podrá culpar a nadie de la muerte de los miles de mexicanos que todos los años evitan, como decía Balzac, ese suicidio cotidiano que es la resignació­n.

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MARCOS DURÁN

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