Vanguardia

Pedantería igual a cursilería

- ‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

El Diccionari­o Groves de Música y Músicos está formado por 20 recios tomos. Contiene esa gran obra miles de artículos, definicion­es de todos los términos musicales conocidos. Sin embargo en el Groves no viene definición alguna de la palabra “música”. Parecen querer decir con eso sus autores que la música es inefable. Es decir, indefinibl­e. Yo conozco, no obstante, una muy bella definición de música. Alguien le preguntó a San Agustín cómo serán las almas en el Cielo. Y respondió el santo:

-Erunt sicut musica.

“Serán como música”.

En eso radica el último misterio de la música, y su esencial belleza: en ser preludio de una música que presentimo­s -la oyó el antiguo griego en las esferasper­o que ahora no podemos escuchar.

Tenemos, por fortuna, la música terrena, aunque a veces la escuchemos como quien oye música celestial. No es puramente de la tierra esa música. A veces -como en Mozart- le arranca una pluma a los ángeles. Pero la tenemos, afortunada­mente, como una de nuestras más preciadas posesiones. Sin música andaríamos sin alma.

Por eso tienen un mérito excepciona­l quienes dedican su vida a esa bella señora celosísima, la música. A los que conocen la ciencia -a más del arte- de la música se les llama musicólogo­s. En México ha habido algunos grandes: Adolfo Salazar, apóstol venido de la España; Gerónimo Baqueiro Foster, que entró en el alma de esa gran alma que es la música de Yucatán; Vicente T. Mendoza, gambusino de tonadas populares que todos los caminos corrió en busca de coplas corridos... Siguen ellos la huella de otros hombres como Béla Bartók, Liszt y Brahms, que supieron que la música esencial es la que escribe el pueblo que no sabe escribir.

Gracias a sus trabajos aprendemos que es falsa la división establecid­a entre la música clásica o “culta” y la música popular. Si recordamos otra definición evocaremos la de Alfonso Reyes. Dijo él que “clásico es todo lo que sin ser actual es actual”. Dicho de otra manera, la resistenci­a al tiempo impone la condecorac­ión del clasicismo. Incurre en error de lesa cultura quien desprecia lo popular y se encarama, vanidoso, en lo clásico. Renuncia por ceguedad de espíritu a una rica veta musical que igual puede incluir la música folklórica que el mambo, o el danzón, o el blues, o el jazz, o el rock. Es millonario en música, por el contrario, quien es capaz de apreciar lo mismo una partita de Bach que una improvisac­ión de Brubeck; un lied de Schubert o una canción de Lara; un cuarteto de Haydn y una interpreta­ción vibrante del son de la Negra por un buen mariachi. Campos distintos son, es cierto, la música clásica y la popular, pero al final de cuentas ambas tienen obras maestras. En aprender a disfrutarl­as todas radica la verdadera cultura musical. Lo demás es pedantería, forma la peor y la más cursi que asume la ignorancia.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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