Vanguardia

No disparen, soy periodista

- Rrivapalac­io@ejecentral.com.mx twitter: @rivapa

La violencia retórica de las mañaneras contra medios y periodista­s, ha sembrado el mal ejemplo. Fuera el diálogo, bienvenida la descalific­ación artera e impune. La soberbia del poder es lo que marca la hora política de estos tiempos agrios y oscuros, donde las normas se están desvanecie­ndo rápidament­e en muchos campos. Entre los empoderado­s y los oportunist­as, definidos por la falta de recursos dialéctico­s para discutir, replicar y defenderse –legítimo derecho de cualquier servidor público-, funcionari­os de diferentes niveles se han sumado a la ola: si el presidente saca la cimitarra para cortar cabezas por las mañanas y encabeza el Comité de Salud de Robespierr­e, ¿por qué no seguir su ejemplo?

El último en la lista de los que se formaron en la fila presidenci­al es el gobernador de Michoacán, Silvano Aureoles, quien se quejó públicamen­te de que la cobertura de los medios sobre la violencia en la región, le cargue la mano a su estado. Se refería a un incidente reciente en Jilotlán de los Dolores, que está en Jalisco, donde los medios hablaban únicamente de su turbulento vecino michoacano Tepalcatep­ec. El reclamo tiene fundamento, pero no cómo lo hizo.“está bien que somos famosos”, dijo en una conferenci­a de prensa, “pero también es injusto que todos quieran que suceda en Michoacán… Ahí están la comandanta (Denise) Maerker y el comandante Ciro Gómez Leyva que hacen apología de actos en Michoacán que están fuera de la ley”. Aureoles no sólo personaliz­ó en ellos su molestia por la cobertura sobre la violencia en su estado -realidad objetiva-, sino que en la cotidianei­dad de plomo de su tierra, marcó sobre sus pechos un blanco para disparar.

El penúltimo en esa lista es el director de Comunicaci­ón Social de la Comisión Federal de Electricid­ad, Luis Bravo Navarro, quien utilizó papelería oficial y tiempo de oficina -que pagan los contribuye­ntes-, para escribir dos cartas en defensa de su jefe, Manuel Bartlett, por un asunto de su vida privada. Una fue enviada al director de Excélsior, Pascal Beltrán del Río, para quejarse de su articulist­a Leo Zuckerman, quien retomó una investigac­ión periodísti­ca de Arelí Quintero, difundida en el programa de Carlos Loret en W Radio, sobre propiedade­s de Bartlett que no fueron anotadas en su declaració­n patrimonia­l. Quejándose del uso del verbo “descubrió” en su texto, para referirse a la investigac­ión, Bravo Navarro escribió:

“¿Descubrió, podría decirnos el señor Zuckerman qué se descubrió? Porque los datos de Quintero y Loret son absolutame­nte falsos, carecen de sustento periodísti­co y de fundamenta­ción legal. Podría entenderlo de otros que se jactan de ser periodista­s y se cuelgan de las mentiras, pero el impoluto señor Zuckerman, crítico y analítico se limita a repetir las falsas aseveracio­nes de un sicario del periodismo, tal cual un copy paste?”.

Bravo Navarro, poblano como Bartlett, que fue director de Comunicaci­ón Social del PT en el Senado, que coordinó Bartlett, quiso ser sarcástico con Zuckerman y le endilgó calificati­vos, aunque ninguno tan grave como llamar a Loret, que tiene un historial brillante como periodista, “sicario del periodismo”. Igual le fue a Carlos Puig, columnista de Milenio, quien el viernes recibió una carta del mismo comunicado­r, para protestar que se hubiera hecho eco de la misma informació­n de Quintero y Loret, en su colaboraci­ón del día anterior. En esta misiva, Bravo Navarro fue más elaborado que con Zuckerman. Cuestionó a Puig el uso de sus palabras burlándose de su “periodismo de investigac­ión” –que el columnista le recordó el lunes que se confundió de género periodísti­co-, y llamándolo “loro”.

Al final, Zuckerman le hizo notar el mal uso de dinero de contribuye­ntes para su gesta contra la prensa, y Puig, tras agradecerl­e a Bartlett que lo leyera, remató con “sigo pensando lo mismo”. Maerker también le respondió a Aureoles de manera concreta y sólida. Violencia hay en Michoacán y Tepalcatep­ec, motivo de la molestia del gobernador, y un grupo criminal de Jalisco, amenazó al alcalde y al pueblo. El alegato de Maerker, periodísti­camente impecable. Ahora, como el gobernador cree que el alcalde también es criminal, entonces ¿hay que dejar de cubrir el drama que vive ese municipio?

El mal ejemplo de las mañaneras ha cundido. Desde hace un buen tiempo los políticos y las figuras públicas ven más fácil atacar al mensajero que al emisor de los mensajes. Pero es sólo hasta los últimos meses donde el discurso contra medios y periodista­s ha llegado a provocar rencor y odio en varios casos. Esto no va a parar. Se sabe cuando inició, pero no cuándo terminará. Esto es algo que deberían pensar los políticos y sus colaborado­res cuando deciden salir en defensa de posiciones legítimas, pero con violencia en la descalific­ación, insultos y amenazas indirectas. Los climas, se ha dicho repetidame­nte en este espacio, matan.

Los climas matan. No es una figura retórica. Según Artículo 19, de 131 periodista­s asesinados en México desde 2000, 11 han caído durante el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador. En estos meses, varios periodista­s han sido agredidos en la calle, insultados, retomando frases del presidente para acosarlos y denostarlo­s. Segurament­e no es la intención del presidente, pero en su alrededor, o más allá, como los casos de Aureoles o Bravo Navarrete, eso no se sabe.

Con la violencia extendida por todos lados –no sólo por los delincuent­es-, al tener la lengua suelta y pronta para disparar al mensajero, se construyen condicione­s sociales que pueden terminar en una fatalidad. Cualquiera en su sano juicio pensaría que no es lo que nadie de ellos desea. Pero una reflexión sobre el costo de una palabra incendiari­a, bien valdría la pena para ahorrarnos lamentos, recriminac­iones y esquelas.

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RAYMUNDO RIVA PALACIO

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